Se recostó contra los almohadones y suspiró. Su comportamiento de esa tarde había sido de lo más reprobable. Había permitido que su vulnerabilidad física hubiera vencido a sus decisiones. Y no podía consentir que sucediera de nuevo. Era una mujer madura y no podía engañarse con la excusa de la juventud para cometer estupideces. De ninguna manera, decidió resuelta, iba a permitir a Alex Finlay que le rompiera el corazón de nuevo.
Haberse quedado en aquella terraza con vistas a aquella playa en particular a lado de Alex había sido un error y Shea lo había sabido desde el mismo momento en que había salido. La playa que se extendía por debajo de ellos tenía tantos recuerdos para ella… recuerdos de Alex. Sobre todo de la noche del cumpleaños de Patti Rosten.
Patti estaba de visita en Byron Bay con su padre, que había comprado la casa grande blanca, casi un emblema del pueblo. Siendo un año mayor que Shea y una viajera experimentada, Patti había sido bienvenida a su grupo de amigos con más que un poco de admiración.
Y el que Alex la hubiera presentado a todo el mundo había ayudado a la rápida aceptación de la chica. Joe Rosten y el padre de Alex eran antiguos compañeros de armas y Donald Finlay le había pedido a su hijo que adoptara a la joven Patti bajo su protección.
Desde el primer momento en que Shea había visto a Patti, había notado que la otra chica no era inmune a los encantos de Alex y Shea se sintió sacudida por unos celos comprensibles. Lo que más le había molestado a Shea era el evidente descaro de Patti. Aprovechaba cada oportunidad posible para colgarse del brazo de Alex o parar mirarlo con ojos de adoración.
Así que cuando la invitación para la fiesta había llegado, Shea no se había sentido precisamente entusiasmada. Sin embargo, Norah había recalcado que Patti era una extraña en el distrito, una visitante de Australia y, al final, Shea había aceptado ir.
El día de la fiesta, había telefoneado a Alex. Se había olvidado de preguntarle a qué hora iría a recogerla para la fiesta.
Y cuando Jamie había llegado a casa y le había contado que Alex se había pasado la mayor parte del día en casa de los Rosten para ayudarles a preparar la fiesta, su resentimiento había aumentado.
– Alex también me ha pedido que te lleve yo a la fiesta. Te verá allí -había añadido Jamie-. Me ha dicho que apenas le dará tiempo para ir a casa a cambiarse.
Así que, con cierta inquietud, Shea había subido los escalones de la mansión en compañía de Jamie. Les condujeron a la parte trasera de la casa, que daba a un patio enorme y a una piscina. Las luces de colores se diseminaban por todas partes y ya había cerca de unos sesenta jóvenes reunidos.
Para desmayo de Shea, Patti se había acercado a recibirlos con Alex a su lado.
Patti llevaba los vaqueros de diseño más ajustados que Shea hubiera visto en su vida y un top dorado brillante sin mangas que acentuaba la curva de sus pequeños senos. Le habían recogido el pelo oscuro en lo alto de la cabeza y parecía mucho mayor de dieciocho años.
A Shea le dio un vuelco el corazón. El aspecto de Patti le hizo sentirse pasada de moda con su falda de pareo y camiseta sin mangas.
– ¡Qué maravilla que hayáis venido! -les había dicho clavando en el hombre que tenía a su lado sus enormes ojos violeta-. ¿Verdad, Alex?
– Por supuesto -Alex había sonreído a Shea y la había tomado de la mano-. Ven y te conseguiré una bebida.
– Feliz cumpleaños, Patti.
Shea le había pasado a la otra chica un regalo envuelto en papel de colores.
– Oh, gracias, Shea -Patti se había dado la vuelta y había apoyado la mano en el brazo de Alex-. Tráeme también a mí un refresco, ¿vale, dulzura?
– ¿Dulzura? -le había repetido ella a Alex mientras se acercaban al bar.
Alex se había reído con suavidad.
– Desde luego no es la forma en que prefiero que se dirijan a mí, incluso aunque sea alguien a quien conozca bien.
– Y conoces a Patti bien, ¿verdad? -preguntó Shea con la mayor naturalidad que pudo.
– No tan bien -bajó la vista hacia Shea-. Siento no haber pasado a recogerte esta noche. He estado aquí toda la tarde y Joe y mi padre me han tenido ocupado.
Y Patti también, pensó Shea para sus adentros.
La velada transcurrió despacio y a Shea le pareció que Patti siempre le buscaba a Alex algo que hacer para separarlo de ella. Aquello había sido la tónica de la tarde y lo que se la había estropeado. Patti les había interrumpido cuando estaban bailando, cuando estaban hablando con amigos o simplemente cuando estaban juntos disfrutando de la maravillosa cena.
Hacia las once de la noche, Shea ya no pudo aguantar más y había ido a buscar a Alex fuera para pedirle que la llevara casa.
Alex posó la bolsa de hielo que llevaba y echó un vistazo a su alrededor.
– Todavía es pronto. ¿Estás segura de que quieres irte?
– Puedo pedirle a Jamie que me lleve si tú quieres quedarte más -sugirió con el corazón en un puño.
– No. Está bien. Podemos irnos. Dejaré este hielo y podremos despedirnos.
Shea siguió a Alex al bar y le observó echar el hielo en uno de los barriles de refresco. Por supuesto, Patti apareció al instante.
– Gracias, Alex, cielo. ¿Qué hubiera hecho yo hoy sin ti?
Alex sonrió.
– No hubieras tenido ningún problema en conseguir que media docena de chicos lo hicieran por mí. De todas formas, Shea está cansada, así que buenas noches y gracias por invitarnos.
– Pero no hace falta que tú te vayas porque Shea esté cansada ¿verdad? Quizá puedas volver cuando la dejes en casa.
– Quizá.
Alex sacó las llaves del coche de su bolsillo y, con la mayor discreción, salieron hasta el coche. Alex estaba abriendo la puerta cuando Shea le dijo:
– Puedes quedarte tú si quieres.
– De ninguna manera -replicó Alex con firmeza-. Patti es una pequeña caprichosa y mimada y está acostumbrada a que todo el mundo haga lo que ella quiera. Y llega a ser insoportable. Mi padre ofreció mi ayuda hoy y creo que ya he cumplido con creces. Y aparte de eso, no he tenido la oportunidad de pasar suficiente tiempo contigo esta noche.
Puso el coche en marcha y estiró la mano para tomar la de ella.
Shea suspiró.
– Yo he pasado una tarde horrible porque pensaba que tú… bueno, que querías estar con Patti en vez de conmigo.
– ¿Estás de broma? Si no hubiera sido el cumpleaños de Patti, ni siquiera hubiera ido. Ya sabes que odio las fiestas, a menos que sea una en la que estemos tú y yo solos.
– Yo también -Shea sonrió y empezó a sentirse un poco mejor-. La verdad es que no estoy cansada, sólo un poco harta de la fiesta. ¿Podemos ir a dar u paseo por la playa?
– Claro.
Alex le apretó la mano y después se concentró en conducir por la sinuosa carretera.
Habían paseado de la mano a lo largo de la playa, con las luces de la fiesta visibles por encima de ellos, pero el sonido de las olas amortiguaba los otros de la fiesta. Cuando dieron la vuelta sobre sus propios pasos, antes de subir hacia el coche, Shea se detuvo y sujetó a Alex por el brazo.
– Vamos a sentarnos aquí un rato. La playa es tan bonita por la noche. ¿No es irreal esta vista? La luna esta tan brillante y es tan romántico…
Alex alzó la esfera fosforescente de su reloj hacia la luna.
– Se está haciendo tarde, Shea. Norah estará esperando que te lleve a casa.
– Ya lo sé, pero por un poco de retraso no pasará nada, ¿no crees? Venga, Alex, por favor -suplicó para rodearle la cintura con desinhibición, disfrutando de la sensación de sus fuertes músculos bajo sus dedos.
Las manos de él se posaron en sus hombros y empezó a frotarle con delicadeza las clavículas. Shea se estremeció y el sonido de sus dedos contra la tela se magnificó en sus oídos con sensualidad.
– ¿No tienes frío con esta camiseta tan fina? -le preguntó él con suavidad deslizando los ojos sobre ella.
Shea sacudió la cabeza y se apretó más contra él, apoyando la mejilla contra su pecho. Los latidos de su corazón enloquecieron cuando se acurrucó más contra él, y Alex deslizó los brazos alrededor de ella, atrayéndola contra su cuerpo.