Aquella rotundidad en sus palabras hizo que el corazón de Juan latiera desbocado. Él no era hombre de manifestar sentimientos pero lo que había vivido con ella había sido tan real que, por primera vez en su vida, al notar el rechazo de ella no supo qué hacer ni decir. Quería que se quedara con él. Deseaba hacer planes con ella, pero la frialdad en sus palabras le obligaron a callar. Estaba claro que ella cambiaba de opinión como una veleta, y nada de lo que le había confesado días antes tenía sentido ya. Nunca le pediría que renunciara a su carrera y a su lujosa vida para vivir con un simple policía español.
—Noelia… —susurró abrazándola.
Con desesperación la besó, demandó su cariño, pero no había que ser muy listo para entender cuando a uno le rechazaban.
—Juan por favor, vete y déjame hacer mis maletas para me pueda marchar de aquí lo antes posible. Quiero irme.
Incapaz de creer que aquello acabara así, la miró a los ojos y deseo tirar el trolley por la ventana, gritar que la quería, que no podía vivir sin ella, pero calló. Ella había sido clara. Quería marcharse, regresar a su glamurosa vida y poco podía hacer. Al ver la foto de la boda sobre la cama, la cogió y la lanzó en su dirección.
—Quémala tú.
Ella no se movió. No pudo. La crueldad con que la había tratado le había roto el corazón. Juan, dándose la vuelta con gesto hosco, dijo al escuchar sonar el móvil de ella:
—Tengo que ir a la base con urgencia. Procuraré no tardar. Tranquilízate y no te marches sin hablar antes conmigo ¿de acuerdo?
Sin querer mirarle o se pondría a llorar como una loca, la joven se dio la vuelta y cogió el móvil. Con desagrado comprobó que era su padre.
—Hola papá.
—Estella, estarás contenta —gruñó aquel fuera de sí—. ¿Ya has conseguido lo que querías? Esta publicidad será negativa para ti, con lo que hemos luchado.
Noelia vio a Juan salir de la habitación. Desesperada, se sentó en la cama y, limpiándose las lágrimas que corrían descontroladamente por sus mejillas, dijo lo más serena que pudo:
—En unas horas cojo un vuelo papá. Cuando llegue hablamos.
Dicho esto colgó, se tapó la cara con las manos y lloró.
Poco rato después de que Juan se marchara, Noelia apareció en el salón dispuesta a abandonar la casa. No quería volver a verlo y aquella era una buena oportunidad. Manuel intentó retenerla. Sabía que cuando su hijo regresara querría hablar con ella, pero no hubo forma. Se quería marchar sin esperar un segundo más. Tras dolorosas muestras de cariño por parte de aquella familia, se despidió de ellos y desapareció.
Dos horas después, y tras torear a varios periodistas en el aeropuerto de Barajas de Madrid, la actriz Estela Ponce y su primo volaban rumbo a Los Angeles.
Cuando Juan regresó de la base se quedó sin habla. Ella se había marchado. Se había ido sin decirle adiós. Simplemente había recogido sus cosas y había desaparecido tan rápida mente como había aparecido. Aturdido, intentó centrarse. En un principio pensó en coger el coche e ir al aeropuerto en su busca, pero una vez confirmo que el vuelo de ella había despegado blasfemó. Se lo había dejado claro. No quería nada con él.
Por la noche, cuando por fin logró echar a su familia de su casa y tras haber bebido más de la cuenta, en un arranque de furia cogió su móvil. Sabía que a ella le gustaba decir la última palabra y estaba seguro de que le respondería. Marcó su número de teléfono y, a pesar de que saltó el buzón de voz, gritó desesperado:
—Eres dañina. Eres lo peor que he conocido en mi vida y espero no volver a cruzarme contigo nunca más, porque efectivamente, soy un simple policía y no podría seguir tu glamuroso estilo de vida. Entras y sales de la vida de cualquiera a tu antojo porque te crees superior. Te crees que por el hecho de ser Estela Ponce ¡la diva entre las divas! —gritó fuera de sí—, puedes encapricharte de cualquiera ¿verdad? Dices que no entiendo tu mundo ¿pero tú has intentado entender el mío? ¿Acaso crees que para mi sería agradable ver a la mujer con la que estoy posando desnuda ante cualquiera y luego aguantar las mofas y los comentarios mordaces de los demás? No Noelia. No seria agradable —tras un tenso silencio finalizó—. Espero que tu vida sea desastrosa y no consigas ser nunca feliz porque no te lo mereces.
Dicho esto y con la rabia alojada en sus palabras y en su cuerpo, cerró el teléfono deseoso de que ella escuchara aquel mensaje. Si no le respondía, por una vez, la última palabra sería la suya.
56
Aquel seis de enero fue el peor día de Reyes que Juan recordaba en toda su vida. Todos intentaron estar felices y animados, pero les fue imposible. Lo ocurrido días antes les tenía desconcertados y tener a la prensa las veinticuatro horas del día apostada en las puertas de sus casas no ayudaba. Tras la comida de Reyes donde se repartieron sus regalos, sonó el timbre de la casa de Manuel, y una empresa de regalos online dejó en casa de este el montón de regalos que Noelia había pedido días antes.
Todos, sorprendidos, se miraron los unos a los otros. ¿Qué debían hacer? Finalmente, Eva tomó riendas en el asunto al ver la mirada perdida de su hermano.
—¿Qué hacemos?
—Abrirlos —respondió Javi convencido.
—En ese grandote pone Ruth —chilló la pequeña al ver su nombre.
Manuel, que hasta el momento no se había pronunciado, miró a su hijo que observaba aquella pila de regalos y preguntó:
—Hijo… ¿Qué hacemos?
Enfadado con todo su entorno, el joven suspiró profundamente y respondió:
—Cómo ha dicho Javi, abrirlos. Si Noelia los compró para nosotros, que así sea.
Eva sonrió al escucharle y situándose junto a los regalos cogió primero el de Javi y se lo entregó. El niño sonrió de oreja a oreja al descubrir que dentro de aquel enorme paquete había la equitación oficial al completo del Barça, el equipo de sus amores, y una camiseta firmada nada menos que por Iniesta, junio a un estupendo balón.
—Como molaaaaaaaaaaaaa —gritó el pequeño haciendo reír a todos.
La siguiente en recibir su regalo fue la pequeña Ruth, que al abrir el enorme paquete y ver la casa de muñecas victoriana gritó:
—La que yo queríaaaaaaaaaaaaaa. Le dije a la tita Noe que me gustaba esta casita y ella me la ha pedido a los Reyesssssssssss. Que buena esssssssssss.
Irene se acercó a su hija y le susurró:
—Noelia es muy buena, cielo pero no la llames tita ¿vale?
—¿Por qué?
—Porque no lo es mi amor.
La niña quiso responder, pero al ver el gesto de su tía Almudena pidiéndole silencio calló hasta que Rocío, su hermana mayor, gritó:
—Ay Dios ¡que fuerte! —a punto del infarto sacó el abrigo de cuero de la última colección de Jennifer López y los perfumes de la marca JLo que tanto le gustaban y gritó—: Dios… Dios… Diossssssss ¡¡¡se ha acordado!!!
Juan, al ver la felicidad de sus sobrinos, sonrió. Verles tan felices con aquellos regalos le alegraba el alma, aunque en cierto modo, también le partía el corazón. Pero consciente de que todos le observaban disimuló todo lo que pudo y continuó sentado ante ellos manteniendo el tipo.
—Estos son es para Carlos, Laura, Sergio y Menchu —dijo Eva retirándolos—. Los guardaré y cuando les vea se los daré ¿de acuerdo?
—Perfecto —asintió Irene sorprendida por los regalazos de sus hijos.
—Toma papá, esta es para ti —dijo Almudena tendiéndole una enorme caja.
Tras cogerlo, el hombre leyó en voz alta una notita: