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—Quiero que sepas que lamento tanto como tú todo lo que ha pasado. Y antes de irme necesito decirle que…

—Oye, canija —cortó con voz tensa quitándose con furia el ridículo anillo para dejarlo ante ella, después darle la espalda—. No sé quién eres ni me interesa conocer nada de ti. Sera mejor que te vayas antes de que tu padre, ese que se cree Dios, entre de nuevo.

La joven asintió y calló. Le hubiera gustado que todo terminara de diferente manera pero era imposible. Por ello y sin decir nada se guardó en el bolsillo del vaquero el horroroso anillo de dados que él había dejado sobre la mesa, cogió mi bolso y se marchó. Al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse, el joven miró a su alrededor, estaba solo en la suite.

Una hora después, tras ducharse, fue a salir de la habitación cuando vio la foto y los papeles de la licencia rotos en el suelo. Sin saber por qué los recogió con furia y se fue a su habitación. Necesitaba olvidar lo ocurrido.

Al día siguiente en el avión de regreso a España, Juan no podía dormir. Había mantenido una fuerte discusión con el Pirulas por todo lo ocurrido. Aquel descerebrado, como bien había imaginado él, había sido quien les había echado una de sus pastillitas en la bebida. Por su culpa todo había acabado fatal. Con gesto grave miró a sus amigos que, agotados, dormían como troncos en sus asientos y sonrió al ver el ojo morado del Pirulas. Un ojo que él se había encargado de tintar. Aburrido, enfadado y muy cansado, alargó la mano para cogerla revista que ofrecía la compañía aérea y al abrir una de sus paginas se quedó de piedra. Había varias fotos de la joven con la que se había casado junto a su padre, brindando con Meryl Streep, Brad Pitt y Paul Newman. Boquiabierto leyó:

"El magnate de la industria del cine Steven Rice, su preciosa mujer Samantha y su bella hija Estela organizan una fiesta para recaudar fondos para la India en su lujosa villa en Beverly Hills».

Incrédulo, Juan miró de nuevo las caras de aquellos. Increíblemente se trataba de la chica y su padre. En ese momento lo entendió todo. El magnate debió creer que se había casado con su hija por dinero. Cerrando la revista maldijo. Ahora entendía porque se creía Dios. Era el puto amo de la industria cinematográfica americana y él, un don nadie, se había casado con su adorada hija.

3

Diez años después… Hollywood, julio de 2010.

El silencio que se produjo cuando terminó el preestreno de la película Brigada 42 en la una de las salas de Hollywood Boulevard, hizo que a Estela Ponce, actriz principal de la película, se le pusiera la carne de gallina. El momento de la verdad había llegado y, como siempre, los nervios se apoderaron de ella. Su anterior película había sido un exitazo y temía que las expectativas fueran tan grandes que esta nueva producción decepcionara. Pero el miedo desapareció y respiró con deleite cuando el cine prorrumpió en aplausos y vítores.

Vestida con un vaporoso vestido de Givenchy en color rojo a juego con sus bonitos zapatos de tacón alto de Jimmy Ghoo, Noelia, era el glamour personificado en la meca del cine.

—Darling, eres lo más. ¡Artistaza! —Sonrió Tomi, su primo y mejor amigo, que aplaudía como un loco sentado a su derecha.

Animada por Mike Grisman, el galán de moda en Hollywood y compañero de reparto en la película, se levantó y él la besó cariñosamente en la mejilla. Como era de esperar, los flashes les acribillaron. Desde el comienzo del rodaje se especuló con que existía un romance entre ellos. Siempre ocurría lo mismo. Con cada película que hacía saltaba la noticia: «¿Romance a la vista?». Pero en aquella ocasión sí era verdad. Mike y ella mantenían algo que no se podía llamar relación, pero sí atracción sexual.

Mike era extremadamente guapo, Demasiado. Metro ochenta, pelo rubio y sedoso, sonrisa cautivadora y mirada de galán de Hollywood. Mike era, entre otras muchas cosas, el cóctel perfecto para una buena sesión de sexo y Noelia, mujer soltera y sin compromiso, encontró su particular sesión. El primer día que Mike se presentó en el estudio y lo miró, lo supo. Él sería su siguiente amante.

Mientras la gente aplaudía, Estela, Noelia para los amigos, desvió su mirada. En las butacas de la fila de atrás estaban sentados su padre y su mujer, Samantha. Steven Rice miraba resplandeciente a su única hija. Su supuesta princesa. Su supuesto orgullo. Pero no era oro todo lo que relucía y Noelia, tras cruzar la mirada con él, simplemente sonrió.

—Estelle, tesoro —murmuró su guapa y glamurosa madrastra acercándose a ella—. Has estado fantástica. ¡Colosal!

—Gracias, Samantha.

Sleven Rice, el gran magnate de la industria cinematográfica cruzó una gélida mirada con su primogénita, se acercó a ella, y tras besarla en la mejilla para gozo de todos los que los rodeaban le susurró al oído:

—Muy bien, Estelle. Será un éxito de taquilla. Recuerda, ahora paciencia con la prensa y después asiste a la fiesta del director y la distribuidora. En cuanto a la fiebre que tienes, olvídala. No es momento de enfermedades.

—Lo sé, papá… lo sé —asintió ella con su mejor sonrisa. Aquello era lo único que le importaba a su padre. La prensa, el éxito en taquilla, el dinero, el poder.

Steven nunca fue un padre al uso y eso repercutió en sus relaciones personales. Su madre murió trágicamente cuando ella tenía seis años y pronto aprendió que a papá nunca se le molestaba. Él era una persona muy ocupada. Cuando contaba con nueve años, su padre conoció a la guapísima Samantha Summer, una guapa presentadora de televisión con la que nunca tuvo feeling. Ellos preferían acudir a fiestas y viajar, a preocuparse de la educación de una niña deseosa de cariño. Desde su más tierna infancia, aprendió que los besos y los arrullos solo los encontraba en Puerto Rico, donde vivía su abuela materna y donde acudía siempre que tenía vacaciones en el colegio. Ella intentó suplir a su madre. Siempre la escucho, le habló, le dio todo su amor y especialmente, la aconsejó

Ante la prensa y medios de comunicación La familia de Steven Rice era una familia perfecta, ideal. El glamour personificado. Pero en el corazón de Noelia, esa familia nunca existió.

Cuando creció y decidió ser actriz se negó a utilizar el apellido de su famoso padre, Rice. Lo detestaba. Por ello utilizó el apellido de su abuela. Sería Estela Ponce. Un apellido y nombre latino que a ella le llenaba de orgullo y honor, aunque entre sus amigos se hacía llamar Noelia. Le gustaba más.

Tras la premiére, Mike y ella, atendieron durante más de cuatro horas a la prensa con dedicación, en una sala acondicionada para ello. Aquello era agotador. Contestar una y otra vez las mismas preguntas —a veces indiscretas— de los periodistas sin desfallecer ni dejar de sonreír, en ocasiones, se hacía difícil. Pero aquello entraba en el paquete de ser actriz. Se estrenaba película y, sin duda alguna, había que atender a la prensa por muy agotador que fuera.

Cuando por fin las entrevistas acabaron y pudo salir de aquella sala su primo salió a su encuentro y, asiéndola del brazo, se la llevó hasta una limusina blanca. Mike se había marchado minutos antes y le había recordado a Tomi que tenía que llevar a Noelia a la fiesta posterior.