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Carlos sonrió y en un tono divertido insistió.

—Será una cena cortita y te prometo que cuando acabe la película no dejaré que Laura diga eso de «Juan… acompaña a Paula a su casa».

—¡¿Paula?! Hablas de…

—Sí —cortó aquel sonriendo. Sabía que aquella mujer le atraía—. La que trabaja en el Parador.

—Definitivamente no.

—Venga tío. Sé que Paula te gusta… no digas que no.

—No, no me gusta. Pero reconozco que nos lo pasamos muy bien en la cama.

—Entonces ¿a qué esperas para decir que sí, mamonazo? Ya sabes que ella no busca en ti nada serio. Solo busca lo mismo que tú, sexo. Diversión. Morbete.

Aquel comentario le hizo sonreír. La verdad era que gracias a la mujer de su amigo, tenía una buena vida sexual. Por ello, y consciente de que no le vendría mal un poco de sexo con aquella explosiva mujer respondió:

—De acuerdo. Pero que te quede claro que es la última vez acepto las encerronas de tu mujercita, aunque sean con la tigresa de su amiga Paula, ¿entendido?

—Alto y claro —asintió Carlos consciente de la cantidad de veces que había oído aquello. Y sin darle tiempo a retractarse dijo—: He quedado con ellas en la puerta del cine a las siete. Cenaremos algo, luego veremos la película y después puedes celebrar tu cumpleaños con Paulaaaaaaaaaa ¿De acuerdo?

Clavando su mirada en él mientras se abrochaba sus botas militares, finalmente asintió.

—Que sí pesado. Iremos a ver esa dichosa película. Pero dile a tu churrita que deje de organizarme la vida o al final le miré que enfadarme.

Carlos suspiró aliviado y agarrándole del cuello con el brazo dijo atrayendo a su amigo hacia éclass="underline"

—Bien hecho, colega.

Juan sonrió. Aunque no le apeteciese parte del plan, el sexo con Paula sería divertido.

5

Madrid 23 de noviembre de 2010

El barroco palacio hotel Ritz y su majestuosidad se rindió a los píes de las estrellas de Hollywood que allí se alojaban. Tener a parte del equipo de la película Brigada 42 y, especialmente, a los famosísimos Mike Grisman y Estela Ponce era uno de los lujos de los que el Ritz podía presumir.

Y, precisamente, en una de sus preciosas suites se encontraba la actriz Estela Ponce con su primo Tomi.

—Por cierto lady, ha llamado el pretly man de Anthony, dice que cuando regresemos quiere cenar contigo. ¡Qué suerte tienes, queen! Ya me gustaría que me llamara a mí ese macho-man.

—¡Genial! Le llamaré —respondió con desgana mientras miraba por la ventana de su habitación.

—También ha llamado, tatachannnnn, Marco Lomfieilo. El brasileño madurito que conocimos en Boston. Ese que tanto se parecía al Gibson de hace años. ¿Recuerdas que casi le envenenaste?

—Sí, Tomi… cómo voy a haberlo olvidado.

Sonrió al recordar. Aquel hombre se empeñó en invitarla a cenar en su casa y ella intentó ayudarle a preparar la cena. El resultado fue desastroso. Si había una mala cocinera, esa era ella.

—¿Sabes lo que me ha dicho el muy ladrón? Que está deseando probar otro de tus guisos. ¿A qué es salado?

—Yo lo catalogaría más como masoquista —susurró tocándose la cabeza.

—¿Qué te pasa my love?

—Creo que he cogido frío y estoy algo destemplada protestó Noelia sentándose en la cama.

Sin esperar un segundo más Tomi, al ver el mal aspecto que tenía, se acercó al neceser de medicinas.

Oh, my God, mi princesa. Tómate esto y verás que pronto se te pasa. ¿Pero qué te pasa últimamente que solo tienes males?

—Creo que es agotamiento, Tomi. No te preocupes, se me pasará.

Su primo suspiró. Aquello le pasaba siempre que comenzaban la gira de promoción de las películas. Demasiados viajes. Demasiadas ruedas de prensa y poco descanso. Todo eso mataba a Noelia.

Con cariño la besó en la mejilla y le recogió su precioso cabello rubio tras la oreja.

—Ahora descansa un poquito, my life. Yo me voy a mi habitación. Si quieres algo call me y vendré rápidamente.

—Vale, no te preocupes te llamaré.

Con una sonrisa, ella cogió la pastillita blanca que le ofrecía y tras llenarse un vaso con agua se lo bebió mientras le veía abandonar la habitación. Diez minutos después se encontraba peor. Intentó cerrar los ojos para relajarse y, cuando parecía que empezaba a conseguirlo, alguien llamó a la puerta. Se levantó con esfuerzo y suspiró al ver quién era.

—¿Qué te pasa? Tienes mal aspecto —dijo a modo de saludo Mike Grisman: su actual ligue y compañero de reparto en la película.

—Estoy fatal, Mike —murmuró mientras se metía de nuevo en la cama.

Incrédulo, miró el reloj. En apenas hora y media tenían que estar en el Salón Real del Ritz para la rueda de prensa y ella estaba aún sin arreglar.

—Estelle, deberías levantarte de la cama, ducharte y…

—Estoy muerta… creo que algo me sentó mal ayer.

—Seguro que cenaste en exceso en esa taberna flamenca donde estuvimos. —Al volverse vio sobre la mesita una caja de bombones—. Si te comes esto parecerás una vaca en la pantalla.

Deseo agarrarle del cuello y ahogarle. Necesitaba mimos y arrumacos y él no demostraba ni un ápice de humanidad.

—Mike, por qué no te vas y dejas que me reponga.

—Porque ya estás repuesta —dijo tirando la caja de bombones a la basura—. Venga, ¡arriba! Y recuerda quién eres y por qué estamos aquí.

Su poco tacto la puso enferma y sin poder remediarlo, gritó:

—¡Oh, Dios! Eres… ¡Como mi padre! ¿Pero no ves que me encuentro mal? ¿Acaso crees que miento? Y por cierto… que sea la última vez que tú me dices a mí que recuerde quién soy. ¿Entendido?

—No —respondió con gesto nada agradable—. Lo que veo es que no tienes ganas de asistir a la rueda de prensa. ¿Crees que a mí me apetece pasar por todo ese infierno de preguntas? Ah, no… no te voy a permitir que te la saltes. Si yo voy, tú también. Por lo tanto, arriba, dúchate y arréglate que falta te hace.

Enfadada por las cosas que le decía, la joven se levantó como un resorte de su cama y dándole un empujón gruñó:

—Fuera de mi habitación, cretino.

—Estelle… —sonrió acercándose a ella para besarla—. Venga, sé buena y arréglate, preciosa. Tenemos trabajo. Allí abajo habrá más de cien periodistas y necesito que estés perfecta a mi lado para promocionar la película.

—¿Acaso crees que no soy una profesional? —bramó ella quitándoselo de encima.

Tal y como se encontraba lo que menos le apetecía era sexo. No tenía cuerpo para ello.

—Yo no he dicho eso, preciosa. Solo te digo que te tomes una pastillita, te pintes, te arregles y terminemos con esto.

—Oh, sí… por supuesto que terminaremos con esto.

Sin más, continuó empujándole hasta que logró echarle de su habitación. Una vez se quedó sola, suspiró resignada, fue hasta la papelera y cogió la caja de bombones. La abrió, pero cuando fue a meterse uno en la boca se arrepintió. Debía cuidar su apariencia y no podía engordar. Finalmente dejó la caja sobre la mesa y se olvidó de los bombones. Tenía que ducharse y arreglarse. Como decía siempre su padre "el show debía continuar".

Dos horas después ya en el salón Real, después de pasar por el photocall, la rueda de prensa estaba en pleno apogeo. Uno de los periodistas acreditados se dirigió a Noelia en españoclass="underline"

—Señorita Ponce, ¿es cierto que su abuela era española?