Выбрать главу

En ese momento, salió la enfermera de la habitación y Shea entró con el doctor. Su suegra ya estaba echada en una cama móvil. Tenía los ojos cerrados y parecía muy pequeña y frágil. A Shea se le hundió el corazón y atravesó aprisa la habitación para tomarla de la mano.

Norah abrió los ojos.

– Shea. ¿Ya me han operado?

El doctor se adelantó, examinó a Norah y la animó antes de dejarlas solas.

– Oh, cariño. Me alegro tanto de que hayas llegado antes de que me lleven -dijo Norah un poco más despierta ya.

– Sólo puedo quedarme unos minutos antes de que te bajen al quirófano.

– Me alegro de que estés aquí -los dedos de Norah la apretaron-. Quiero hablar contigo.

– No intentes hablar -dijo Shea con suavidad-. Sólo relájate mientras te hace efecto la medicación.

– No, Shea. Debo hablar contigo.

Norah se incorporó y Shea la acomodó en la cama.

– Podremos hablar después de la operación. Ahora tienen bastante prisa. Y el doctor me ha dicho que las piedras de vesícula se operan ahora con mucha facilidad. Estarás de vuelta antes de enterarte.

– No. He querido hablar de esto contigo desde hace mucho tiempo, pero tenía miedo.

– Norah…

– Sé la verdad, cariño. Siempre la he sabido.

– ¿La verdad? -repitió Shea con suavidad.

Norah le apretó la mano de nuevo.

– Acerca de Niall. Sé que Jamie no pudo ser su padre. Tienes que contárselo a Alex, Shea. Tiene derecho a saberlo.

Norah parpadeó y Shea siguió allí de pie helada. ¿Norah lo sabía? ¿Pero cómo?

Norah abrió los ojos de nuevo.

– Niall es hijo de Alex, ¿verdad?

– Pero, Norah, ¿cómo…? -los labios helados de Shea se movieron con rigidez-. Jamie me dijo que nunca se lo diría a nadie.

Su suegra movió la mano negándolo.

– No hacía falta que Jamie me lo dijera, cariño. Y a mí nunca me importó. Niall es un niño precioso y Alex debería saber que tiene un buen hijo.

Cerró los ojos de nuevo y esa vez Shea notó que estaba dormida ya.

Shea se quedó allí con la mano de Norah entre las suyas como si el tiempo se hubiera paralizado.

¿Cómo lo habría averiguado Norah? Jamie le había dado su palabra de que nunca se lo diría a nadie. Shea miró a su suegra deseando preguntárselo, pero Norah estaba profundamente dormida.

La enfermera volvió y habló en voz baja con Shea mientras empujaban la cama móvil de Norah. Shea apenas se enteró de lo que le dijo la otra mujer.

Cuando Norah y la enfermera desaparecieron por la esquina, Shea se dio la vuelta y comprendió que no estaba sola en el pasillo.

Alex estaba enfrente de ella. Tenía la cara pálida y la miró como si no la hubiera visto antes.

Con un esfuerzo sobrehumano, intentó recomponerse y se secó una lágrima de los ojos.

– Oh, Alex. Ya no podrás ver a Norah. La acaban de bajar al quirófano. Es la vesícula. Pero el doctor dice que se pondrá bien.

Sus palabras murieron cuando la dura expresión de él atravesó la barrera de su disgusto.

– ¿Alex? -preguntó con debilidad.

Entonces se quedó fría como el hielo al preguntarse si Alex habría oído su conversación con Norah. No.

¿Cómo podría haberlo oído? Habían estado solas en la habitación.

Alzó la vista hacia él. ¡Dios bendito! No podía haber oído a Norah.

– Tienen que operarla inmediatamente -repitió Shea para llenar el silencio opresor-. Tiene piedras en la vesícula desde hace años, pero no quería operarse.

Alex seguía en silencio y ella iba a ponerle una mano en el brazo, cuando él se apartó como si le hubiera quemado.

A ella se le aceleró el corazón con aprensión.

– ¿Alex? ¿Qué es lo que pasa? -preguntó con una vocecita débil mientras temía que él ya supiera su secreto.

– Vámonos.

Alex se adelantó y la asió por los brazos para guiarla a lo largo del corredor.

– Alex, ¿qué es lo que…?

– Aquí no, Shea. Necesitamos intimidad.

Abrió la puerta de la primera sala de espera y, cuando se aseguró de que estaba vacía, la empujó dentro y se apoyó contra la puerta cerrada. Los dos se miraron fijamente.

– ¿Cómo has podido hacerlo?

El pánico la asaltó e hizo un esfuerzo por recuperar el control.

– ¿Hacer qué? Alex, no sé de qué estás hablando.

Él la miró fijamente como intentado averiguar la verdad.

– Y sea lo que sea, creo que podrías esperar a que Norah…

Se le apagó la voz cuando él dio dos pasos en su dirección.

El fuego rabioso de sus ojos la mantuvo inmovilizada.

– ¿Estabas embarazada de mi hijo y no me lo dijiste?

– Alex, esto es ridículo. Puedo explicarte…

– ¡Explicar! ¡Vaya lo que tengo que oír!

– Supongo que escuchaste a Norah. La habían sedado. No sabía lo que estaba diciendo. No sé por qué…

– No más mentiras, Shea -Alex levantó la mano-. Norah dijo la verdad. Lo puedo ver en tus ojos así que responde sólo a mi pregunta. ¿Por qué no me dijiste que esperabas un hijo mío?

Shea se sentía como si los latidos la fueran a ahogar y tragó saliva de forma compulsiva.

– Te olvidas, Alex, de que decidiste que nos separáramos por una temporada. Tú te fuiste a vivir tu vida. Sólo por unos años, dijiste. Yo no podía esperar tanto tiempo. ¿Qué se suponía que podía decirte?

– ¿Qué te parece la verdad? ¡Dios mío! ¿Crees que te hubiera dejado si lo hubiera sabido?

Shea se encogió de hombros.

– Nunca lo sabremos, ¿verdad? Pero creo que todo salió de la mejor forma…

– ¿De la mejor? ¿De la mejor para quién?

– Para todos nosotros.

– ¿Todos quieres decir tú y Jamie? ¿O sólo tú?

– No, quiero decir que resolvió todos nuestros problemas. Tú conseguiste lo que querías sin que yo te hiciera sentir alguna obligación hacia mí. Yo tuve un padre para mi hijo y Jamie, bueno, Jamie me amaba y…

Se encogió de hombros.

– ¿Sabes que me está poniendo enfermo escuchar todo esto? ¿Escuchar lo mucho que te amaba Jamie? -Alex se pasó una mano temblorosa por el pelo e inspiró para tranquilizarse-. Y ahora quieres asegurarte de que yo siga sufriendo diciéndome que dejaste que criara a mi hijo.

– Nadie podría haberlo hecho mejor que Jamie.

– ¿Crees que eso no lo sé? ¿Y crees que eso lo hace más fácil de soportar? -la miró con ardiente intensidad-. Sabes, imaginarte a ti y a Jamie juntos, bueno creí que era el mayor dolor que tendría que soportar en la vida. Pero estaba equivocado.

– Alex, por favor, no…

Shea sacudió la cabeza y se apartó de él para poner espacio entre ellos. Tenía los ojos velados por las lágrimas y, despacio, se dio la vuelta para volver a mirarlo.

– Ya sé que quieres… -tragó saliva-. Ya sé que quieres hablar de esto, Alex. Y lo haré. Pero ahora no. Después de la operación de Norah. ¿Podemos dejarlo hasta entonces?

Alex se pasó la mano por el mentón. Parecía no haberse afeitado. Shea se retiró con nerviosismo un mechón detrás de la oreja.

– Puedo entender que quieras saber…

– Muy comprensivo por tu parte, Shea -la interrumpió con sarcasmo.

– Pero el momento no podría ser peor. Los dos estamos preocupados por Norah y…

– Norah quería que habláramos de ello, si no recuerdas mal -explotó Alex con furia.

– Por favor, Alex. Necesito tiempo. Nunca…

– No pensabas decírmelo nunca, ¿verdad Shea?

Ella apartó la vista para no ver el dolor en sus ojos.

– Yo… -Shea sacudió la cabeza ligeramente-. Sinceramente no lo sé -dijo con suavidad.

Alex cruzó la habitación, se quedó de pie a espaldas de ella y se frotó distraído los músculos del cuello. Entonces se dio la vuelta hacia ella con la cara rígida.

– Bueno, hay una cosa que sí sé, Shea. Quiero a mi hijo.