—Me parece a mí que Encarni, tiene un morro que se lo pisa y os vende lo que le da la gana —se mofó Almudena—, ¿Cómo puede decir que esto es moderno y actual? Pero por Dios, Irene, que os engaña como a chinas.
—Pues yo la veo mona y tiene un paño muy agradable al tacto —respondió Irene tocándose la falda— ¿Tú qué piensas Noelia?
Al escuchar su nombre esta se tensó. No quería quedar como una maleducada ante nadie y menos aún ante la hermana de Juan, así que hizo acopio de diplomacia:
—No es mi estilo.
Almudena soltó una risotada y dijo para atraer la mirada de su hermana:
—Vamos a ver, Irene, sobre mí no vamos a hablar porque en estos momentos soy como el muñeco de Michelin, y la antítesis del glamurazo, pero ¿qué te parece el estilo que lleva Noelia? ¿Te gustan su vestido y sus botas?
Tras escanearla con la mirada de arriba abajo respondió:
—Sí. Me encantan.
—¿Y por qué tú no te compras algo así en vez de faldas, zapatos y camisas de monja? Y esto ya sin hablar de tus bragas que son peores que las que llevo yo de cuello vuelto —aquello hizo reír a Noelia—. Leches Irene… no me extraña que Lolo no te mire, es que me llevas últimamente unas pintas terribles. Y no me mires con esa cara de perro pachón, porque esto mismo te lo dijimos Eva y yo la última vez que dijiste que habías ido a la peluquería y Lolo ni te miró.
—Yo no necesito ir tan arreglada como ella y…
—Irene. ¿Realmente crees que voy muy arreglada? —preguntó sorprendida Noelia al mirar su vestido y sus botas de tacón negras de caña alta.
—Pues sí. Si te pones esto para venir a cenar a casa de mi padre… ¡qué no te pondrás para ir a una boda!
Aquello hizo sonreír a Noelia. Si viera los modelazos que ella solía ponerse para acudir a fiestas ¡se quedaría sin palabras!
—Pero vamos a ver, alma de cántaro —protestó Almudena—, Noelia lleva un vestidito actual con unas botas modernas. Caritas, porque se ven buenas, pero vamos, actuales. Eso no quiere decir que vaya de boda. Eso simplemente quiere decir que se preocupa por ponerse algo que le quede bien. Algo con lo que se siente a gusto. Algo con lo que gustar. ¿No has pensado nunca comprarte nada parecido?
—Pues no. ¿Para qué quiero yo algo así?
—Pues para que Lolo se fije en ti y tú no protestes de que te compras algo y él no se da ni cuenta. Para sentirte actual. Para sentirte femenina, joder, Irene, la próxima vez que quieras comprarte algo dímelo y voy contigo de compras. Pero no a modas Encarni. Cogemos el coche y nos vamos a la tienda de mi amiga Alicia, a Guadalajara o a Madrid.
—Vale… vale… —sonrió.
—Hermanita, tienes cuerpazo, el problema es que no sabes adornarle. Ojalá tuviera yo tu altura y tus tetorras, pero no, yo soy más bajita y porque estoy embarazada, porque si no estaría más lisa que la tabla de planchar y lo sabes —aquello las hizo reír—. Estoy segura que si te pusieras el vestido y las botas de Noelia, a Lolo se le caería la babilla y no te quitaría el ojo de encima. Lo sé, y tú lo sabes ¿verdad?
Colorada como un tomate, Irene finalmente asintió.
—Si quieres te lo presto y… —dijo Noelia.
—No… no por Dios —susurró colorada.
—Anda, venga, dame un abrazo —pidió Almudena— y no te enfades con la gorda de tu hermana porque te diga las cosas como las piensa. Para eso estamos las hermanas ¿no?
Se abrazaron delante de Noelia, que al ver aquello sintió una punzada en su corazón. Siempre había querido tener una hermana, aunque ese cariño lo había suplido con el amor de su primo Tomi. Pero le gustó ver aquella complicidad.
Más relajadas y sonrientes las tres regresaron al salón donde Noelia se sentó de nuevo junto a Juan, que al verla salir de la rocina junto a sus hermanas no pudo evitar sonreír.
Carlos, al ver a su amigo tan encantado con ella, les observaba ron disimulo ¿Realmente Estela Ponce, la estrella de Hollywood estaba allí? ¿En Sigüenza? ¿En el salón del padre de Juan y nadie lo sabía? Intentó preguntar en un par de ocasiones sobre aquello a su amigo, pero este se negó con la mirada. Eso confirmó sus sospechas. Estela Ponce estaba allí.
Juan y Noelia conversaban junto a la chimenea hasta que el abuelo les interrumpió.
—Gorrioncillo ¿Puedo hablar contigo?
—Abuelo, se llama Noelia —corrigió Juan.
El hombre hizo un aspaviento con la mano y sin hacerle caso dijo cogiendo a la joven del brazo.
—Ven… quiero comentarte algo.
Noelia se dejó guiar ante la cara de guasa de Juan. Salieron del salón y el abuelo cogió el bolso de Noelia que estaba en el mueblecito de la entrada y la llevó hasta el patio trasero de la casa. Una vez allí le entregó el bolso.
—¿Fumas verdad?
—Sí.
Goyo sonrió y, con un gesto de satisfacción, susurró:
—¿Me darías un cigarrito?
Noelia abrió rápidamente su bolso y sacó la pitillera. El abuelo, al verla, se la quitó de las manos y tras acariciarla con cuidado, se la metió en la boca y la mordió. La muchacha se quedó muda.
—¿Es de oro puro?
—Sí.
El hombre devolviéndole la pitillera hizo un gesto de aprobación.
—Bendito sea Dios, hija qué lujo. ¿Sabes? Mi bisabuelo, que en paz descanse, recuerdo que tenía un bastón cuyo agarre era una bola dorada. No creo que fuera oro, pero así lo creía yo de crío. Por cierto, gorrioncillo, lo bien que te tiene que ir la vida para tener una pitillera de oro puro en tu bolso.
—Es un regalo —sonrió sacando dos cigarrillos que rápidamente encendieron.
Tras un par de caladas ambos se miraron y sonrieron. Solo les faltó gritar ¡viva la nicotina! Después, el abuelo, cogiéndola de la mano la llevó hasta un balancín que había bajo un techado.
—Mí Juanito es un buen mozo. Es algo cabezón en ocasiones, pero es un muchacho formal, valiente y trabajador. Nunca nos ha dado ningún disgusto a excepción de cuando nos dijo a lo que se quería dedicar. Ese trabajo suyo es peligroso pero ya nos hemos acostumbrado a él. —Noelia al escucharle asintió y él prosiguió—: Siempre ha sido un muchachillo muy acurrucoso y….
—¿Acurrucoso? ¿Qué es eso? —preguntó extrañada.
—Acurrucoso es como decir cariñoso. Mi Juanito siempre ha sido un niño muy cariñoso. Mira gorrioncillo, nosotros no somos ricos como para tener pitilleras de oro como tú, pero a pesar de la crisis que hay, no nos podemos quejar. Aún no ha llegado el día que no tengamos para echar al puchero un par de patatas y zanahorias. Tenemos una pequeña granja en las afueras de Sigüenza. Allí criamos pollos de corral, marranos y tenemos algunas vacas. Por lo tanto, me complace decirte que aquí nunca te faltará comida. Y volviendo a mi Juanito, es un buen partido. Piénsatelo. No hay muchos mozos tan lustrosos y valientes como él. Y no es amor de abuelo.
—Goyo, tu nieto y yo solo somos amigos y…
—Amigos… amigos. La juventud de hoy en día estáis como empanaos —cortó el abuelo haciéndola reír—. Queréis ser tan modernos que retrasáis el tener una familia y saber vivir. ¿Cuántos años tienes, gorrioncillo?
—Treinta —respondió con tranquilidad.
—Que se te pasa el arroz prenda.
—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendida.
—¡Bendito sea Dios! Pero si ya deberías de tener muchachos y marido.
Eso la hizo reír más fuerte y fue a responder cuando el anciano dijo:
—A tu edad mi Luisa y yo ya teníamos a nuestra Rosita con diez anos. ¿Tú no quieres casarte? ¿No quieres tener una familia?
Aquello era algo que desde hacía tiempo no se planteaba. Tras su fallida relación de cuatro años con Adarn Stillon, decidió disfrutar de lo que la vida le ofreciera. Ella tenía muy claras dos cosas. La primera que no quería tener una familia desestructurada como la que ella tuvo. Y la segunda que prefería estar sola que mal acompañada.
—Pues la verdad es que….
—¿Tampoco quieres descendencia? —interrumpió sin dejarle contestar.