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—Por el amor de mi life. La está viendo otra vez —murmuró Tomi.

Juan apenas miraba la pantalla. Solo quería ver a Noelia, ya que en ese momento solo podía escuchar su voz.

—Yo me voy. Os dejo solos —cuchicheó Tomi y tendiéndole algo dijo—: Toma lo que me pediste y ahora como diría el abuelo Goyo ¡Suerte y al toro!

Tras enseñarle los pulgares de ambas manos en señal de buena suerte, el joven se marchó por donde había llegado. Durante más de diez minutos Juan estuvo escondido entre las sombras sin saber qué decir, ni qué hacer. Había pensado lanías cosas durante aquellas ultimas horas, que cuando llegó el momento de expresarlas apenas si podía reaccionar. De pronto la observó levantarse y dirigirse hacia una mesa grande de donde cogió un nuevo paquete de galletas. El corazón le comenzó a palpitar con fuerza. Escondido en la oscuridad la vio moverse por el salón a oscuras hasta que se sentó despreocupadamente sobre el respaldo del sillón.

—Oh Dios… no quiero verlo… no quiero verlooooooooo.

Confundido por lo que ella decía y por la intensidad de la música, la vio escurrirse por el respaldo del sillón y en el momento álgido de la película gritar entre sollozos:

—¿Por qué te tienes que morirrrrrrrr? ¿Por quéeeeeeeee?

Asustado por sus sollozos, Juan salió de las sombras dispuesto a consolarla. Ella al sentir una presencia se asustó, se levantó a oscuras, cogió la botella de cristal y la lanzó contra su oponente. Se escuchó un golpe, una blasfemia y el cristal caer al suelo y hacerse añicos. Sin perder un segundo, la joven lanzó también el vaso y cuando iba a tirar el Oscar escuchó:

—¡Canija… para que soy yo!

Esa palabra. Esa voz, le hicieron parar de golpe. Se agachó y cogió un mando. Presionó un botón y se quedó sin palabras al encenderse la luz y descubrir que quien estaba ante ella empapado de agua era él, tan impresionantemente atractivo como siempre.

Deseo correr hacia él y abrazarle, pero sus pies parecían clavados al suelo. Todavía recordaba lo que había sucedido la noche anterior en casa de Anthony, y las terribles cosas que él le dejó en el contestador de su móvil y eso no pensaba perdonárselo. Sin dejar de mirarle, agarró el Oscar con seguridad entre sus manos y se puso tras el sillón para mantener las distancias con él.

—¿Cómo has entrado?

—Cielo… escúchame.

—¿Qué haces aquí? Le dije a Tomi que no quería verle ¡Fuera de mi casa! —gritó con gesto hosco.

Juan, que gracias a la luz por fin podía ver el rostro de Noelia, sintió deseos de abrazarla, estaba preciosa con aquel pijama, el pelo desgreñado y la boca sucia de migas de las galletas Oreo. Pero su actitud combativa y la tensión que reflejaban sus movimientos le indicaron cautela.

—Lo primero de todo cielo, baja el Oscar y…

—¡No me llames cielo! Ni canija… ni nada —vociferó muy enfadada.

—Vale… de acuerdo —asintió acercándose a ella despacio.

—No quiero que estés aquí. No quiero verte. No quiero necesitarte. No quiero quererte. Solo quiero que te vayas y desaparezcas por dónde has venido o te juro que lo vas a lamentar.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada de eso, porque he venido a por ti.

—¿A por mi? ¿Te has vuelto loco?

Juan sonrió y al ver como ella resoplaba asintió y dijo:

—Sí… estoy completamente loco por ti.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Noelia intentó centrarse. Ante ella estaba el hombre al que amaba, pero que también le había partido el corazón con sus palabras, y cambiando el peso de un pie al otro gritó:

—¡Me dejaste muy claro lo que sentías hacía mi! En tu mensaje me dijiste que me odiabas. Que yo era la peor persona del mundo. Me dijiste que…

—Siento todo lo que dije. Me arrepiento de haberte enviado ese maldito mensaje cuando lo que realmente tenía que haber dicho era que te quería. Que volvieras conmigo. Que no podía vivir sin ti, que el único problema en nuestra relación era yo con mis continuos miedos hacia ti y tu profesión, —al ver que ella bajaba el Oscar continuó—: Esperé tu llamada. Tu respuesta. Tu enfado. Tú siempre te jactas de decir la última palabra ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me insultaste? ¿Por qué?

—Porque no quería hacerte más daño del que ya te había hecho Juan —gimió cogiendo un kleenex de la mesa— …por eso no te llamé.

—Sé que las cosas que me dijiste aquel día no las sentías. Lo hiciste para que yo te odiara y me alejara de ti ¿verdad?

Ella no respondió y el insistió:

—La mujer que yo conocí, nunca me hubiera dicho que yo no podría seguir su ritmo de vida porque nunca ha sido una clasista. La mujer que yo conocí no tenía enamoramientos caprichosos porque ama de verdad y selecciona muy bien a quien querer. Pero tú, como buena actriz, dentro de mi furia aquel día conseguiste engañarme. La mujer que habló y dijo cosas terribles fue Estela Ponce. Escondiste a Noelia y su sensibilidad y me diste lo que yo, en cierto modo, me merecía escuchar ¿verdad canija? Y por favor, no me mientas.

Boquiabierta por escuchar aquello murmuró:

—Yo… yo te quería, te adoraba por ser como eras, por mirarme como me mirabas, por reírte conmigo por lo mal que cocino, pero…

Canija ven…

—No.

—Ven cielo…

—No —gruñó ella—. Hemos tenido dos oportunidades para darnos cuenta que lo nuestro no puede funcionar. Somos demasiado diferentes. Nuestros mundos son demasiado dispares y… y… a mi me gusta ser actriz, ¡quiero ser actriz! Tanto como a ti te gusta ser un geo español. Tú no soportas que yo bese a otros por exigencias del guión, y yo no soporto que te juegues la vida cada vez que sales de casa y te diriges a alguno de esos peligrosos operativos. Además, está la prensa y sus continuos cotilleos y…

—¿Y?

Sorprendida por aquella pregunta y cada vez más aturdida por cómo la miraba, se retiró su rubio pelo de la cara y aclaró:

—Pues que yo no puedo ofrecerte lo que tú necesitas por que mi mundo está plagado de cámaras, fotos, indiscreción, preguntas y…

—Ven cielo

—No… escúchame —exigió ella—. Tú adoras tu anonimato, tu tranquilidad y yo no puedo darte eso. La prensa, ellos…

—Les miraremos y les diremos eso de: ¿Y a ti que te un porta?

Noelia sonrió, pero segundos después cambio su gesto.

—Por favor vete. No lo hagas más difícil.

Pero Juan no se movió y clavando su oscura mirada en ella dijo.

—Vi la entrega de los Oscar y creí entender que sentías algo por mí.

Asombrada porque él hubiera escuchado su breve discurso, tragó el nudo de emociones que tenía atascado en la gar ganta y cogiendo otro nuevo kleenex se sonó la nariz.

—¿Vista la entrega de premios? —él asintió y ella bajando sus defensas cerró los ojos y dijo—: Oh Dios… soy patética ¡patética!

—Mi sueño eres tú —insistió acercándose a ella—, Y voy a luchar por ti, quieras o no. Y si hoy no me crees, mañana te buscaré y volveré a decirte que te quiero para que te des cuenta que soy real y que quiero hacer todos tus sueños realidad. Y si mañana sigues sin creerme, te seguiré como tú hiciste conmigo en Sigüenza hasta que conseguiste que no pudiera vivir sin ti.

—No sé por qué dije aquello… —murmuró confundida por las cosas tan bonitas que Juan le decía—. Estaba tan feliz por haber ganado el Oscar que… que se me fue la lengua como a Tomi y ¡oh Diosss!

Aquel descuido fue el que Juan aprovechó para acercarse a ella, quitarle el Oscar de las manos y abrazarla. Sin tacones aún era más pequeña de lo que recordaba y al aspirar el perfume de su pelo y su piel sonrió. Por primera vez en aquellos duros meses, su cuerpo sintió que estaba donde tenía que estar. Con ella. Durante unos segundos permanecieron callados y abrazados.