—¿Se puede saber que haces tú aquí?
Escuchar aquel tono grave de voz hizo que ella se paralizara y se sintiera pequeñita ante aquel gigante, pero clavando su mirada en su torso desnudo murmuró en un hilo de voz:
—No… no lo sé. Solo sé que ayer te envié una nota desde el Castillo invitándote a cenar y…
—¿Me la enviaste tú? —cortó él al recordar la invitación de la suite cuarenta y seis.
—Pues claro, ¿quién creías que te invitaba?
Sorprendido como en su vida, y sin entender que hacia aquella actriz de Hollywood en el salón de su casa, respondió mofándose de ella:
—Sinceramente cualquiera de mis amigas, pero nunca la estrellita.
La visión de Juan desnudo de cintura para arriba y con los vaqueros caídos en la cintura y el primer botón desabrochado hizo que a ella se le resecara la garganta.
Dios mío… qué sexy pensó incapaz de despegar su mirada de él.
El tatuaje de su brazo derecho, unido al oscuro tono de su piel, la excitó. Los hombres con los que solía estar eran modelos o actores, todos hombres guapos y fuertes. Pero su cuerpo fibroso y poderoso, y la sensualidad que desprendía, nada tenían que ver con lo que ella conocía.
Sin apenas moverse de su sitio, Juan se cruzó de brazos y con gesto indescifrable volvió a interrogar a la joven que no le quitaba ojo de encima.
—¿Me puedes decir qué haces en mi casa?
Tragando el nudo de emociones que se le habían agolpado en la garganta, Noelia se quitó las gafas para dejar al descubierto sus impresionantes ojos azules.
—Yo… bueno… el caso es que… es que…
—¿Es que qué? —exigió Juan.
Aturdida por lo que aquel hombre con solo su presencia le hacía sentir, finalmente murmuró consciente de lo ridícula que era la situación:
—Quería saber porque no me saludaste el otro día cuando nos vimos.
—¿Que nos vimos? ¿Cuándo?
Abriendo la boca para protestar, ella cambió el peso de una pierna a otra y respondió.
—En el Ritz, o acaso me vas a decir que tú no eras el poli vestido de negro que me dio agua y habló conmigo.
Juan no respondió. Una de las primeras normas de su trabajo era no revelar a gente ajena a su círculo su específica profesión.
—No sé de que hablas.
—Por faavooor… —se mofó esta—, eso no te lo crees ni tu. Sé que eras tú y no puedes negármelo.
—Quizás te estás equivocando de persona —respondió admirando en vivo y en directo a la joven que un día conoció y que en la actualidad era una de las actrices mejor pagadas de Hollywood.
—No. No me equivoco. Sé lo que digo ¿Y sabes por qué lo sé?
Divertido por como ella le señalaba preguntó:
—¿Por qué lo sabes?
—Porque solo ha habido dos personas en mi vida que se refirieran a mi de una determinada manera. Una fue mi abuela, y la otra fuiste tú.
Maldita sea. Lo oyó pensó mientras disfrutaba de la visión que ella le ofrecía. Vestida así, con vaqueros y abrigo largo podría pasar por una joven cualquiera. Aunque cuando le mirabas el rostro todo cambiaba. Aquella cara, aquellos espectaculares ojos celestes y el pelo rubio que ocultaba bajo su gorra la hacían inconfundible. Había salido en demasiadas películas y series de televisión como para pasar desapercibida.
—Creo que tu subconsciente te traicionó.
Noelia fue a responder cuando sintió que algo le rozaba las piernas. Al bajar la mirada y ver el enorme perro, en lugar de asustarse, le tocó la cabeza y sonrió. Senda rápidamente movió el rabo feliz y se sentó a su lado.
Juan, todavía como en una nube, las observó. Su exmujer y su perra mirándose con gesto de aprobación.
¿Qué narices está pasando aquí? pensó malhumorado y tras llamar a la perra y sacarla al patio dijo mirando a la muchacha que continuaba parada en la entrada:
—Necesito un café para despejarme. Si quieres uno sígueme.
Con la tensión a mil, la chica le siguió sin poder dejar de admirar aquella espalda ancha y morena y aquel perfecto trasero que bajo sus Levi´s desteñidos parecía de acero. Una vez llegaron a la cocina Noelia se sorprendió al verla impoluta. Era una cocina en blanco y azul, limpia y ordenada.
—¿Solo o con leche? —preguntó al verla mirar a su alrededor.
—Con leche desnatada,
Levantando una ceja Juan la miró y dijo con dureza.
—No tengo leche desnatada. Solo leche normal y corriente. ¿Te vale o no?
Molesta por su tono ella le miró y asintió.
—Por supuesto que me vale.
Tras servir los cafés, Juan apoyó la cadera en la encimera.
—¿Noelia o Estela?
—Noelia.
—Muy bien, Noelia. ¿Cómo has conseguido mi dirección? Si mal no recuerdo la dirección que le di al abogado de tu papaíto hace años era la de mi padre.
Avergonzada por tener que contestar, intentó desviar la atención quitándose la gorra para liberar su pelo rubio.
—Uf… ¡qué calor! —dijo distraída.
Sin darle tregua y queriendo saber que era lo que ella sabía de él insistió:
—Te he preguntado algo y espero una respuesta.
—Tengo mis métodos —susurró dando un trago a su café.
Molesto por aquello, observó como sus ondas rubias caían sobre sus hombros de forma sedosa y sensual.
—¿Me has estado investigando?
—Nooooooo.
—¿Entonces cómo sabes donde vivo?
—Bueno… es que…
Juan acorralándola para que dijera la verdad insistió con cara de pocos amigos.
—Llevo razón en lo que digo, ¿verdad?
—No… bueno sí… bueno no… A ver, no es lo que parece —respondió ella mientras se cogía un mechón de pelo y lo retorcía con un dedo—. Yo solo quería saber por qué no me saludaste el otro día. Sé que eras tú y…
Sr oyó de nuevo el pitido de la puerta.
Andrés pensó juan. Y antes de que pudiera reaccionar, oyó su voz en el patio de la casa llamando a la perra.
—Senda, preciosa ¡vamos a pasear!
Noelia al escuchar aquella voz cercana miro alertada a ambos lados y susurro nerviosa:
—¿Quién es? ¿Quién habla?
—Es Andrés.
Dejándole boquiabierto se levantó y agachándose detrás de la puerta de la cocina murmuró:
—Por favor… no puede verme. Si alguien me ve y me reconoce, la prensa vendrá y…
Juan cogió la correa de Senda y abriendo la puerta corredera de la cocina saludó a aquel antes de que entrara en la casa.
—Hola Andrés.
El muchacho, un chico del pueblo con una minusvalía física al andar, sonrió al verle.
—Hola Juan. He visto el coche aparcado y no sabía si querías que la sacara hoy o no.
—Sí… sácala. Acabo de llegar de trabajar y estoy agotado.
Andrés, que adoraba a Juan, preguntó:
—¿Ha sido una noche dura?
—Sí. Aunque más dura está siendo la mañana, te lo puedo asegurar —murmuró mirando hacia el interior de la cocina.
El joven cogió la correa de la perra.
—¿Quieres que la traiga de nuevo aquí o la dejo en casa de tu padre?
Tras pensarlo durante unos segundos Juan respondió:
—Llévala donde mi padre. Dile que iré a recoger a Senda allí y que comeré con él y el abuelo.
—De acuerdo. ¡Vamos Senda!
La perra encantada de salir a la calle, se dejó sujetar por el joven. Dos minutos después, este salía del jardín y Juan entraba de nuevo en la cocina y cerraba la puerta.
—Ya puedes salir estrellita. Nadie va a verte —dijo mirando hacia la puerta.
Como si de una niña se tratara, Noelia asomó la cabeza y, al comprobar que estaban solos, se levantó y volvió a sentarse a la mesa. Después cogió su café y tras dar un trago preguntó: