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—¿Te ha gustado la morenaza?

Juan no respondió, simplemente continuó observando. Deseaba que ella se diera la vuelta para verla de frente. Pero no, la morena, en ningún momento se giró. Finalmente y sin poder contener un segundo más la necesidad de saber si lo que creía era cierto o no, se levanto y se dirigió hacia sus compañeros. Con disimulo, se acercó a la barra y se apoyó en ella. Aquel ángulo era estupendo para verle la cara a la joven que ahora reía a carcajadas por algo que Lucas decía. Cuando esta levantó el rostro para mirar a su compañero Juan respiro al ver sus ojos oscuros. No era ella. Sonriendo pidió otra cerveza al camarero cuando, de nuevo, ella repitió el movimiento. Aquel gesto y como ella cambiaba el peso de una pierna a otra volvieron a atraer su atención. Tras pagar su consumición cogió el botellín y se dirigió hasta donde aquellos estaban, pero antes de llegar se dio la vuelta. Todo aquello era una tontería, debía olvidarlo.

Noelia, al ver por el rabillo del ojo que el hombre que la había tratado como a una rata se acercaba, intentó permanecer tranquila, a pesar de que era verle y hervirle la sangre. Desde que había entrado en el bar, le había visto junto a la tetona del parador y por sus movimientos y sus continuos besitos en el cuello intuyó que entre ellos existía algo más. En un principio no le importó, pero por alguna extraña razón, no podía dejar de mirar en su dirección. Y cuando vio que Juan se acercaba un extraño júbilo la inundó, que desapareció justo en el momento en que él decidió dar media vuelta.

Cuando Juan regresó junto a Carlos, su amigo le preguntó:

—¿Está tan buena la morenaza como se ve desde aquí?

Juan volvió a mirar hacia aquellos que continuaban de risas y asintió:

—Te lo aseguro. ¡Tremenda!

Ambos rieron. En ese momento, se acercó Paula, que ya estaba cansada de bailar, y se sentó sobre las piernas de Juan. Dos minutos después, él la besó apasionadamente, excitado por las cosas que le decía al oído. Noelia que observaba con disimulo desde su posición, no perdía detalle.

Parapetada por la gente que, por lo general, casi siempre era mas alta que ella, comprobó cómo Juan sonreía a la mujer que, con descaro, se le había sentado encima a horcajadas movía las caderas con provocación. Ver el sensual gesto de Juan y como le mordía los labios la estaba poniendo cardiaca.

Desde su posición, y sin quitarle ojo, se excito al ver como aquel pasaba su mano lentamente por la espalda de aquella.

Noelia, cada segundo qué pasaba, se excitaba más. Solo imaginar que era a ella a quien acariciaba le hacia suspirar de placer. A punto estuvo de gritar cuando vio como aquel, tras apretar sus caderas contra la de ella, le agarró del pelo y, con una pasión que la dejó fuera de sí, la atrajo hacia él y la besó.

Por faaavor… ¡soy patética!, pensó acalorada.

Seis cervezas después, Noelia llegó a dos conclusiones. La primera, que era realmente patética. Y la segunda, que quería ser ella la que besara a Juan de aquella manera.

Menchu, que había accedido a acompañarla a tomar algo aquella noche, se encontraba en una nube. ¡Ella acompañando a Estela Ponce! Tras la discusión que mantuvieron aquella y su primo, el gay, en el parador porque el pelo de aquel ahora era verde, este se negó a salir, y cuando la joven estrella se lo propuso, fue incapaz de decir que no. Menchu, una joven normalita que solía pasar desapercibida para todos, sabía quién estaba bajo aquellas gafas, aquellas lentillas y aquel pelo negro y eso le enorgulleció. Si alguien del local supiera que se trataba de Estela Ponce, se organizaría un gran revuelo y le gustó ser partícipe de aquel secreto.

Un par de horas después, Juan se dirigió al aseo y allí se encontró con Damián.

—Ehhhh Morán.

—Qué pasa mamonazo —rio este al ver lo animado que se encontraba.

—Tío tienes que venir. Te voy a presentar a una tía que está como toda la flota de trenes españolas.

—Ah, sí —rio divertido Juan al intuir que se refería a la morena.

—Sí… pero joder, para mi desgracia Lucas ya se la ha adjudicado. ¡Qué cabronazo Es como tú. Se las lleva de calle.

Cuando salieron del baño Juan le pidió a Paula un segundo con la mirada, y se acercó hasta aquellos. La joven morena reía a carcajadas y, por su aflautada risa, dedujo que se había pillado una buena cogorza. De pronto, su tono de voz le sonó, y clavando su mirada en ella la examino, la altura correspondía y cuando aquellos ojos negros le miraron con descaro tras las finas gafas rojas y vio como torcía el gesto lo supo: ¡era ella!

—Morán, ellas son Noelia —dijo Lucas agarrándola con la familiaridad de la cintura—, y Menchu.

La madre que la parió ¿qué hace aquí todavía? pensó Juan sorprendido.

La joven morena al verle sonrió y suspiró, mientras Menchu, algo achispada y nerviosa al verse rodeada de tanto tío alto gritó:

—Nos conocemos ¿verdad?

Desviando la mirada, Juan al saber de quién se trataba asintió:

—Sí. Tú eres amiga de mi hermana Eva y creo recordar que trabajas en el parador.

—¡Es verdad! —rio Menchu, quien al igual que Noelia, había bebido alguna copilla de más. Por unas horas, y rodeada de aquellos hombres, se sintió una muchacha bonita y deseada. Algo que no solía ocurrir.

Noelia recorrió con su oscura mirada el cuerpo de Juan con descaro y soltó un suspiro de satisfacción al imaginar lo bien que podría pasárselo con él en la cama. Se colocó bien las gafas y dijo en tono jovial pero sin demasiada emoción:

—Hola hombretón.

Juan fue a decir algo cuando la joven agarrando de la mano a un hipnotizado Lucas dijo:

—Venga, vamos a la pista. Quiero bailar. ¡Me gusta bailar!

Una vez aquellos dos se alejaron Damián soltó un silbido y murmuró sin que Menchu le escuchara:

—Joder… joder… este Lucas es un tío con suerte. Menuda nochecita va a pasar con esa tía. Está buenísima.

Sin abrir la boca Juan observó su pelo. ¿Qué se había hecho? Había pasado de rubia a morena en un abrir y cerrar de ojos, ¿para qué? Estoicamente, esperó a que aquellos dejaran de bailar y regresaran cansados y sonrientes hasta ellos. Noelia que, a juzgar por sus movimientos, llevaba una buena cogorza, sentó en un taburete vacío, cogió su cerveza y tras darle un buen trago murmuró mirando a Menchu:

—Oh Dios… llevaba tiempo sin bailar así.

Juan arqueó una ceja. ¿Qué debía hacer? Debía llevársela o dejarla allí para que Lucas tuviera una buena noche con ella. Mientras se decidía, Lucas se acercó a ella, la cogió por la cintura y le dijo algo al oído que la hizo carcajearse. Esa intimidad le molestó. Pero más le enfadó la mirada de ella, quien imitándole, levantó una de sus perfiladas cejas. La música, en ese momento, cambió, las luces se oscurecieron y el ritmo se relajó. Era momento de actuar. Juan le cogió de la mano mientras coqueteaba sin ningún tipo de pudor con Lucas y dijo alto y claro:

—Ven, vamos a bailar.

Al ver aquello, Lucas, que ya había tenido en alguna que otra ocasión un encontronazo con Juan, lo miró con gesto de enfado, y antes de que dijera nada, Juan aclaró en tono autoritario.

—Noelia y yo somos viejos conocidos.

Sin poder frenar el tirón que aquel le dio, saltó del taburete y dos segundos después estaba en medio de la pista, entre la gente, bailando una canción lenta. Carlos sorprendido por ver a su amigo en la pista con la morenaza, miró hacia sus compañeros y se carcajeó. Estaba claro que si Juan se lo proponía le levantaba la tía a quien quisiera.