– ¿Equivocado en qué? ¿En que disfrutamos? Creo que sí lo hicimos.
– Por supuesto que yo no disfruté. Y viéndolo en retrospectiva, estoy muy enfadada conmigo misma por haberte hecho equivocarte.
– Yo no creo que me hayas hecho equivocarme.
Una pequeña sonrisa jugó en su boca y Shea se puso rígida de enfado.
– Oh, por Dios bendito, Alex. Si estás disfrutando de algún tipo de diversión perversa a mis expensas, será mejor que te vayas, porque te puedo asegurar que estoy muy ocupada como para perder el tiempo.
Alex se estiró en su silla.
– Eso está fuera de lugar considerando que yo estoy dispuesto a discutir el asunto que tú decidas.
Su sonrisa burlona encendió aún más su rabia, pero tuvo que contener la respuesta porque en ese mismo instante, Debbie entró con la bandeja de café.
Alex se levantó al instante para quitársela de las manos y su preciosa sonrisa hechizó a la joven de nuevo.
– Gracias, Debbie -dijo Shea con sequedad.
Debbie se apresuró a salir con una mirada de soslayo a su jefa.
– Mira, Alex -continuó ella cuando los dos tuvieron el café servido-. Intento ser racional con respecto a esto.
– ¿Por qué?
– ¿Que por qué? Porque somos dos adultos y, como tú mismo me has recordado antes, tendremos que vernos ocasionalmente. Estoy intentando hacer que una situación difícil sea lo menos complicada posible.
Alex se reclinó contra el respaldo y cruzó las piernas.
– ¿Lo menos complicada posible?
– Las cosas sólo se complicarán si nosotros lo permitimos -dijo ella con mucha más calma de la que sentía.
Si Alex siquiera supiera lo complejo que era todo el asunto.
– La verdad es que hemos recorrido un largo camino, Shea. Yo no puedo olvidarlo -mantuvo la vista clavada en ella-. Y después de lo de anoche, no creo que tú puedas tampoco.
Se llevó entonces la taza a los labios con calma.
– Anoche, bueno, admito que me deje llevar un poco por… por la vista, por la tarde, quizá por un momento de nostalgia romántica. Eso no quiere decir que piense seguir con esa desafortunada indiscreción a la luz del día.
Alex bajó los párpados y la miró durante un largo instante.
– Quizá hayas cambiado más de lo que yo había pensado. En el pasado al menos eras sincera.
– Quizá simplemente no esté diciendo lo que tú quieres escuchar -sugirió ella encogiéndose de hombros con una ligera sensación de culpabilidad-. Y estoy siendo sincera, Alex. ¿Por qué no iba a serlo?
– Sólo tú tienes la respuesta -dijo él con suavidad.
– No creo que esta conversación nos lleve a ningún sitio -Shea señaló su pila de pedidos-. Dejémoslo como está. Ha llovido mucho en estos once años.
– Ese es un dicho muy ambiguo. ¿Qué quieres decir exactamente?
– Lo evidente. Que nos somos las mismas personas de hace once años. La gente, las situaciones, cambian.
– Sigues siendo muy ambigua.
Shea apretó los labios con irritación.
– ¿Y cómo de específica quieres que sea? -mantuvo la vista cavada en él-. Me temo que no quiero mantener una relación, ni física ni emocionalmente. ¿Es eso lo bastante específico para ti?
– ¿Quiere decir eso que hay alguien más?
Shea enarcó las cejas con sorpresa.
– ¿Y qué tiene que ver eso?
Alex se encogió de hombros.
– Podría explicar algunas cosas. Han pasado cuatro años desde la muerte de Jamie. ¿Sería de extrañar?
Él apoyó los codos en la silla y su mirada cautelosa siguió clavada en ella.
– No, supongo que no.
El ambiente de la habitación pareció rasgarse de la tensión. A Shea le latía el corazón con tanta fuerza que creyó que él debía de estar oyéndolo.
– ¿De quién se trata? -preguntó él con estudiada indiferencia.
Capítulo 9
– REALMENTE no creo que eso sea asunto tuyo -se encaró ella, negándole el derecho a meterse en su vida.
– ¿Se trata de Aston? ¿Ese tipo llorón que se suponía que llevaba tus asuntos? Es un poco blandengue, ¿verdad? Estuve a punto de firmar el contrato sólo para deshacerme de él.
– David es su joven muy agradable.
– ¿Agradable? -Alex retorció los labios con desdén-. Él nunca sabría llevarte, Shea.
Shea sintió que el color le subía a las mejillas.
– No sé lo que quieres decir.
– Por supuesto que lo sabes.
Sus ojos se mantuvieron clavados en los del otro, tormentosos, conmovidos por los recuerdos de lo que habían compartido, recuerdos que mantenían el ambiente denso a su alrededor.
– Y los dos sabemos que yo sí. Y lo he hecho.
¿Cómo se atrevía él a sugerir que ella podría caer con tanta facilidad bajo su atracción?
– Vaya, el arrogante…
– Pero sincero -interrumpió él.
Shea se levantó, agradecida de que su furia fuera en aumento.
Entonces la pequeña sonrisa de suficiencia en la cara de él le devolvió todo el dolor, la pena, la perfidia de él. Ahora, absolutamente revitalizada, su furia no necesitaba alimentarse. Se desató como una serpiente enroscada y deseó lanzarse contra él, infligirle el mismo dolor que él le había causado a ella.
– Quizá deba poner mis cartas sobre la mesa, Alex.
– Desde luego -contestó él con tranquilidad.
– He intentado ser educada, pero evidentemente tú no entiendes eso. Admito que hace once años yo era joven y quizá más tonta que la mayoría. Pensaba que estaba enamorada de ti y mi mayor error fue creer que tú también lo estabas de mí. ¡Qué ingenua!, ¿verdad, Alex? -arqueó los labios en una sonrisa exenta de humor-. Bueno, todos cometemos errores. Y si fuéramos sensatos, aprenderíamos de ellos. Nos volvemos a poner en pie, reparamos el daño y, de nuevo, si fuéramos sensatos no repetiríamos el mismo error -Shea se detuvo y alzó el mentón-. Me considero una persona bastante sensata en la actualidad, Alex.
Él la miró en silencioso escrutinio y con un fruncimiento de ceño.
– ¿Hay algo que no sepa? -preguntó entonces él-. ¿Soy yo la parte culpable?
– No creo…
Pero él la interrumpió como si no hubiera hablado.
– Tal y como yo lo veo, eres tú la que se casó antes de que el sonido de mi avión se hubiera perdido en la distancia.
Él se había inclinado hacia adelante en su silla ahora y sus ojos oscuros estaban clavados en ella.
Shea ordenó la pila de pedidos delante de ella.
– La verdad es que estoy demasiado ocupada como para seguir discutiendo esto.
– Bueno, pues yo no -soltó Alex para ponerse en pie de forma abrupta-. Ha estado flotando en el aire desde que llegué a casa.
– Esto es ridículo, Alex. Y no veo ninguna utilidad en seguir escarbando en ello.
– Estoy seguro de que no lo ves -replicó él con sarcasmo-. Entonces, ¿no te casaste con el primer hombre que pudiste en cuanto yo me fui?
La silla de Shea golpeó la pared cuando ella se levantó de golpe para enfrentarse a él.
– Exactamente esa es la palabra clave. Te fuiste, Alex.
– Y apenas un mes más tarde te casaste con Jamie. Mi propio primo -dijo pronunciando la palabra con gran desprecio.
– Jamie me amaba y…
– ¿Y crees que yo no lo sabía? Créeme, lo sabía. Siempre supe lo que sentía por ti -cruzó la habitación hasta la ventana que daba al callejón trasero y después se dio la vuelta-. Solía pasarme la mayoría del tiempo debatiéndome entre el júbilo de que me amaras a mí más que Jamie y la culpabilidad de que fuera así.
– Bueno, eso ya pertenece al pasado. Dejémoslo así. Jamie y yo tuvimos un buen matrimonio y…
Alex estuvo detrás de la mesa en un par de largas zancadas, la asió por el brazo y clavó los dedos en su carne.
– Y supongo que nunca te importó que yo lo supiera, ¿verdad?
– Suéltame, Alex. Me estás haciendo daño -Shea intentó zafarse de él-. No sé de qué estás hablando.