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– Te he echado de menos esta tarde. Nadie parecía saber dónde estabas.

– Siento que las cosas salieran así. Debería haberte llamado para explicarte que papá y Joe me habían pedido que les ayudara a preparar la fiesta.

– Bueno, ahora lo entiendo. Oh, Alex, abrázame -susurró sin aliento-. Hazme el amor.

– Shea -por un momento sus brazos se quedaron rígidos y subió las manos hasta los hombros de ella, apartándola ligeramente de él-. Vamos, Shea. Ya te he dicho que no podemos hacer esto porque…

Se detuvo y suspiró.

– Porque soy demasiado joven -terminó ella con un tono burlón por la frustración-. Y yo también te he dicho antes que no soy demasiado joven. Tengo diecisiete años, ya lo sabes.

– Y yo casi veintidós, Shea. Lo bastante mayor como para ser un poco juicioso.

Ella contuvo una carcajada.

– Sí, con veintidós estás a punto ya de tener que usar bastón -bromeó.

Ella alzó la vista hacia él y el corazón le dio un vuelco.

– Te quiero -susurró con voz quebrada.

Entonces oyó que él contenía el aliento y también sintió cómo se ponía tenso cuando ella se puso de puntillas y le rozó los labios.

La suavidad de su tentativa caricia pareció dejarle inmovilizado durante largos segundos. Entonces la atrajo contra él apretando los labios contra los de ella hasta que quedaron pegados con los corazones palpitando al unísono.

Después, Alex empezó a apartarse de ella y Shea le rodeó el cuello con los brazos de forma febril con sus firmes pechos apretados contra su torso.

– Shea, tenemos que parar esto -dijo él con voz espesa-. No sabes lo que estás haciendo…

– Sólo lo que quiero hacer, lo que apenas puedo contenerme de hacer cada vez que estoy contigo. Oh, Alex, por favor, dime que tú sientes lo mismo.

– Lo siento, pero, diablos, Shea. Soy mayor y es responsabilidad mía… -la apretó con fuerza y su mirada la abrasó-, pero me gusta demasiado tenerte en mis brazos -terminó con voz ronca y un beso rápido antes de apartarla.

Shea se retiró un mechón de pelo de la mejilla y suspiró.

– Yo siempre me he sentido bien en tus brazos -le dijo.

Él sonrió y tomándola de la mano empezó a caminar de nuevo hacia el coche.

Shea sonrió.

– ¡Shea! -la voz contenía una advertencia, pero estaba sonriendo.

– Bueno, la verdad es que encajamos muy bien juntos. Y además, contigo es diferente, Alex.

Él soltó una carcajada.

– ¿Diferente de qué? ¿O debería decir de quién?

– De nadie más -contestó Shea con facilidad.

– Ya entiendo. ¿Detrás de qué has andado mientras yo he estado jugando al fútbol?

Parecía divertido, pero Shea sintió la presión de sus dedos alrededor de su mano y se encogió de hombros.

– Dejé que un chico me besara en un baile del colegio. Bueno, la verdad es que fueron dos chicos. No a la vez, claro. Uno cada vez -añadió con sinceridad.

Alex se detuvo y entrecerró los párpados.

– Fue horrible. Las dos veces – dijo ella con vehemencia.

Él empezó a andar de nuevo.

– Shea, eso es lo que quería decir. Eres muy joven. Tienes toda la vida por delante. Podrás salir con muchos chicos de tu misma edad.

– ¡Ag! El mundo de los chicos es asqueroso -suspiró y tiró hasta que Alex se vio obligado a parar-. Me aburren a muerte. De lo único que saben hablar es de sus viejos coches. Y son… bueno, besan muy mal. ¡Ag!

– No es muy halagador – Alex soltó una carcajada y echó la cabeza hacia atrás-. Pero, ¿qué voy a hacer contigo, Shea Stanley?

Ella se acercó más a él y se apoyó contra su duro pecho.

– Si te lo dijera, sería censurado con una X.

Alex le alzó la barbilla y sonrió.

– ¡Dios mío! Eso suena de lo más indecente.

– Te estás riendo de mí -Shea frunció el ceño-. ¿Por qué no puedes entender que ya he crecido?

Estiró la mano para acariciar su mentón ligeramente rasposo de la barba.

– Tú -dio él con burlona ternura -, eres una pequeña terca. Vamos a pasear.

Empezaron a subir la pendiente hasta la furgoneta en silencio hasta que llegaron a la parte más empinada.

– Déjame a mí ir delante y tiraré de ti -dijo Alex-. Alguien debería construir unos escalones de madera en esta parte de la pendiente.

– Entonces todo el mundo vendría aquí y ya no sería nuestro rincón secreto nunca más.

Shea tomó la mano de Alex y él tiró de ella hasta llegar arriba.

– Mira por dónde pisas -se dio la vuelta y retiró una rama que colgaba demasiado y en ese momento, Shea se enredó en una raíz y cayó hacia adelante. Los brazos fuertes de Alex la sujetaron mientras caía.

– ¿Estás bien? -le preguntó al dejarla en el suelo.

Ella se rió con suavidad.

– Estoy bien. Sólo es una torcedura -deslizó las manos por su espalda-. Mm. ¿Te he dicho que resultas divino a esta distancia?

Y los dos botones superiores de la camisa de Alex se habían desabrochado invitándola a deslizar los labios sobre su piel, su lengua jugueteando con el hueco en la base de su cuello.

– ¡Shea!

Ella deslizó una mano y, sin escucharle, le desabotonó el resto de los botones, sus dedos hurgando dentro de su camisa sobre la mata de vello suave de su pecho y rodeando su pezón endurecido al instante.

– ¡Shea, por favor! ¿Sabes a lo que estás invitando?

– ¡Mmm! -jadeó y sus labios y dedos siguieron con sus caricias sensuales.

Las manos de Alex estaban temblorosas cuando le rodeó la cara para tomar su boca en la de él. Sus besos se hicieron más profundos y consiguieron que las rodillas de Shea se quedaran como gelatina, enviando espirales de fuego por todo su cuerpo, como chispas arrancadas por un viento de poniente.

Ella amoldó su cuerpo contra el de él y sintió la cabeza ligera al notar los síntomas de su excitación. Se movió instintivamente contra él y Alex levantó su corpiño sin mangas por la cintura y deslizó los dedos dentro para envolver sus senos llenos, que parecieron inflamarse ante su exquisita caricia.

Shea nunca había experimentado nada parecido a la profundidad que ahora los arrebataba. Hasta que los dedos de él apretaron sus tensos pezones, uno y después el otro, y ella gimió delirante, apenas atreviéndose a creer que sus caricias pudieran ser tan maravillosas.

– Shea. Shea -murmuró antes de inspirar con fuerza para intentar recuperar el control perdido. Entonces le estiró el corpiño-. ¿Te das cuenta de que cualquiera podría venir por aquí?

Shea contuvo una carcajada gutural.

– Nadie viene nunca por aquí. Excepto algunos cangrejos. Y nosotros.

Le tomó de la mano, le empujó y le arrastró hasta una parte cubierta de hierba de la duna fuera el camino, cayendo bajo la pantalla de hojas de un árbol bajo.

– Nadie nos puede ver ahora -se dio la vuelta hacia él-. Si miras por esa grieta, puedes ver el mar. Descubrí este sitio un día y a veces vengo aquí cuando quiero estar sola -deslizó besos suaves como plumas desde su cuello hasta el lóbulo de su oreja-. Bienvenido a mi sitio especial, mi persona más especial.

– ¡Oh, Shea!

Los labios de él se deslizaron por su cuello, bajando por el valle entre sus senos sólo para detenerse cerca del escote del corpiño. Sin detenerse, se lo alzó por encima de la cabeza y lo dejó caer al suelo.

Shea le quitó la camisa abierta por los hombros y cuando él empezó a desabrocharle el sujetador liberando sus senos, le oyó contener el aliento.

– ¡Eres tan preciosa! -dijo despacio con una voz tan profunda que le cosquilleó en la piel como seda líquida.

Ella alcanzó sus manos para posarlas sobre su cuerpo que ardía por él, sólo para él.