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—Eh… ¿te he engañado? —y al ver que la joven asentía sonrío y respondió—: Qué va, ya quisiera yo. Pero sí, el perfume que llevo es su última fragancia.

—¡Que fuerte! Es justo el perfume que yo quería el otro día que fuimos de compras. Pero hija, mamá al ver su precio me dijo que era un perfume demasiado caro para una adolescente sin oficio ni beneficio como yo. Que ese perfume solo se utilizaba para momentos espéciales y yo… pues según ella no tengo aún esos momentos.

Divertida, acercándose a la joven, le susurró en el oído:

—El próximo día que te vea te lo traigo. Yo tengo otro frasco igual en el hotel.

La cara de rocío fue de auténtica satisfacción. A partir de ese momento la amiga de su tío se había ganado totalmente su corazón.

—Por cierto, siento el balonazo que te ha dado el monstruito de mi hermano. Se cree el futuro Iniesta de la familia y bueno… me tiene harta.

—No te preocupes. No me hizo daño —y con curiosidad preguntó—: ¿Quién es Iniesta?

—¿No sabes quién es Iniesta? —preguntó Rocío sorprendida.

—No.

—¿De verdad que nunca has escuchado eso de «Iniesta de mi vidaaaaa»?

Noelia hizo memoria durante unos segundos.

—Pues no.

Rocío la miró divertida.

—¿Pero en qué mundo vives? Iniesta es quien metió el gol en los mundiales de fútbol. Gracias a su golazo somos los campeones del mundo. ¿De verdad que no lo sabías?

Tratando de no parecer una completa idiota, Noelia sonrió y, como buena actriz que en, indicó de lo más convincente:

—Ay, es verdad… qué tonta soy. A veces soy tremendamente despistada y como el fútbol no es algo que me encante pues lo había olvidado, pero si… sí ¿cómo no voy a saber quién es Iniesta?… Por Diossssssss.

—Oye… ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí.

—¿Eres la novia de mi tito?

—No —respondió con rapidez tocándose las gafas con incomodidad.

—¿Pero sales con él o algo así?

—No. Solo somos amigos.

Acercándose basta ellas, la pequeña Ruth cogió la mano de Noelia y dijo enseñándole su mellada dentadura:

—Eres muy guapa. Tanto como la novia de Casillas y me gusta que seas la novia del tito. ¿Os vais a casar?

—No… yo no soy su novia, ni nos vanos a casar —respondió buscando con premura a Juan, que al ver su mirada de socorro y a sus dos sobrinas a su lado acudió en su ayuda.

—¿Todo bien? —preguntó al llegar junto a ellas.

Noelia asintió y Rocío mirando a su tito preguntó:

—Le estaba preguntando si erais novios.

—Y yo le pregunté que si os ibais a tasar —finalizó la pequeña Ruth.

—Increíble —susurró Juan conteniendo la risa—. Sois las dignas hijas de vuestra madre. Pero vanos a ver ¿yo no puedo tener amigas?

—Sí —respondieron al unísono.

—¿Entonces? —reclamó él.

—Tito, has dormido con ella —sentenció la pequeña Ruth—. Y cuando uno duerme con alguien y se da besos de amor pues se tiene que casar.

Rocío miró a Juan y cubrió las orejas de su pequeña hermana con las manos para evitar que oyera lo que iba a decir.

—A ver tito, yo tengo amigos pero no me acuesto con ellos ¿vale? —Al ver la cara que se le quedó, la joven sonrió y continuó—. Escuchamos a mamá contarle ala tía Almudena, que te habías acostado con ella en tu casa. Y ahora, al verla aquí con la familia, nos da a pensar que sois algo más que amigos.

Y acto seguido, se alejó con su hermana.

Noelia se tapó la boca para no reír.

—Son niños, y por norma dicen lo que piensan. No se lo tengas en cuenta.

—Mataré a Irene… —gruñó él— La mataré por lianta y…

Pero no pudo continuar, un hombre alto de pelo canoso entró en el salón con un mandil atado a la cintura y una espumadera en la mano. Al verles, se dirigió hacia ellos.

—¡Ya habéis llegado! —dijo alegremente.

—Sí. Aquí estamos —dijo Noelia nerviosa en un hilo de voz.

Aquel hombre de aspecto imponente, indudablemente, era el padre de Juan. La altura, el cuerpo y el color de ojos le delataban. Soltando la espumadera encima de la mesa, el hombre se limpió las manos en el delantal y tras darle un cariñoso abrazo a su hijo, miró a la joven y dijo acercándose a ella:

—Un placer conocerte. Soy Manuel, el padre de Juan, y estoy encantado de que estés aquí con la familia.

—Encantada señor, mi nombre es Noelia.

Con una cordial sonrisa, nada fría, como le indicó Juan un rato antes, el hombre se agachó hacia ella y le indicó:

—Llámame Manuel ¿de acuerdo?

Ella asintió y sonrió. Le agradó la profundidad de su voz. Recordó que Juan le dijo que su padre era poco hablador por lo que cerró la boca y no dijo nada más, hasta que de pronto le oyó decir:

—Noelia ¿te apetece ayudarme a cocinar?

Al escuchar aquello la muchacha se tensó. ¡Ella era un peligro en la cocina! Juan al ver la indecisión en sus ojos respondió:

—No, papá. Mejor que no.

—¿Por qué no? —insistió aquel sin apartar los ojos de la muchacha.

Juan, intuyendo que una actriz de Hollywood no debía usar mucho la cocina de su casa y mucho menos saber cocinar, en tono despreocupado respondió:

—Papá, ella no ha venido aquí a cocinar. No ves cómo viene vestida.

Manuel se fijó en lo elegante que la muchacha iba vestida, a pesar de estar empapada. Aun así le preguntó:

—¿Crees que le voy a hacer el tercer grado?

Un extraño silencio se apoderó del salón y cuando Juan se disponía a contestar, Noelia dio un paso adelante y, aun a riesgo de envenenarles, le dijo:

—Estaré encantada de cocinar contigo Manuel.

Al escucharla, todos la miraron y Juan asintió. Con una complicidad que se tornó divertida, la joven le cogió del brazo y se marchó con él a la cocina ante la atenta mirada de todos. Juan, que suspiró al ver como sus hermanas le miraban, preguntó acercándose a su hermana mayor:

—¿Se puede saber que andas cotorreando por aquí?

Una vez en la cocina Manuel estuvo durante un rato peleándose con una máquina.

—Jodida Thermomix. Cuando dice que no funciona, no funciona.

Con curiosidad, la joven miró la máquina que estaba sobre la encimera y preguntó:

—¿Qué querías hacer con ella?

—La masa de las croquetas. La hace muy rica y a los niños les encanta —suspiró el hombre—. Pero la puñetera máquina, ya tiene más de veinte años y me parece que ya ha llegado el momento de que compre otra.

Dejando a un lado la máquina, Manuel cogió una fuente repleta de pimientos rojos asados y preguntó.

—¿Sabes pelarlos y prepararlos?

Su cabeza funcionó a mil. ¿Sabía pelarlos? Pero dispuesta a quedar bien con decisión asintió pero susurró:

—Creo que sí, pero por si acaso dime como los haces tú.

El hombre con una sabia sonrisa asintió y cogiendo un pimiento le indicó.

—Primero les quito la piel, después lo troceo. Una vez que todos estén pelados y troceados parto ajito muy picadito, se lo echo por encima y por último, sal y aceite de oliva. ¿Cómo lo haces tú?

—Igual… igual…

—Muy bien Noelia —sonrió limpiándose las manos en un trapo—. Tú te encargas de pelar y aliñar los pimientos asados, mientras yo continúo con el cordero, ¿te parece?

—¡Perfecto! —asintió esta poniéndose el delantal verde que le pasaba.

Después de lavarse las manos, la muchacha comenzó su tarea en silencio. Al principio los pimientos y sus resbaladizas pieles se le resistieron. Lucho contra ellos sin piedad, pero finalmente la tarea se suavizó. Sin poder evitarlo los recuerdos inundaron su mente y sonrió al recordar las veces que había visto a su abuela trastear en la cocina de Puerto Rico. La mujer se había empeñado en enseñarle pero fue imposible. Noelia no estaba hecha para la cocina. Manuel, que la observaba con curiosidad de reojo, se percató de su sonrisa y preguntó: