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—Dios mío, es cierto. ¡Nos hemos casado! —gritó horrorizada.

Dando dos zancadas, el joven de pelo oscuro llegó hasta ella. Le quitó la foto de un tirón y al mirarla blasfemó. Pero cuando leyó lo que ponía en la licencia la miró con el ceno fruncido y vociferó.

—¡Joder… joder…! ¡¿Me he casado contigo?!

Molesta por como aquel la miraba, gritó fuera de sí.

—¡A ver si te crees que yo estoy encantada de que estés casado conmigo!

—¿Qué me echaste en la bebida? —rugió él.

—¿Yo? —incrédula, respondió con enfado—: ¿Qué yo te eché a ti algo en la bebida?

—Sí, tú… yo… yo no bebo y… y…

De pronto Juan pensó en Raúl. ¡El Pirulas! Su puñetero y siempre problemático amigo. Le mataría. En cuanto se lo echara a la cara le mataría. No hacía falta hablar con él para saber que tenía algo que ver en todo aquello. La joven de pelo rubio, enfadada por lo que estaba sugiriendo, le lanzó uno de sus zapatos de tacón a la cabeza, hecha una furia.

—¡¿Qué narices estás intentando decir?! ¡Solo tengo veinte años, una maravillosa vida por delante y no entras dentro de mi proyecto de vida!

—Mira, guapa —respondió con crudeza—, yo tengo veintidós y te aseguro que sí que no entras en mi proyecto vida.

Poco acostumbrada a que un hombre la hablara así y cada vez más molesta por como aquel idiota vociferaba gritó:

—¡¿Acaso crees que yo me quería casar contigo?! —Juan no respondió, solo la miró furioso y ella continuó—: Mira, guapa, he escuchado tonterías en mi vida, pero lo que acabas de decir es el summum de las tonterías. Yo no necesito casarme contigo y menos con estas horrorosas, baratas y feas alianzas de dados —gritó al mirarle—. Mi vida es… Quizá seas tú el que me ha engañado a mí.

—¡¿Yo?!

—Si, tú… Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a querer casarme contigo? Con… con… un simple aspirante a policía.

Al escuchar aquello, Juan frunció el ceño y preguntó molesto:

—Pero ¿tu quien le has creído para pensar que eres mas que yo?

Aturdida por todo lo que había pasado, fue a hablar, pero se calló. Tenía claro que él no sabía quién era ella, así que respondió con otra pregunta.

—¿Y tú quién te has creído que eres para sugerir que yo te he engañado?

De pronto la puerta de al lado se abrió. Apareció Carlos desnudo con las manos en los oídos. Su cara lo decía todo. Tenía una resaca del quince.

—Por el amor de Dios, ¿podéis dejar de gritar como mandriles?

—¡No! —gritaron al unísono los afectados, y Juan, acercándose a su amigo dijo enseñándole la licencia de matrimonio y la foto—: Mira esto y dime si tú no gritarías.

La cara de Carlos cambió en pocos segundos. De azulada pasó a marmórea. ¿Qué habían hecho? ¿Qué había pasado? Rápidamente, se miró las manos, y tras comprobar que él no llevaba alianza, respiró tranquilo. Escudriñó a su amigo con la mirada y se tapó con una mano sus vergüenzas.

—No me jodas tío que te has casado…

Juan arrancándole de las manos los papeles, voceó mientras los rompía.

—No, yo no te jodo. Aquí el jodido soy yo, que , me he casado con una mujer a la que no quiero, no conozco y lo mejor de todo, ¡no sé ni quién es!

Noelia fue a gritar que a ella le ocurría lo mismo cuando el resto del grupo apareció por la puerta con cara de resacón. De pronto otra puerta se abrió y apareció el loco del Pirulas con unas botellas de champán en las manos. En su línea de locura y con una cogorza por todo lo algo gritó:

—¡Vivan los novios!

Al escuchar aquello, Juan se abalanzó contra él furioso. Seguro que aquel idiota les había echado algo en la bebida y todo lo ocurrido era por su culpa. Entre puñetazos y gritos, sus amigos les separaron. El estado del Pirulas era pésimo y el cabreo de Juan tremendo. De pronto, la despedida de soltero se había convertido en la boda de Juan con una desconocida, y la diversión en caos, Carlos tras llevarse al Pirulas a 1a habitación contigua, sonsacarle lo que había ocurrido y conseguir que cerrara la boca metiéndole un calcetín en ella regresó a la habitación principal, justo cuando Noelia se levantaba y decía con gesto contrariado:

—Llamaré a mi padre. Él solucionará esto.

—¿A tu padre? —gritó Juan fuera de sí— ¿Qué tiene que ver tu padre en todo esto?

Con los ojos anegados de rabia por tener que pedir ayuda a su progenitor, la muchacha murmuró.

—Créeme, él lo solucionará.

Tres horas después aparecieron en el hotel cuatro gorilas de dos metros custodiando a un imponente hombre de unos cincuenta años, que observó a Juan con cara de odio y se dirigió a la joven con frialdad.

Este debe ser su papaíto, pensó Juan al ver como los gorilas echaban a todos los amigos de la habitación menos a él y a la muchacha.

Hecha un mar de lágrimas, la joven le explicó a su padre ocurrido en inglés. Juan, que estaba estudiando el idioma en una academia en Madrid, prestó atención a lo que hablaban y entendió partes. Aquel hombre de aspecto imponente llamó loca entre otras cosas a su hija, y esta no calló y, sin importarle su gesto de enfado, le contestó y comenzaron a discutir.

Si los miradas matasen, este tío ya me habría asesinado, pensó Juan al ver como le miraba aquel hombre.

Media hora después la puerta de la suite volvió a abrirse. Apareció un tío trajeado y con maletín oscuro. Un tal James Bensón. Se sentó junto a estos, sacó unos papeles en los que podía leerse en español «Demanda de divorcio» e hizo firmar a los jóvenes. Mientras firmaba, Juan se fijó en que ella se llamaba Estela Noelia Rice Ponce, pero no pudo ver más. Aquel abogado tiró del papel y se lo quitó, le pidió sus datos en España y una vez acabó su cometido se marchó, con la misma frialdad con la que había llegado.

Minutos después, la muchacha se dirigió a un cuarto para adecentarse y vestirse. Se marchaba con su padre. En el momento en el que Juan y el padre de la chica estuvieron solos, no se dirigieron la palabra, aun así, el joven no se achantó. Se limitó a mirar con el mismo descaro y desprecio con el que aquel le observaba. Ninguno disimuló. Aquella ridícula boda en Las Vegas no era del agrado de nadie.

Cuando Noelia salió vestida con unos vaqueros, una camiseta azulada y su claro pelo recogido en una coleta alta, algo en Juan se resquebrajó. Aquella muchacha menuda que aún era su mujer, era una auténtica preciosidad. Desprendía una luz especial y eso le gustó. Pero manteniendo el tipo se contuvo y desvió la mirada. No quería mirarla. Aquello era una locura que debía de acabar cuanto antes o sus planes y su carrera en la policía española se irían al garete.

La muchacha y su padre intercambiaron unas palabras contundentes, y aquel gigante con cara de mala leche salió por la puerta sin despedirse, dejándoles a los dos a solas en la habitación.

—No te preocupes por nada. Papá dice que conseguiremos el divorcio rápidamente. —Al ver que él no respondía prosiguió—. Como le has dado tu dirección a James, él te enviará una copia a tu casa y… y… podrás olvidar todo esto muy pronto.

—Gracias. Es todo un detalle —respondió el joven molesto por sentirse un pelele en todos los sentidos.

Nunca le había gustado que nadie manejase su vida como había ocurrido en la última hora. Su padre les había enseñado a él y sus hermanas a manejar sus vidas, no a dejar que otro se las manejara. Noelia, a quien por alguna extraña circunstancia le resultaba difícil marcharse de aquella habitación, anduvo hacia él. Estaba claro que aquel muchacho la había tratado de una manera a la que ella no estaba acostumbrada. Por primera vez, un chico la había mirado como a una chica normal y sabía que eso le resultaría difícil de olvidar. Pero clavando sus cansados ojos claros en el muchacho moreno de mirada oscura y profunda dijo: