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—Venga… venga, no seas exagerada Irene. Creo que te preocupas en exceso.

Irene, tras la muerte de su madre, hizo de madre, especialmente para Eva y para él. Su padre tenía que trabajar y alguien debía de ocuparse de que los pequeños comieran, estudiaran y fueran al colegio. Y esa fue Irene, con la ayuda de Goyo, su abuelo materno. El único abuelo vivo que aún les quedaba. Mientras tomaba el café y hablaba con su hermana por teléfono, sonó el portero automático de la casa.

—¿Quién llama a tu puerta?

—Pues no lo sé, cotilla, no tengo poderes —rio Juan caminando hacia la entrada.

—¿En serio? —se guaseó sabedora que para la familia, y en especial para su sobrino Javier, era un superhéroe.

M pitido de la puerta volvió a repetirse y Juan, a través del teléfono, respondió.

—¿Quien es?

—Soy Quique, el cartero. Traigo un sobre certificado para ti.

—Ahora mismo salgo —y antes de dejar el teléfono sobre la entrada dijo—: Irene, espera un segundo que voy a firmar una carta certificada.

Juan salió al exterior para recoger la carta acompañado por Senda.

—Hola, Quique —saludó al cartero de toda la vida.

El hombre, con una sonrisa de oreja a oreja, le entregó un sobre y un bolígrafo.

—¿Hoy no trabajas? —le preguntó.

—No. Hoy libro —respondió mientras firmaba.

Con el sobre en las manos Juan observó el logotipo del Castillo de Sigüenza. Se despidió del cartero, entró en su casa y cogió el teléfono donde esperaba su hermana.

—Ya he vuelto.

—¿Qué tenías que firmar?

—Un sobre que me ha llegado del Castillo de Sigüenza.

—¿Del castillo? —preguntó sorprendida—. ¿Será que va a haber alguna fiesta o algo así?

Juan sonrió y dejándolo sobre la mesa del comedor continuó hablando con su hermana un rato más hasta que finalmente se despidió. Cuando caminaba hacia la cocina reparó en el sobre y lo abrió. Dentro había una pequeña nota en la que ponía:

Sé que es una locura pero ¿quieres cenar conmigo?

Te espero hoy a las nueve en la suite 4e

N.

Sorprendido, la releyó. ¡¿N?! ¿Quién sería esa N? Finalmente pensó que se trataría de alguna encerrona que Laura, la mujer de Carlos, le habría preparado. Seguro que se trataba de Paula, que trabajaba en el Parador, quien habría planeado aquello. Eso le hizo sonreír. Aquella explosiva mujer era tremendamente ardiente, suspiró y dejó la nota sobre la mesa. Tenía cosas que hacer, pero si a la hora indicada estaba libre, por supuesto que iría.

Una hora después, cuando se preparaba para ir a casa de su padre sonó su móvil. Era el comisario jefe. Había ocurrido algo en Madrid y necesitaba que acudiera inmediatamente a la Base. Sin tiempo que perder, llamó a casa de su padre desde .su Audi RS 5. No podía ir. Tenía que trabajar.

12

En el castillo de Sigüenza Noelia se esforzaba por aparentar tranquilidad, pero era imposible. Todavía no sabía qué había ocurrido para que ella lo dejara todo y estuviera allí esperando hecha un flan a un hombre que no conocía, y con el que apenas había estado consciente veinticuatro horas.

—Son las ocho y media, queen mía —rio Tomi—. Creo que deberías vestirte ya, no vaya a ser que él esté tan impaciente por verte que aparezca antes de tiempo.

Horrorizada como pocas veces en su vida la joven miró a su primo con desesperación.

—¿Qué me pongo?

Tomi, más nervioso que ella por la situación, empezó a rebuscar en los dos maletones de Noelia. Por fin sacó una camisa negra de gasa y una falda roja entallada hasta los pies.

—Visto que solo tienes cuatro trapitos, esto irá bien. Estarás ¡divine! Eso sí, ponte el sujetador purple, ese que te realza los pechos. La camisa te sienta infinitamente mejor.

Al ver el conjunto, Noelia protestó.

—Por Dios, Tomi que no voy de cena a la embajada. Que voy a cenar aquí en la habitación.

—¿Y qué? ¿Acaso no quieres que te vea divine?

Ella asintió. Tenía razón. Así que cogió lo que le entregaba, hecha un manojo de nervios, y comenzó a vestirse. Cuando acabó se miró en el espejo y decidió dejar suelta su bonita melena ondulada. Le daba un aire sofisticado.

A las nueve menos cinco, Tomi se marchó a su habitación tras darle dos besos y desearle suerte con aquel encuentro. A las nueve en punto Noelia, retorciéndose las manos, no sabía si sentarse o mirar por la ventana. Parecía una quinceañera a punto de tener su primera cita. Diez minutos después su impaciencia le hizo encender un cigarrillo. Seguro que tardaría en llegar. Veinte minutos después comenzó a cuestionarse si ni tan siquiera vendría y una hora y media más tarde, molesta por el desplante, supo que no aparecería. A las once, tras dos horas de espera, se desmaquilló y se quitó la ropa, y cuando se echó en la cama suspiró enfadada. ¿Quién la mandaría a ella ir allí?

A la mañana siguiente, Tomi se despertó a las siete de la mañana. Pensó en ir a la habitación de su prima, pero finalmente decidió no molestar, no fuera que continuara con él en la habitación. A las once, sorprendido porque ella aún no hubiera dado señales de vida, se encaminó hacia la suite y cuando ella le abrió supo que algo no muy bueno había pasado.

—¿¡Que no vino el hombre de Harrelson?!

—No.

—¿Te dejó plantada, honey?

—Si.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Totalmente, y no vuelvas a preguntármelo.

Sin dar crédito a sus palabras y llevándose las manos a la cabeza susurró incrédulo:

Oh. my God. Cuchi, ese hombre te ha dicho no.

A Noelia no le gustó como sonaba aquello. Ya fue bastante humillante el plantón como para que su primo se lo recordara.

—Me estás enfadando Tomi. Me estás enfadando y mucho.

Aun incrédulo porque alguien dejara plantada a su prima, la gran estrella de Hollywood, añadió:

—Bueno, bueno, darling no pasa nada. Nadie se ha enterado de ello. Por lo tanto no te preocupes, nadie se reirá de ti.

—¿como que nadie se ha enterado? Lo sabemos nosotros, te parece poco? Y ya puedes ir borrando esa sonrisita que tienes en la cara o yo….

—Tranquila honey, yo no me rio de ti, solo me sorprendo.

Sin embargo Noelia era consciente del plantón.

—Pero… pero ¿Quién se ha creído ese idiota para dejarme plantada? Maldita sea, estoy tan ofendida que apenas he podido descansar, y todo por su culpa. Su maldita culpa.

Al ver el enfado que tenía, intentó tranquilizarla sentándola en la cama. Noelia estaba acostumbrada a que todo el mundo bailara a su son, y que alguien se saliera de lo que ella consideraba normal no le gustó.

—¿Sabes lo que te digo?

—¿Qué? —preguntó Tomi.

—Que no me voy a quedar con las ganas de decirle al idiota ese cuatro cositas bien dichas. Ese no sabe quién soy yo.

—Ay Noelia… que tú tampoco sabes quién es él.

Sin escucharle ni darle tiempo a reaccionar, se encaminó hacia la puerta. Tomi la pilló del brazo y la paró.

—¿Dónde vas cuchi?

—A su casa.

—No… no… no. ¡Ni lo sueñes! No puedes hacer eso.

—¿Por qué no puedo hacerlo?