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—Sabía que lo harían —dijo McGavin—. Lo sabía. Tenemos un diálogo en marcha.

Ella sonrió.

—Y ahora nos toca el turno de responder de nuevo… cuando descubramos cómo se decodifica el mensaje.

Don ya había cruzado el recibidor y subía los seis escalones. Cuando llegó arriba, ella colocó el datacom al lado de su mejilla para que también él pudiera oír a McGavin. El robot, mientras tanto, se había situado justo en la puerta principal.

—Exactamente, exactamente —dijo McGavin—. Tenemos que continuar con la conversación. Y para eso la llamo, Sarah… No le importa que la llame Sarah, ¿verdad?

A ella en realidad le gustaba que la gente más joven la llamara por su nombre. La hacía sentirse más viva.

—En absoluto.

—Sarah, tengo… llamémoslo una proposición que hacerle.

Sarah no pudo evitar bromear.

—Mi marido está justo a mi lado.

McGavin se echó a reír.

—Una propuesta, entonces.

—Sigo aquí—dijo Don.

—Ja, ja —respondió McGavin—. Entonces llamémoslo una oferta. Una oferta que creo que no podrá rechazar.

En su juventud, Don hacía una buena imitación de Brando. Hinchó las mejillas, frunció el ceño y movió la cabeza como si sacudiera las quijadas, pero no dijo nada. Sarah se rio en silencio y le dio una palmada afectuosa en el brazo.

—¿Sí? —le dijo al datacom.

—Me gustaría discutirlo con usted cara a cara. Está en Toronto, ¿verdad?

—Sí.

—¿Le importaría venir aquí, a Cambridge? Le enviaría uno de mis aviones.

—Yo… no querría viajar sin mi marido.

—Por supuesto que no; por supuesto que no. Esto también le afecta a él, en cierto modo. ¿Querrán venir los dos?

—Hum, ah, concédanos un momento para discutirlo.

—Naturalmente.

Ella cubrió el micrófono y miró a Don alzando las cejas.

—En el instituto —dijo él— tuvimos que hacer una lista de las veinte cosas que queríamos hacer antes de morir. Encontré la mía hace algún tiempo. Una de las cosas que no he tachado todavía es «volar en un reactor privado».

—Muy bien —le dijo ella al datacom—. Claro. ¿Por qué no?

—Magnífico, magnífico —contestó McGavin—. Haré que una limusina los recoja y los lleve al Trudeau por la mañana, si les viene bien.

El Trudeau estaba en Montreal; el aeropuerto de Toronto era el Pearson… pero Sarah sabía a qué se refería.

—Bien, sí.

—Maravilloso. Mi secretaria se encargará de todos los detalles. Nos veremos mañana a tiempo para almorzar.

Y Bach empezó a sonar de nuevo.

4

Ahora que Don lo pensaba, resultaba irónico cuántas veces habían hablado Sarah y él del fracaso del SETI antes de su éxito. Llegó un día a casa, allá por… veamos, tenían cuarenta y tantos años, así que debió de ser allá por 2005, y la encontró sentada en su sillón reclinable recién comprado, escuchando su iPod. Don se dio cuenta de que no estaba escuchando música: siempre marcaba el compás con los dedos de las manos o con los pies cuando lo hacía.

—¿Qué estás escuchando? —le preguntó.

—Una conferencia —gritó Sarah.

—¡Oh, no me digas! —contestó él a gritos también, sonriendo.

Ella miró los pequeños auriculares blancos, algo cortada.

—Lo siento —dijo, a un volumen normal—. Es una conferencia que Jill dio en la Fundación Largo Ahora.

Don pensaba a menudo que el SETI era como Hollywood, con sus estrellas. En Tinsel Town, si tenías que usar tu apellido eras un paria, y lo mismo sucedía en los círculos de Sarah, donde Frank era Frank Drake, Paul era Paul Shuch, Seth era Seth Shostak, Sarah era Sarah Halifax y Jill era Jill Tarter.

—¿El largo qué? —dijo Don.

—El Largo Ahora —repitió Sarah—. Son un grupo que intenta potenciar el pensamiento a largo plazo, pensar en el ahora como en una época en vez de como en un punto del tiempo. Están construyendo un reloj gigantesco (el Reloj del Largo Ahora) que hace tic una vez al año, da una campanada cada siglo y tiene un cuco que asoma cada milenio.

—Buen trabajo, si puedes conseguirlo —dijo él—. Por cierto, ¿dónde están los niños?

Por aquel entonces Carl tenía doce años y Emily seis.

—Carl está abajo viendo la tele. Y he enviado a Emily a su cuarto para que vuelva a dibujar en la pared.

Él asintió.

—Y ¿de qué está hablando Jill?

No conocía a Jill personalmente, aunque Sarah sí.

—De por qué el SETI es, por necesidad, una propuesta a largo plazo —dijo Sarah—. Sólo que está sorteando el tema.

—Ella y tú sois prácticamente las únicas investigadoras capaces de hacer eso.

—¿Qué? Oh.

—Paso aquí toda la semana.

—Afortunada de mí. De cualquier forma, parece que no va al grano, porque el SETI será necesariamente una obra multigeneracional, como construir una gran catedral. Es algo que transmitimos a nuestros hijos y ellos transmiten a los suyos.

—No tenemos un historial impoluto en ese tipo de cuestiones —dijo él, encaramándose en el ancho brazo acolchado del sillón reclinable—. Ya sabes, el medio ambiente es algo heredado que nosotros legaremos a Carl y Emily. Y mira lo poco que ha hecho nuestra generación para combatir el calentamiento global.

Ella suspiró.

—Lo sé. Pero el protocolo de Kioto es un paso adelante.

—Apenas surtirá efecto.

—Sí, bueno.

—Pero no estamos hechos para eso de… ¿cómo lo has llamado? El pensamiento tipo «Largo Ahora». No es darwiniano. Estamos predispuestos genéticamente en contra.

Ella pareció sorprendida.

—¿Qué?

—Emitimos algo sobre la selección de familiares en Quirks y Quarks el mes pasado; me pasé una eternidad montando la entrevista. —Don era ingeniero de sonido en la CBC Radio—. Tuvimos de nuevo en antena a Richard Dawkins, por satélite, a través del Beeb. Dijo que en una situación competitiva, uno favorece automáticamente a su propio hijo antes que al hijo de su hermano. Naturalmente, ¿no?: tu hijo lleva la mitad de tu ADN y el hijo de tu hermano sólo una cuarta parte. Pero si las cosas se ponen difíciles entre tu sobrino y tu primo, bueno, entonces favoreces al hijo de tu hermano (o sea, a tu sobrino), porque tu primo sólo tiene una octava parle de (u ADN.

—Así es —dijo Sararí. Se estaba rascando la espalda. Se sentía muy cómoda.

El continuó:

—Y un primo segundo sólo tiene un treintaidosavo de tu ADN. Y un primo tercero sólo un sesentaicuatroavo de tu ADN. Bien, ¿cuándo fue la última vez que oíste que alguien donara un riñón para salvar a un primo tercero? La mayoría de la gente no sólo no tiene ni idea de quiénes son sus primos terceros, sino que además, dicho burdamente, le importa una mierda lo que les pase. No comparten suficiente ADN para que les importe.

—Me encanta cuando hablas en términos matemáticos —se burló ella. Las fracciones eran todo lo que comprendía Don.

—Y con el tiempo, el porcentaje de ADN compartido disminuye, como pasa con la coca adulterada. —Sonrió, encantado con el símil, aunque ella sabía bien que toda su experiencia con la coca tenía que ver con latas rojas y plateadas—. Sólo son necesarias seis generaciones para que tus propios descendientes estén tan poco relacionados contigo como un primo tercero… y seis generaciones es menos de dos siglos.

—Yo puedo darte los nombres de mis primos terceros. Están Helena y Dillon y…

—Pero tú eres especial. Por eso te interesa el SETI. Para el resto del mundo no tienen ningún interés darwiniano. La evolución nos ha moldeado para que no nos importe nada que no vaya a manifestarse pronto, porque ningún pariente cercano nuestro estará vivo para entonces. Jill probablemente está esquivando el tema porque es un planteamiento que no quiere reconocer: para el público en general el SETI no tiene sentido. Demonios, ¿no envió Frank una señal a un lugar situado a miles de años luz de distancia?