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– Pero eso es absurdo. No pienso ser el premio para nadie -Shea se encogió de hombros de forma casi imperceptible-. Estuve demasiado cerca de ti, Alex. Construí mi vida basada en ti y quedé bastante devastada cuando te fuiste. Francamente, no quiero sentir eso por ningún hombre.

Alex iba a comentar algo, pero Shea levantó la mano.

– Pero, lo más importante de todo es que no quiero una relación contigo ni con ningún otro hombre en este momento de mi vida. Tengo un hijo al que criar y mi negocio está creciendo lo bastante como para dejarme apenas tiempo libre. Así que, Alex, no necesito lo que me estás ofreciendo.

– ¿Y qué es exactamente lo que crees que te estoy ofreciendo?

– Por las pruebas presentes y, a riesgo de sonar muy pasada de moda, yo diría que una aventura puramente física. Divertido, al menos para ti mientras dure, pero se acabará en cuanto te vayas de nuevo.

– ¿Divertido sólo para mí? Sería mutuo. Te lo prometo.

– Gracias, pero no, Alex.

– ¿Y crees que quiero tener algún tipo de aventura clandestina? -se rió con suavidad-. Suena casi apropiado.

– Y yo estoy segura de que lo que tú tienes en mente está muy lejos de eso. Bueno, pues no pienso escabullirme al caer la noche como solía hacer para reunirme contigo en algún lugar sórdido, Ahora tengo veintiocho años, por Dios santo. En la actualidad prefiero la comodidad de una cama.

– La comodidad me parece bien -dijo Alex con seriedad burlona-. ¿Daría igual que fuera tu cama o la mía?

– Alex, no voy a acostarme contigo -afirmó Shea con desesperación.

Un ligero ruido les hizo volverse a los dos hacia la puerta para encontrarse con David Aston, parado en medio de la habitación. Se sonrojó y Shea supo que la había oído. Ella misma se sonrojó hasta la raíz del pelo.

David tosió con discreción.

– Discúlpame, Shea. Parece que Debbie está ocupada con un cliente y pensé que podría pasar. No me di cuenta de que no estabas sola. Nosotros, bueno, le dije a tu suegra que me pasaría a las diez. Esperaré afuera, ¿de acuerdo?

– No -dijo Shea con rapidez-. Pasa, David. Alex se iba ahora mismo.

– Tenemos que discutir lo del alquiler todavía -le recordó Alex con calma-. Ya he revisado el contrato.

– Estoy segura de que sí -dijo con el mismo tono que él-. David aseguró que es bastante típico, ¿verdad, David?

– Oh, por supuesto. De eso puedes estar bastante segura, Shea.

David posó su maletín en la mesa y se dio la vuelta hacia Alex.

– Es todo legal. Mi empresa es un respetable miembro de…

Alex le hizo un gesto para que se callara.

– Necesitamos hablar de las condiciones, Shea.

Alex estaba humillando a David y éste se lo estaba permitiendo. Shea sintió una oleada de irritación hacia los dos.

– Si quieres más dinero, Alex, puedes discutirlo con David.

El otro hombre deslizó la mirada de Alex a Shea y tosió con nerviosismo de nuevo.

– Shea, creo que las condiciones son bastante generosas -empezó antes de ver la expresión de dureza de ella-, pero por supuesto, estoy preparado para negociar en tu nombre. ¿A qué hora te viene bien? -le preguntó a Alex.

Alex mantuvo la vista clavada en Shea durante un largo momento antes de moverse.

– Te lo haré saber.

Shea sonrió y le despidió con un gesto.

– Bien. Entonces te veré más tarde, Alex.

Él tardó varios segundos en estrechar su mano extendida y la mantuvo más tiempo del necesario. Su firme mirada también le dijo a Shea que aquella conversación estaba lejos de haber acabado.

– Estate segura de que será así -dijo con suavidad antes de hacer un gesto hacia David y salir.

Shea soltó despacio el aliento que no sabía que había estado conteniendo

Y se volvió con desgana para enfrentarse a la desaprobación segura de David. El haber tenido el error de sugerir más dinero le sirvió para recriminarla durante lo que a ella le parecieron horas y, para cuando él también se fue, Shea tenía un formidable dolor de cabeza.

Y se pasó toda la tarde medio escuchando por si se acercaba un coche que anunciara la llegada de Alex. Pero no llegó.

– Gracias a Dios que estás aquí -saludó Debbie cuando Shea entró a la tienda la tarde siguiente.

– ¿Es que no hay descanso para el guerrero? -preguntó con una débil sonrisa. La visita a los distribuidores de la mañana se le había hecho interminable y parecía que el agobio no había acabado-. ¿Cuál es el problema?

– Ha llamado Sue Gavin -le dijo Debbie.

Shea posó su maletín con las piernas debilitadas de repente.

– ¿Se encuentra bien Niall? -preguntó con rapidez.

Debbie asintió.

– No se trata de Niall. Tu suegra se ha puesto enferma. Sue ha dicho que la han llevado al hospital.

– ¿Norah? ¿Cuándo ha sido?

Debbie echó un vistazo a su reloj.

– Yo diría que como hace una media hora. He estado llamando a todos los distribuidores para intentar localizarte.

– ¿Te dijo Sue si era grave?

Debbie sacudió la cabeza…

– No. Sólo que la habían llevado al hospital en ambulancia.

– De acuerdo -Shea inspiró para calmarse-. Iré directamente al hospital, pero tendré que dejar que cierres tú de nuevo.

– No te preocupes. Sólo espero que tu suegra esté bien.

Shea salió corriendo al coche y condujo aprisa hasta el hospital. Después, se pasó un rato interminable en la recepción del hospital mientras una joven enfermera averiguaba dónde se encontraba Norah. Shea siguió entonces sus indicaciones hasta llegar al número que le había dicho.

Mientras se acercaba, salió una enfermera de la habitación y Shea notó con alivio que era una joven a la que conocía de vista.

– Ah, hola, Shea- la saludó bastante animada-. Supongo que habrás venido a ver a tu suegra. La estamos preparando ahora mismo para la intervención.

– ¿Intervención?

Shea frunció el ceño con preocupación y la enfermera le dio una palmada en el brazo.

– Operamos de la vesícula a todas horas. Danos cinco minutos y después podrás entrar unos pocos minutos si quieres, aunque probablemente estará un poco adormilada. Vendré a buscarte en cuanto terminemos, ¿de acuerdo?

Shea le dio las gracias y se acercó al teléfono público de la pared para marcar el teléfono de su vecina con dedos temblorosos.

– ¿Sue? Soy Shea. Estoy en el hospital.

– Gracias a Dios. ¿Cómo está Norah?

– La van a operar de la vesícula. Voy a entrar a verla dentro de unos minutos. ¿Cómo ocurrió?

– Yo estaba en el jardín de atrás y ella me llamó. Me dijo que estaba teniendo otro cólico de vesícula y que se había caído en el césped. Salí corriendo y llamé al doctor. Cuando llegó, llamó él enseguida a la ambulancia. Yo quería buscar a alguien para que se quedara con los gemelos, pero Norah no me lo permitió. Me dijo que sólo te llamara a ti.

Shea gimió con suavidad.

– Gracias, Sue, por ayudar a Norah. ¿Crees que podrías tener un rato a Niall contigo cuando termine su partido? Me gustaría quedarme aquí con Norah.

– Claro. No te preocupes por Niall. Dale recuerdos a Norah y ya nos veremos cuando puedas.

Shea colgó con nerviosismo y paseó por el pasillo en espera de que apareciera la enfermera de nuevo. Sin embargo, antes de que llegara, el médico de Norah se reunió con ella.

– Ah, Shea, me alegro de que estés aquí. Vamos a intervenir a Norah de las piedras de la vesícula.

– ¿Está…? Quiero decir… -Shea tragó saliva-. ¿Se pondrá bien?

El doctor apretó los labios.

– Bueno, llevo queriendo que se opere hace meses, pero ahora la decisión es inaplazable. Como te puedes imaginar, hubiera preferido que no hubiera ocurrido así, pero… -se encogió de hombros-. Ella está en buena forma aparte de eso y no se esperan complicaciones.

– La enfermera me ha dicho que podría verla antes de que la lleven al quirófano.