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David Aston era bastante atractivo, con el pelo y ojos oscuros.

¿Un llorón? ¿Un enclenque? La descripción de Niall se le pasó por la cabeza y la apartó con sensación de culpabilidad. No, David era simplemente, bueno, un poco aburrido. Eso no quería decir que fuera un llorón.

Sin embargo, una cosa era cierta, reconoció Shea. Ella sabía que no la atraía. Ni ningún otro hombre. Y eso había sido así durante tanto tiempo…

Shea se removió agitada y se quitó con rapidez aquellas reflexiones de la cabeza.

– Entonces, ¿cómo crees que será la agenda para esta noche?

– Dejamos algunos puntos por discutir en la reunión del mes pasado -dijo con ansiedad David mientras giraba en la calle que conducía al centro de la ciudad-. Creo que alguien ha sugerido manifestarse ante el ayuntamiento contra el alcantarillado. No creo que eso sea un comportamiento aceptable.

Shea enarcó las cejas.

– ¿Así que no estás por la resistencia pasiva?

– Por supuesto que no. No veo el punto de exhibirse a sí mismo. Hay otras formas, bueno, más civilizadas de hacer las cosas.

– ¿Discusiones maduras? -sugirió Shea.

David se apartó el pelo negro de la frente.

– Por supuesto. La gente asocia las manifestaciones con el estilo de vida hippie. ¿No crees, Shea?

Shea se mordió el labio mientras reflexionaba. Había un buen número de gente con estilos de vida alternativos viviendo en Byron Bay y a Shea le parecía bien. Miró de soslayo a David y vio que tenía los labios apretados con desaprobación.

– Creo que la mayoría de la gente se movilizaría si fuera para conseguir algo.

– Pero hay canales adecuados. Es tan desagradable ver manifestarse a todos esos melenudos, con aspecto sucio.

Shea suspiró. La verdad era que no tenía ni la energía ni las ganas de discutir con David.

– Yo sé que relativamente soy un recién llegado. Sólo llevo aquí un año o así continuó David-, pero he elegido esto porque era una ciudad pequeña, bonita y tranquila sin ninguna de las llamadas «brillantes atracciones».

– Bueno, Byron Bay es desde luego así.

Shea contempló el puñado de casas modestas por las calles que pasaban. A ella le encantaba aquel sitio, con su estilo de vida relajado que normalmente se asociaba con las comunidades australianas playeras.

– He visto a Niall en bicicleta cerca de la playa esta tarde.

– Montar en bicicleta es una de sus pasiones en este momento -replicó Shea pensativa mientras recordaba las revelaciones de su hijo acerca de la casa grande-. ¿Cómo va el negocio inmobiliario ahora?

– No me puedo quejar. Vendí la casa de Martin al hijo de Jack Percy. Va a casarse a finales de año y piensa renovarla a tiempo para la boda.

– Eso está bien -inspiró antes de lanzarse-. Niall me ha dicho que ha visto a unos obreros trabajando en la casa grande blanca. ¿Se ha vendido?

– No que yo sepa. Y estoy seguro de que me habría enterado. Pero también podría ser que le venta se hubiera efectuado en privado hace unos meses, para poder ocupar legalmente la casa ahora.

Las sospechas verificadas le produjeron a Shea una sensación de ahogo en la boca del estómago. Ella sabía que, si hubiera habido una venta, David se habría enterado y se lo habría mencionado. Una venta de aquella magnitud hubiera corrido por toda la ciudad. Lo que significaba sólo una cosa.

– Es propiedad de un americano, ¿verdad? -irrumpió David en sus pensamientos.

– Sí. De Joe Rosten.

– Rosten, eso es. Es el director de una empresa de inversiones, ¿verdad?

– Algo así -replicó con cuidado Shea-. Una cadena de servicios de consultorías financieras. También tiene otros muchos negocios. Minas, inmobiliarias…

– Alguien me contó una vez que hasta tenía una empresa cinematográfica. ¿Es cierto?

– Sí, una pequeña. Pero creo que es más por afición.

O un grandioso regalo para su adorada hija única, pensó Shea para sí misma cuando una pena adormecida empezó a despertar dentro de ella. Apartó con firmeza aquellos pensamientos cargados de dolor a lo más profundo de su memoria. No podía, ni debía, permitirse recordarlo todo. Ahora no.

– Una afición, ¡vaya! -David giró al área de aparcamiento detrás del edificio de la reunión-. ¿Cuántos años tiene ese tipo? ¿Tiene familia? ¿Y cómo es que nunca viene aquí?

– La verdad es que tiene una hija -empezó Shea con cautela.

¿Qué pensaría David si le contara toda la historia?

– Una hija afortunada. ¿Y dónde puedo conocerla?

David se rió mientras salía del coche y se apresuraba a abrir la puerta del pasajero para ella. Eso le ahorró a Shea tener que dar una respuesta.

La sala que usaba la Asociación para el Progreso era vieja y destartalada y dejaba mucho que desear. Sin embargo, una gran multitud se aventuraba a asistir a las reuniones. Por muy aburridas que fueran, siempre aparecía un buen número de ciudadanos concienciados, reflexionó Shea mientras tomaba asiento con David en los bancos delanteros.

Rob, el moderador, tocó la campanilla y la reunión comenzó. No pasó mucho tiempo hasta que la discusión decayó y Shea se distrajo.

Por supuesto, tenía los pensamientos puestos en las revelaciones de Niall acerca de la gran casa blanca. Joe Rosten, el propietario y amigo del padre de Alex debía de tener ahora cerca de los setenta años y probablemente se habría retirado. ¿Habría decidido regresar a Byron Bay? Esa idea le trajo otras consideraciones alarmantes. Quizá su única hija lo acompañara.

Y su yerno.

– Bueno, yo no pienso involucrarme en ninguna manifestación de protesta.

La voz grave de David sacó a Shea de sus ensoñaciones, sintiéndose un poco culpable por no haber prestado ninguna atención.

– Estoy segura de que no será para tanto -empezó ella sin tener ni idea del tema por el que David mostraba tanto desagrado.

– Quizá sea un poco prematuro -sugirió una voz profunda desde el final de la sala.

Un hombre alto de pelo fino estaba avanzando hacia delante.

Llevaba unos vaqueros ajustados y una camisa lisa con las mangas enrolladas.

La dura luz fluorescente iluminó el reloj de oro de su muñeca izquierda, en cuya mano llevaba, en el dedo anular, un anillo de casado.

Todo aquello lo captó Shea de forma inconsciente. Su cuerpo abotargado no parecía poder reaccionar. Si hubiera estado sola y hubiera sido capaz de responder al sonido de aquella voz, a la vista de aquella cara familiar y desconocida a la vez, sabía que se habría desmayado.

Entonces, la audiencia pareció desvanecerse y sus ojos se encontraron, los de color café con los asombrados verdes marinos. Y el corazón de Shea empezó a acelerarse.

Capítulo 2

¡CÓMO HUBIERA deseado Shea poder estar sentada, en silencio, sola y recuperar algún amago de compostura apartada del público que atestaba la sala de reuniones! En aquellos interminables segundos sintió que toda su vida pasaba por delante de ella, con todos los placeres y dolores, con todos los logros, con todos los que ella consideraba fallos.

Ella era una niña pequeña en Brisbane, criándose en el calor y la seguridad del cuidado y amor de su madre. Era una huérfana de doce años viajando en dirección sur hacia Byron Bay para empezar una nueva vida con Norah Finlay, una madrina a la que apenas conocía. Era empujada al círculo desconocido de Norah y su hijo, Jamie. Y el sobrino de Norah, Alex.

Recordó de forma vívida el momento en que había conocido a Alex Finlay. Estaba grabado en su mente con una claridad que ensombrecía su llegada a la pintoresca costa de Byron Bay y a su encuentro con Norah y Jamie. Y aparentemente, sus recuerdos de aquel primer encuentro con él eran capaces de alterarla todavía.

Ella llevaba viviendo una semana con Norah y con su hijo de quince años, Jamie, cuando el sobrino de Norah había vuelto de una excursión escolar a Canberra, la capital de la nación. Sin embargo, en aquella semana de ausencia de Alex Finlay, su reputación le había precedido.