– Jamie me dijo lo felices que erais -Alex soltó una carcajada amarga-. Y me quise morir miles de veces durante esos años sólo de imaginarte con él. Y después me odiaba a mí mismo porque le envidiaba tanto que me abrasaba como un fuego infernal que me impulsaba a volver a casa y estrangularle con mis propias manos. Y eso que era como un hermano para mí.
Sacudió la cabeza y sus dedos aflojaron la presión sobre su brazo. Sus ojos eran del color del chocolate oscuro, velados por la rabia, y su mirada atrapó la de ella y la mantuvo paralizada.
– Solía torturarme imaginándoos juntos, a ti besando a Jamie de la forma en que me besabas a mí, haciendo el amor con él -posó los ojos en sus labios y un dolor salvaje le sacudió-. ¿Lo hacías, Shea?
– ¿Hacer qué?
Alex la frotó con suavidad la cara interna del brazo demasiado cerca de su seno.
– Cuando hacías el amor con Jamie, ¿pensabas alguna vez que era yo?
A Shea se le secó la boca. Todo su cuerpo quería moverse hacia él, pero con un control férreo se apartó con rigidez.
– ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? No tienes ningún derecho.
– Bueno, ¿lo hacías? -le sacudió el brazo-. ¿Pensaste alguna vez en nosotros? ¿Y en lo bien que estábamos juntos? ¿Pensaste alguna vez en mí?
Shea tragó saliva con el corazón desbocado. Para ser sincera, nunca había estado muy lejos de sus pensamientos. Pero no tenía intención de decírselo. Ni ahora ni nunca.
– No, Alex. Raramente pensé en ti. Puse todos mis recuerdos de ti en una cajita y la almacené en la parte más lejana de memoria. Así que no, Alex. Siento que hiera tu orgullo masculino, pero no pensé en ti.
– ¿Así que me borraste de tu mente? -sus ojos entrecerrados seguían clavados en los de ella y esbozó una leve sonrisa-. No lo creo, Shea. Me temo que no te creo. Es por eso por lo que no me permitirás ahora acercarme demasiado a ti, ¿verdad? Estás aterrorizada porque sabes que yo tengo la llave de esa cajita tuya. Soy yo el que puedo abrirla, levantar la tapa de esa fría actitud que adoptas ahora. ¿No es esa la verdad, Shea? Yo puedo devolvértela. La vida con mayúsculas. Hacerte sentir el mismo deseo ardiente que siempre te hice sentir.
– No.
– Sí -susurró él con suavidad-. Yo sé que sí.
El timbre de su voz junto con su masculino aroma almizcleño le inundaron los sentidos y supo que estaba perdiendo terreno con toda rapidez.
– Entonces, ¿por qué te fuiste? -explotó antes de poder contenerse.
Alex cerró los ojos por un momento.
– Te expliqué por qué me iba. Quería conseguir la mejor educación, hacer algo de mí mismo.
– Oh, sí. Todo yo, mío y yo mismo. Alex tenía que convertirse en lo que Alex quería, ¿verdad?
– Admito que te quería a ti -dijo Alex.
Shea soltó una carcajada amarga.
– Como ya te he dicho, Alex tenía que conseguir lo que Alex quería. Bueno, me tuviste a mí, Alex. Aunque no soy tan pretenciosa como para creer que te acuerdes de tanto ahora. Entonces, cuando te convino, lo olvidaste.
– ¿Olvidar el qué?
Shea soltó una maldición muy poco femenina.
– ¿Olvidar que hicimos el amor?
La voz de Alex había bajado a aquel timbre tan grave que siempre le producía cosquilleos.
Y los recuerdos provocativos la hicieron sentir una frenética escalada de deseo. Su cuerpo conservaba la pasión que sabía que él podía despertar, que sólo él podría satisfacer.
– ¿Olvidar que fui tu primer amante? -continuó Alex con sensualidad-. ¿Que fue la experiencia más increíble de mi vida? Porque lo fue, ¿verdad, Shea? Hicimos el amor porque era inevitable que lo hiciéramos. Éramos dos valvas de la misma concha. Y todas las piezas encajaron a la perfección.
– Estás siendo obsceno.
– ¿Obsceno? ¿Y cómo así? ¿Porque simplemente te he probado que no me había olvidado? Porque, créeme, no lo he olvidado. Ni un sólo segundo del tiempo que pasamos juntos -su voz se hizo aún más baja-. Hasta te puedo enseñar el lugar exacto en que nos acostamos. Y decirte exactamente lo que sentí al tenerte en mis brazos. La suavidad de tu piel bajo la luz de la luna. Y cada gemido que emitías cuando te tocaba ahí.
– ¡Alex! ¡Párate! Por favor.
– Quizá seas tú la que lo haya olvidado, Shea.
Ella alzó la cabeza con las mejillas todavía sonrojadas. ¿Olvidado? Había intentado con tanta desesperación borrar todo recuerdo de aquella época de su mente. Pero por las noches, los sueños volvían para recordárselo.
Sus ojos se clavaron en los de él, mantuvieron su mirada y Alex no pudo evitar ver la verdad en la profundidad de sus ojos verdes.
Las comisuras de los labios de Alex se alzaron levemente en un esbozo de sonrisa.
– No -su tono contenía una evidente nota de triunfo-. No has olvidado más que yo. Lo supe anoche en la terraza -dijo con suavidad estirando las manos hacia ella.
– ¿Y cuando estabas con Patti pensabas en mí? -preguntó con todos los músculos de su cuerpo tensos.
Una omnipresente rigidez se expandió entre ellos y sus palabras parecieron resonar con fuerza ensordecedora. La electricidad cargó el aire y, entonces, cuando Shea creía que no podría soportar el silencio ni un minuto más, él le soltó el brazo y se dio la vuelta para pasarse la mano por el pelo distraído.
– ¿Que si pensaba en ti cuando estaba con Patti? Constantemente -dijo con voz ronca-. Que Dios me ayude. Siempre te tuve en mi mente.
– No quiero escuchar esto, Alex.
– ¿No? -se dio la vuelta para mirarla-. ¿Por qué no? Eres tú la que hizo la pregunta de un millón y ahora quieres escabullirte. Pues sí, cuando hacía el amor con mi esposa, pensaba en ti.
Shea sacudió la cabeza, pero él dio un paso adelante hasta que sólo estuvo a unos centímetros de ella.
– ¿Te parece eso deleznable, Shea? Pues a mí sí. Saber que cuando tocaba a otra mujer siempre soñaba con que te estaba tocando a ti, siempre deseando que fueras tú. ¿Responde eso a tu pregunta? Así que si quieres saber si sufría por haberte dejado, la respuesta es sí. Un millón de veces, sí.
Shea sólo pudo mirarlo con un torbellino en la cabeza.
– Y lo más cruel de todo era que nunca amé a Patti. Y ella lo sabía.
– Entonces, ¿por qué te casaste con ella?
– Porque te había perdido a ti -sacudió la cabeza ligeramente-. No, porque sentí que me habías traicionado.
– ¿Traicionarte? -repitió Shea con incredulidad-. Tienes muy mala memoria, Alex.
– Pues parece que mejor que la tuya, pero ese no es el asunto. Como tú misma has dicho muy bien, todo pertenece al pasado. Es del presente de lo que deberíamos preocuparnos -se detuvo un instante-. Creo que tenemos un futuro, Shea.
– ¿Un futuro? -Shea sacudió la cabeza-. Oh no, Alex. En eso te equivocas. No pienso intentar reavivar las brasas.
– Yo diría que las llamas nunca murieron. Todavía siguen ardiendo. No hará falta reavivarlas.
Deslizó el dedo a lo largo de su barbilla y Shea retrocedió como si la hubiera abrasado.
– No me toques, Alex, o…
– ¿Por qué luchar contra ello, Shea? Tú sabes que cuando estamos juntos las chispas saltan. Siempre ha sido así.
– ¡No!
– ¿No? -arqueó una fina ceja-. Entonces demuéstrame lo contrario.
Sus labios descendieron y tomaron los de ella durante un excitante e interminable momento antes de alzar la cabeza.
Sus ojos parecían decir: «ya te lo había dicho».
Shea se apartó de él.
– De acuerdo, Alex. Seré la primera en admitir que tienes madera de ganador. Pero antes de que proclames tu victoria, déjame decirte que es una victoria vacía. He estado sola durante cuatro años, así que supongo que sería considerada una presa fácil. ¿Qué clase de conquista es ésta?
– ¿Desde cuándo ha habido una guerra entre nosotros? -preguntó Alex con ironía.