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—Bueno —dijo Sarah por fin, repitiendo lo que McGavin les había dicho hacía tantos meses—, vayamos al grano. Como le dije por teléfono, he conseguido descifrar el mensaje draco. Cuando le diga lo que dice, espero que esté de acuerdo conmigo en que no deberíamos hacer pública la respuesta.

McGavin se inclinó hacia delante, con una mano en la barbilla.

—Soy todo oídos. ¿Qué dice?

—Los alienígenas nos han enviado el genoma draconiano…

—¿De verdad?

—Sí, e instrucciones para fabricar un vientre artificial que lleve a término a un par de niños dracos, aquí en la Tierra, además de planos para una incubadora.

—Jesús —dijo McGavin en voz baja.

—Maravilloso, ¿verdad?

—Es… sorprendente. ¿Podrán vivir aquí?

—Sí, eso creo.

—Caramba.

—Pero hay una pega —dijo Sarah—. Los alienígenas quieren que sea yo su madre adoptiva. Pero soy demasiado vieja.

—Bueno, estoy seguro de que se podría crear un laboratorio adecuado… —empezó a decir McGavin.

—No —dijo Sarah, firmemente—. Nada de laboratorios, ni instituciones. Son personas, no especímenes. Se hará en una casa. Como dije, no puedo hacerlo yo, pero puedo elegir a quien lo haga en mi lugar.

La voz de McGavin fue amable y miró de reojo a Sarah mientras hablaba.

—No estoy seguro del todo de que ésa sea su prerrogativa.

—Oh, sí que lo es. Porque, verá, el mensaje con el genoma iba dirigido a mí.

—Ya lo ha dicho antes. Pero sigo sin saber a qué se refiere.

—La clave de descifrado. Es… para mí personalmente. Y no voy a decirle cuál es.

—No es su secuencia de respuestas de la encuesta, ni ningún sub-conjunto de esa secuencia —dijo McGavin—. Ya lo hemos intentado. ¿Qué más podrían saber sobre usted los alienígenas?

—Con el debido respeto, me niego a contestar.

McGavin frunció el ceño, pero no dijo nada.

—Ahora, como decía —continuó Sarah—, yo no puedo hacer esto personalmente. Pero puedo pasarle el genoma a quien me parezca… entregándole la clave de descifrado.

—Yo estaría dispuesto… —empezó a decir McGavin.

—La verdad es que lo veo más en el papel del tío rico —dijo Sarah—. Alguien tiene que financiar la construcción del vientre artificial, la síntesis del ADN y todo lo demás.

McGavin se agitó en su asiento.

—Además, ya tiene usted un trabajo que le absorbe todo el tiempo —dijo Don—. Demonios, si tiene un montón de trabajos que le absorben todo el tiempo: presidente de su compañía, director de su fundación de caridad, todas esas conferencias públicas que da…

El multimillonario asintió.

—Cierto. Pero si no lo hago yo, ¿quién entonces?

Don se aclaró la garganta.

—Yo.

—¿Usted? Pero ¿no era usted…? ¿Qué era? ¿Pinchadiscos o algo por destilo?

—Era ingeniero de grabación y productor —dijo Don—. Pero ésa fue mi primera profesión. Ya va siendo hora de que me embarque en la segunda.

—Con el debido respeto —dijo McGavin—, debería haber un comité de investigación.

—Yo soy el comité de investigación —respondió Sarah—. Y he tomado mi decisión.

—En serio, Sarah, debería haber un procedimiento formal de selección.

—Ya lo ha habido: el cuestionario draco. Usándolo, ellos me eligieron a mí, y yo elijo a Don. Pero necesitamos su ayuda.

McGavin no parecía contento.

—Soy un hombre de negocios —dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Qué hay para mí?

Don miró a Sarah, y vio que sus arrugas se contraían. El comentario de McGavin dejaba claro que sus respuestas a la encuesta no podían parecerse a las de Sarah… ni a las de Don. Pero ella tenía una contestación preparada.

—Se quedará con todos los beneficios biotécnicos que deriven de esto. No sólo del estudio del ADN alienígena, sino de los diseños del vientre y la incubadora, las fórmulas para los alimentos alienígenas y todo lo demás.

McGavin frunció el ceño.

—Estoy acostumbrado a controlar completamente las operaciones en las que participo —dijo—. ¿Me venderá la clave de descifrado? Puede poner un precio-Pero Sarah negó con la cabeza.

—Ya hemos decidido que su dinero no puede comprar lo único que yo querría.

McGavin guardó silencio un rato, reflexionando.

—Estamos hablando de un montón de tecnología —dijo por fin—. Sí, cierto, la síntesis del ADN es fáciclass="underline" hay laboratorios comerciales que pueden dividir cualquier secuencia que ordenemos. Pero fabricar el vientre artificial y todo eso… eso puede requerir su tiempo.

—Así es —dijo Don—. De cualquier forma, necesitaré tiempo para prepararme.

—¿Cómo? —preguntó McGavin—. ¿Cómo se prepara alguien para una cosa como ésta?

Don se encogió de hombros. Sabía que a esas alturas sólo estaba deduciendo.

—Supongo que estudiaré todos los ejemplos que existen: la cría de bebés de chimpancé en hogares humanos, los niños salvajes y esas cosas. No hay nada exactamente comparable, pero será un comienzo. Y…

—¿Sí?

—Bueno. Hice la lista, hace años, de las veinte cosas que quiero hacer antes de morir. Una era visitar al Dalai Lama. No es probable que lo consiga, pero supongo que debería prepararme… —Hizo una pausa, sorprendido de utilizar una palabra tan poco familiar—. Prepararme espiritualmente para algo así.

—Bueno, eso es fácil de conseguir —dijo McGavin.

—Usted… ¿usted conoce al Dalai Lama?

McGavin sonrió.

—¿No ha oído hablar de la teoría de los seis grados de separación? En el momento en que me conocieron, pasaron a estar a sólo dos grados de cualquier persona famosa. Lo resolveremos.

—Caramba. Bueno, gracias. Es que, ya sabe, quiero hacer un buen trabajo…

—Educando alienígenas —dijo McGavin, sacudiendo la cabeza como si empezara a asimilar la idea.

Don trató de que pareciera algo menos portentoso.

—Considere que es como si el doctor Spock se encontrara con el señor Spock.

McGavin lo miró sin entender. Indudablemente había oído hablar del vulcaniano, pero la fama del pediatra pertenecía a una época muy anterior a la suya.

—Bien —dijo Sarah—, ¿nos ayudará?

McGavin no parecía contento.

—Desearía que me dejara controlar esto. No se enfade, pero tengo mucha más experiencia encargándome de empresas importantes.

—Lo siento —dijo Sarah—. Tiene que ser así. ¿Está con nosotros?

McGavin frunció el ceño, considerándolo.

—Muy bien —dijo, mirando a Sarah y luego a Don—. Cuenten conmigo.

41

Unos cuantos días más tarde, Don subió al estudio buscando a Sarah, pero ella no estaba allí. Continuó por el pasillo, se asomó al dormitorio a oscuras y la distinguió a duras penas, acostada en la cama.

—Sarah… —llamó en voz baja. Era difíciclass="underline" si le hablaba demasiado bajo ella no podría oírlo, estuviera o no dormida, y si lo hacía demasiado alto la despertaría si estaba dormida.

A veces, sin embargo, se consigue el punto medio.

—Hola, cariño —dijo ella. Pero su voz era débil.

Él se acercó rápidamente al lado de la cama y se agachó.

—¿Estás bien?

Ella tardó unos segundos en responder, mientras él contaba cada uno de aquellos segundos.

—Yo… no estoy segura.

Don miró por encima de su hombro.

—¡Gunter! —llamó. Oyó los pasos del Mozo subiendo las escaleras con precisión de metrónomo. Se volvió hacia Sarah—. ¿Qué te pasa?

—Me siento… mareada —dijo ella—. Débil…