—Porque you are Estela Ponce, tienes un pronto muy malo y una diva como tú no debe hacer esas cosas. Si él no quiso acudir a su cita. Él se lo pierde.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Ahora mismo te vas a dar una duchita relajante, te vas a poner el antifaz y te vas a sleep. Ay, queen mía, se nota que no has dormido tus eight horitas y tienes la piel tremendamente ajada.
Noelia salió disparada hacia al espejo, se miró y susurró escrutándose el rostro:
—¿Tanto se nota?
—Ajá. Por lo tanto, no se hable más. Son las once y media. Te dejaré dormir hasta las two o’clock. Después te despertaré, nos montaremos en el car, nos dirigiremos al airporty nos marcharemos para Los Angeles happy y con glamour y, por supuesto, nos olvidaremos de este incidente tonto y absurdo. ¿Qué te parece la idea?
Mirando su propio reflejo en el espejo, Noelia suspiró y tras entender que era lo mejor, asintió.
Cinco minutos después Tomi se marchó y ella se tumbó en la cama. Sin embargo, al cabo de un rato, harta de dar vueltas de un lado para otro, tiró el antifaz, a un lado y, levantándose, murmuró mientras cogía los vaqueros:
—Ah no…, de aquí no me marcho yo sin decirle a ese creído cuatro cosas.
Miró su reloj. Las doce menos cinco. Tenía tiempo para ir y volver antes de que Tomi acudiera a despertarla. Tras coger su móvil se puso la gorra para esconder su llamativo pelo rubio y poniéndose las gafas de sol para que nadie identificara su rostro, salió con cuidado del parador. Al llegar a recepción vio a Menchu y esta rápidamente salió de detrás del mostrador.
—Buenos; días, señora Ponce.
—Noelia, llámame Noelia, por favor, Menchu.
La joven, feliz porque recordara su nombre, ansiando hablar con ella sonrió y le preguntó cortésmente:
—¿Ha dormido bien?
—Si. Maravillosamente —susurró y mirándola preguntó ensenándote un papel— ¿Sabes cómo puedo llegar hasta esta dirección?
Sorprendida, la joven leyó la dirección. Caminó con ella hasta puerta del parador y cuando iba a responder se oyó tras ellas:
—Menchu, ¿cuántas veces tengo que decirte que no abandones la recepción?
Menchu se quedó petrificada, algo que Noelia no pasó por alta y, dándose la vuelta, la joven recepcionista respondió:
—Paula, te estaba indicando a la señora como ir a…
—Para eso tienes los mapas que regalamos —espetó la morena de grandes pechos poniendo un mapa sobre el mostrador Así es como hay que atender a un huésped, no como in lo estas haciendo. Pareces tonta, Menchu. ¿Cuándo vas a aprender?
Noelia se ofendió al escuchar aquello. Nunca le había gustado la gente que para demostrar su superioridad insultaba a los que estaban por debajo. Por ello, y sin poder remediarlo, se encaró con aquella, parapetada tras sus enormes gafas oscuras y su gorra.
—Disculpe señora, pero Menchu estaba siendo sumamente amable conmigo y no se merece que usted la trate así delante de mi.
La mujer la mió y respondió sin cambiar su gesto.
—Me alegra saber que Menchu ha aprendido al menos a ser cortés, pero todavía tiene mucho que aprender para trabajar en este parador.
En ese momento sonó el teléfono de recepción y dándose la vuelta la mujer atendió la llamada. Dos segundos después colgó y con el mismo ímpetu que apareció, desapareció.
—¿Quién es esa mujer tan estúpida?
—Oh… señorita Ponce ella…
—Noelia… te he dicho que me llames por ese nombre, ¿vale Menchu?
La joven sonrió y respondió.
—Se llama Paula. Una mujer que llegó hace tres años aquí y de la que poco más se sabe.
—¿Cómo puede tratarte así? ¿Por qué se lo permites?
—Necesito el trabajo y ella es una de las encargadas. Vivo sola, hay mucha crisis y sinceramente, por mucho que me ofenda y me den ganas de arrastrarla por el parador, necesito este trabajo para vivir.
Conmovida por las palabras de la joven recepcionista Noelia asintió. En momentos así era cuando se daba cuenta que ella era una privilegiada en la vida. Menchu, para olvidar lo ocurrido, dijo señalando hacia la derecha de la fortaleza.
—Si baja por ese camino llegará hasta unas casas blancas. Una vez allí, tuerce a la derecha y continúa de frente hasta una rotonda. Uní vez pase la rotonda la segunda calle a la izquierda es la que busca.
—Casas blancas, derecha, rotonda y segunda a la izquierda —repitió Noelia— Gracias, Menchu. Y por favor, si ves a mi primo no le digas que me has visto ¿de acuerdo?. Ah, y tutéame, por favor.
La recepcionista asintió y, emocionada, vio como la actriz más guapa de Hollywood, ¡la que acababa de pedirle que la tuteara!, se alejaba en su coche.
13
Agotado tras una noche movidita por su trabajo, Juan llegó a su casa. Había sido un operativo laborioso. Cuatro terroristas rumanos en busca y captura internacional habían sido interceptados en una casa del viejo Madrid y los geo habían entrado en acción para detenerles. El operativo había sido un éxito pero la tensión de las horas previas y el momento de entrar en acción le dejaban extenuado. Soltó las llaves en el recibidor y saludó a su perra Senda que rápidamente acudió a la puerta a recibirle.
—Hola, preciosa ¿me echaste de menos?
El animal, feliz por la llegada de su dueño, saltaba como un descosido a su alrededor, haciéndole reír.
—Vale… vale… para ya. Ahora vendrá Andrés a sacarte. Estoy agotado para pasear contigo.
Tras conseguir que la perra se calmara, se encaminó hacia la cocina. Una vez allí cogió un vaso y la leche y se sirvió café de la cafetera. Sacó unas magdalenas y se sentó en la mesa. Necesitaba comer algo. Después se ducharía y se acostaría.
Cuando terminó, metió la taza en el lavavajillas y cuando salía de la cocina se quitó la camiseta, quedándose desnudo de cintura para arriba.
De pronto sonó el timbre de la puerta. Seguro que era Andrés, el muchacho al que pagaba para que sacara a Senda los días que él no estaba. Siempre llamaba antes de entrar, por lo que Juan continuó su camino. Andrés tenía llave y entraría para coger a la perra. Pero no. No entró y el timbre volvió a llamar con más insistencia.
—¿Quien es? —preguntó Juan apoyado en la pared con el telefonillo en la mano.
Al escuchar su voz Noelia, inexplicablemente, se paralizo. ¡Era él! Miro a ambos lados de la calle y susurro:
—Soy Noelia.
Apoyado en la pared y con el telefonillo en la mano volvió a preguntar.
—Perdona pero no he oído bien. ¿Quién eres?
—Noelia…
—¿Quién?
—Estela Ponce —bramó enfurecida—. Abre ya la maldita puerta.
Ahora el sorprendido era él. ¿Estela Ponce? ¿Qué hacía aquella mujer en su casa? Apretó el botón de entrada y oyó cómo la puerta de fuera se abría y se cerraba mientras bajaba los escalones de cuatro en cuatro. Sin perder el tiempo abrió la puerta de la calle. Ella entró como un vendaval, mirándole parapetada tras sus enormes gafas negras y su gorra.
—Nunca pensé que pudieras ser tan desagradecido. Te estuve esperando hasta Dios sabe cuándo y casi no he dormido, cuando para mí dormir las horas necesarias es una obligación. ¿Por qué no viniste?
Juan se quedó boquiabierto. Efectivamente aquella mujer era quien decía, pero la sorpresa fue tal que apenas pudo articular palabra. ¿Qué hacía aquella mujer en su casa? ¿En Sigüenza?
Ella, a diferencia de él, no paraba de moverse y de hablar. Parecía que alguien le hubiera puesto pilas hasta que, finalmente, cuando sintió que este cerraba la puerta se calló.