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Tras hablar un rato con su amiga, y quedar en verse con ella aquella misma noche, miró a su primo que charlaba con el guapísimo jardinero que tenía contratado y dijo:

—Llama a Mike Grisman y dile que iré con el esta noche a la fiesta de Marlene.

—¿Segura queen mía?

Ella asintió, y tras mirar el vestido de Givenchy lo cogió entre sus manos y respondió mirándose en el espejo:

—Tan segura como que me voy a poner este vestido para los Oscar.

Al día siguiente en la prensa mundial se leyó el siguiente titular:

«Estela Ponce y Mike Grisman ¿boda a la vista?»

60

El veinte de febrero, Juan llegó a España procedente de Irak y su padre y el abuelo Goyo fueron a recibirle al aeropuerto. Llegaba en un avión militar junto a otros compañeros y al ver a aquellos dos seres que tanto quería su cara se iluminó. Estaba cansado y agotado y solo deseaba dormir y descansar. Iras fundirse con ellos en un entrañable abrazo, los tres hombres de la familia Morán caminaron hacia el coche de Manuel y entre risas y bromas llegaron a Sigüenza.

Por la tarde, después de comer en casa de su padre con la familia y recoger a una histérica Senda, que al verle no paró de saltar y ladrar emocionada, cogió su coche y se marchó a casa. Deseaba llegar a su hogar. Cuando llegó suspiró aliviado al ver que no había ningún periodista, y sonrió al pensar con amargura la pesadilla acabó.

Al entrar y cerrar la puerta un extraño y hueco silencio le envolvió. Dejó su petate en el suelo y miró al frente mientras la perra, encantada, husmeaba en el salón. Los recuerdos vividos antes de su marcha inundaron su mente con más fuerza que un devastador tsunami. Agobiado, cerró los ojos y susurró:

—De acuerdo. Terminemos con esto de una puta vez.

Cogió su petate y se dirigió hacia el salón y lo recorrió con la mirada. Todo estaba en su lugar. Todo estaba limpio, pero al mismo tiempo vacío. Se dio la vuelta y caminó hacia la cocina. Una vez allí cogió la cafetera, la llenó de agua, echó café en el filtró y la encendió. Después subió a su habitación y tras tirar el petate sobre la cama se desnudó y entró en el baño. Diez minutos después y con algo de mejor humor salió de la ducha, abrió uno de los cajones de la cómoda y tras secarse con la toalla vigorosamente se puso unos boxer oscuros. Camino descalzo hasta su armarlo y sin mirar la cama lo abrió.

Cogió unos vaqueros y una sudadera gris y mientras se la ponía sus ojos se fijaron en algo que se había caído sobre el suelo del armario. Se agachó y al cogerlo blasfemó. Allí estaba la pequeña camiseta oscura que ella había usado para dormir.

Sin poder evitarlo se la acercó a la nariz y la olió. Aquel olor era el de ella. Un olor que había añorado todos y cada uno de los segundos de su desorientada existencia y que ahora añoraba todavía más. Con rabia recordó los titulares que había visto en las revistas «Estela y Mike ¿boda a la vista». Ni en Irak había podido alejar de su vista aquellas noticias. Finalmente decidió acabar con aquello y metiendo aquella camiseta en un cajón, directamente bajó a la cocina.

Una vez allí cogió un vaso y sacó un cartón de leche del mueble. Lo abrió y se sirvió. Calentó el café con leche en el microondas e instintivamente abrió el mueblecito de las galletas y las vio. Allí estaba el paquetito azul de las Oreo que tanto le gustaban a ella. Cerró el mueble de golpe y sin coger el café se dirigió de nuevo al salón. Rebuscó entre los CD de música y puso uno en el equipo. Al escuchar los primeros sones de aquella canción se le puso la carne de gallina.

At Last my love has come along / Al fin mi amor ha llegado

My lonely days are over / Mis días solitarios han acabado

And life is like a song / Y la vida es como una canción

At Last […] / Al fin […]

Mientras la voz de Beyoncé inundaba el salón se tumbó en el sillón con el mando del equipo en la mano y cerró los ojos.

Ella me dijo que esta música me ayudaría a relajarme. Ella… ella… ella…

Por su mente pasearon sin control momentos vividos con ella. Recordó su cara de sorpresa cuando le tapó la boca con cinta americana aquel día en el campo, su gesto de enfado el día que le tiró barró a la cara, su asustado rostro al entrar por primera vez en casa de su padre, su chispeantes ojos al comer las galletas Oreo sobre la cama, su divertida sonrisa cuando la hacía cosquillas, y su pasión en la mirada cuando le hacia el amor. Añoró su boca, sus ojos, sus manos, su encanto y tuvo que sonreír al recordar lo divertida que era y su maravilloso sentido del humor.

Las horas pasaron. Llegó la noche y Juan continuaba tumbado en el sillón escuchando la misma canción, una y otra vez, mientras revivía recuerdos. Momentos vividos con ella. Instantes que se había obligado a no revivir durante demasiados días. Pero que al llegar a su hogar, en soledad, se lo permitió.

Sonó el timbre de la casa y eso consiguió arrancarle de aquella dulce pero amarga agonía. Arrastrando sin ganas sus piernas hasta la puerta, al abrir sonrió al encontrarse en la puerta a Garlos, Lucas y Damián, junto a otros compañeros.

Entre risas y abrazos todos le saludaron, y cuando hubieron acabado con todas las cervezas frescas que había en el frigorífico, decidieron salir a tomar algo.

Al llegar al Loop, Juan se dio de bruces con el Pirulas, que al verle suspiró, agachó la cabeza y se acercó hasta su amigo dispuesto a lo que fuera.

Juan, al verle acercarse, se tensó. Sabía por Carlos y por Eva cómo llegaron las fotos de Noelia hasta la prensa y deseó partirle la cara, pero era consciente de que todo lo ocurrido fue algo tramado por Paula.

—Tranquilo Pirulas… no pasa nada.

—Joder macho —gimió aquel abrazándole ante todos— Lo siento. Siempre la cago contigo y con ella. Lo siento. Me merezco que me partas la cara ¡lo sé! Y te aseguro que no voy a defenderme. Me lo merezco… me lo merezco.

Durante unos segundos Juan se quedó quieto. Todos sus compañeros le miraban con gestó guasón. Finalmente, tras sentir la pena de aquel, le dio un par de palmadas en la espalda y le susurró al oído:

—Te he dicho que no pasa nada, Pirulas, pero si no dejas de abrazarme creo que si pasará.

Rápidamente, aquel se soltó y entonces Juan, con una sonrisa, volvió a abrazarle con fuerza.

—Ven aquí hombre… yo también me alegro de verle.

Pasados aquellos primeros segundos de tensión, todo se relajó y durante horas el grupo de hombres se divirtió jugando a los dardos, hasta que Lucas se acercó a unas jóvenes y Carlos murmuró:

—Vaya, Mariliendre ya está de caza.

Aquel pareció leerle los labios y, con una sonrisa, se acercó hasta ellos y se situó al lado de juan.

—Mi amiguita dice que estás muy bueno ¿quieres levantármela?

—Tranquilo, hoy no estoy de humor —respondió con mofa.

Aquel comentario hizo que Lucas sonriera y, sorprendiendo a aquellos dos, indicó:

—Si yo fuera tú, lo intentaría. Y no me refiero a esa jovencita de falda roja precisamente.

Juan clavó sus oscuros ojos en él y no respondió. Lucas prosiguió:

—Sé que no querrás hablar de ella, pero lo siento capullo, me vas a escuchar, Noelia es una mujer maravillosa, y no porque sea Estela Ponce, que eso te guste o no la hace más atractiva, si no porque ella ha sabido ver en ti algo que no ha visto en mi, y mira que no lo entiendo —se mofó—, porque estoy infinitamente más bueno que tú. Así que, deja de hacer el gilipollas y llámala.