Shea sintió aumentar el deseo que casi la atragantaba cuando dijo con una voz rota que no parecía la suya:
– Alex, por favor. Hazme el amor.
Capítulo 8
LAS MANOS de él buscaron sus senos desnudos, alabastro en la sombra del árbol bajo la luz de la luna, sus dedos jugueteando con delicadeza, tanteando, destruyendo el último vestigio del control de Shea con consumada facilidad.
Ella gimió al pronunciar su nombre y de alguna manera, los dos habían acabado de rodillas, después echados de medio lado sobre la arena, con la luz de la luna que se filtraba por las ramas dibujando formas en movimiento sobre sus pieles desnudas.
La boca de Alex se deslizó hacia la de ella, sobre su barbilla, su garganta, sus labios lentamente ascendiendo por el montículo de sus senos, su lengua rodeando el pezón rosado, causando unas sensaciones tan eróticas como la caricia de una cascada de agua.
Los dedos de Shea se enroscaron en su fino pelo rizado, atrayéndolo hacia ella. La mano de él se movió hacia abajo para abarcar su cadera y subió con impaciencia para desabrochar el pareo, continuó hacia abajo de nuevo, deslizándose sobre su muslo, ascendiendo, los dedos extendidos sobre sus nalgas bajo las pequeñas bragas que llevaba.
Una oleada de pasión impetuosa empujó a Shea a desabrocharle la hebilla del cinturón apresurada.
– ¡Shea, no! Tenemos que enfriarnos.
La cremallera de sus vaqueros bajó.
– Pero yo también quiero tocarte -susurró ella con voz densa, deslizando hacia abajo los vaqueros. Y, cuando sus manos encontraron ansiosas su objetivo, él gimió apasionado enterrando los labios entre sus pechos.
– Shea por favor. Te deseo demasiado. ¿Sabes que es muy difícil para mí contenerme?
Los dedos de ella la acariciaron amorosos.
– No quiero que te pares, Alex. Te amo. Por favor, ámame tú también…
– Y te amo. Demasiado. Shea, no creo que…
Su boca se derrumbó sobre la de ella y sus manos le bajaron las bragas retornando al suave montículo rizado para enseñarle más delicias aún.
Shea se arqueó hacia él y cuando él se deslizó sobre ella, lo recibió sin pudor, su grito inicial de dolor ahogado contra su boca, que reclamaba la de ella. Shea se quedó rígida momentáneamente y él le acarició la cara, murmurando ternuras incomprensibles, así que cuando empezó a moverse dentro de ella, Shea se relajó con él, el dolor olvidado por el júbilo de ser una con él.
Después, se quedaron echados en silencio, con las piernas entrelazadas. Shea deslizó con timidez un dedo por los abultados músculos de su antebrazo. Alex se levantó de encima de ella y, al separarse, la brisa les refrescó la piel húmeda.
Ella se pegó a él.
– Alex, no te vayas.
– ¡Sss! -la acalló con suavidad, atrayéndola al hueco de sus brazos con la cabeza apoyada contra su hombro-. No me voy a ir. Todavía no tengo fuerzas -añadió retirándole con suavidad los mechones de la frente-. ¿Te he hecho mucho daño?
Ella sacudió la cabeza deslizando los labios sobre su piel salada, paladeándole.
– Sólo un poco al principio. Ha sido… precioso.
– Sí, precioso. Como tú -acordó él con voz gutural
Los dos siguieron echados juntos hasta que la respiración se les apaciguó y entonces Alex suspiró.
– Shea, me siento como un maldito bastardo por…
Ella le silenció poniendo el dedo en sus labios.
– No, no lo estropees, Alex, por favor. No ha sido culpa tuya… Yo te amo y quería que me hicieras el amor. Con desesperación. Lo he deseado desde hace siglos. Yo… ¿ha sido…? ¿Te has…?
Él deslizó la mano con pereza sobre su seno y ella sintió renovarse la ahora familiar sensación deliciosa de deseo.
– Me ha gustado, amor mío. ¡Oh, Shea! -cerró los ojos emotivamente y después los abrió, apoyándose en el codo para incorporarse-. Veo que voy a tener mis manos llenas de ti durante los próximos sesenta años o así, Shea Stanley.
Sus manos se alzaron para abarcar la curva de sus pómulos y bajó la cabeza despacio para encontrar sus labios y cubrirlos con los de él, besándola de forma embriagadora antes de bajar la boca hacia abajo y tentarla y excitarla una vez más.
– Eres tan preciosa.
La voz parecía contenida en su garganta y su aliento acarició sus sensibles pezones antes de tomar uno entero en su boca.
El deseo la asaltó y se rió un poco nerviosa.
– ¿Soy de verdad preciosa?
Alex la miró a los ojos.
– Eres simplemente perfecta, amor mío.
Sus labios volvieron a lamer sus senos y Shea gimió con suavidad
– Deberíamos irnos a casa. Norah estará ya preocupada por ti.
– No, no lo estará. Sabe que estoy contigo.
Alex se detuvo y se pasó la mano por el mentón.
– Eso no me hace sentirme mejor precisamente.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que Norah confía en mí para que te cuide y esta noche he hecho un trabajo estupendo.
– Sí, lo has hecho.
Alex sacudió la cabeza.
– No hemos tomado precauciones y eso no es sensato ni responsable.
– ¿No quieres tener niños?
– Por supuesto que sí. Pero no todavía. Tú eres demasiado joven como para atarte y necesitas tiempo para divertirte.
– ¿Quieres decir que no haremos esto otra vez?
– No deberíamos. Pero yo tampoco confío mucho en mí mismo -la besó de nuevo-. La próxima vez estaré preparado.
Pero el daño ya había sido hecho, sonrió Shea para sí misma. No, no daño, se dijo ahora. Niall era lo mejor que le había pasado en su vida. Él había sido la razón para seguir adelante después de lo mal que lo había pasado tras el abandono de Alex.
Sin embargo, al crecer su hijo, ella había atesorado el placer agridulce de verlo tan parecido a Alex.
Shea se agitó sintiéndose culpable al saber que Jamie había sido más que un padre para su hijo. Él había sido el que había escuchado la primera palabra de Niall, le había visto dar el primer paso, le había enseñado a jugar al fútbol. Todos aquellos pasos irrepetibles deberían haber sido experimentados por Alex. Si él hubiera querido formar parte de su vida.
Pero no había sido así.
Porque ella no le había dado la oportunidad, se dijo a sí misma. Y por primera vez en años, las lágrimas afloraron a sus ojos y se derramaron por sus mejillas. Se las secó con enfado.
¿Y qué podría haber dicho en aquel momento?, se preguntó a sí misma. Alex había tomado la decisión de irse, de perseguir sus ambiciones. Una mujer y un niño no le hubieran retenido. Eso le había parecido entender a ella.
Se recostó en la cama y cuando por fin quedó dormida, la almohada estaba mojada de las lágrimas.
Después de la noche sin descanso, Shea casi se alegró de que llegara la hora de levantarse. Escogió uno de sus propios diseños, una falda de color kaki con una americana de manga corta y una blusa suave de los mismos tonos de verde.
Apenas acababa de poner la cafetera cuando entró Niall en la cocina y se sentó.
– Te has levantado muy pronto esta mañana -le dijo con sorpresa.
Normalmente tenían que insistirle varias veces para que saliera de la cama.
Niall bostezó.
– Mmm. Supongo que tenía hambre.
– ¿Cuánta hambre? ¿Hambre como para cereales y tostada o para huevos y bacon?
– Sólo cereales, gracias, mamá.
Niall sacó del armario su caja de cereales favoritos y llenó un cuenco hasta arriba.
Shea le sirvió un vaso de zumo de naranja y le dio un abrazo a su hijo cuando volvió a sentarse.
– ¿Por qué ha sido eso? -preguntó el niño, devolviéndole el abrazo.
– Sólo de buenos días.
Niall sirvió la leche encima de los cereales y tomó un par de cucharadas colmadas mientras Shea se sentaba frente a él y empezaba a extender la mantequilla sobre su tostada.
– ¿Mamá?
Ella alzó la vista.
– ¿Te acuerdas de la otra noche, cuando estábamos hablando de chicos y esas cosas? Bueno, ¿no has pensado nunca en volverte a casar?