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Nacho le contempla anonadado sin articular palabra y a Clara le da un ataque de risa.

– Tranquilo, hombre -continúa burlándose-, que no es ningún seductor sin escrúpulos y menos un corruptor de menores. Seguro que están hablando del tiempo y el estado de la circulación mientras te esperan.

– ¿Pero por qué no salen si ya estoy aquí?

– Lo más probable es que no sepan que has llegado. ¿Por qué no te vas al despacho y lo aclaras todo?

– ¿Y si les molesto? ¿Y si Bores me recrimina?

– Pero joder, tronco, ¡si es tu novia! -exclama Nacho.

París obedece y se dirige marcial al despacho, pero ante la puerta parece achicarse. Aun así, alza los nudillos para llamar y en ese mismo instante, como si se tratara de una película muda de risa, ésta se abre y aparece Reme, con una minifalda impresionante, la sonrisa pintada de fucsia y la mano de Bores posada al final de su espalda. Los dos parecen contentos y complacidos. París, en cambio, sustituye su confusión por un gran mosqueo que la presencia de un superior le impide manifestar. Y todos menos Reme parecen darse cuenta.

– ¡Hola, churri! ¿Dónde te habías metido? -le dice alegremente y, alzándose de puntillas, le planta un beso en cada mejilla.

– Tuve que salir a hacer una diligencia. ¿Y qué haces tú aquí?

– Vine a verte porque quería invitarte a comer, caramelito.

– No me llames así en público, que ya te lo he dicho mil veces.

– Es que me han ascendido en el trabajo y me han dado la tarde libre, y me he puesto tan contenta que pensé que podríamos celebrarlo en un buen restaurante, en una hamburguesería, por ejemplo, pero como no estabas yo…

– Tiene usted una novia encantadora, Carlos -interviene Bores impidiendo que Reme acabe su frase-, le felicito.

– Gracias -responde verdaderamente enfurruñado, y verlo así es tan divertido que Nacho no puede evitar alargar la situación.

– ¿Y de verdad te han ascendido? -pregunta a Reme con ironía disfrazada de amabilidad.

– Sí. ¿A que es guay? Antes era sólo auxiliar y ahora soy ¡oficial de peluquería! Hasta me dejan dar mechas -contesta sonriente.

– Pues enhorabuena, tienes que estar muy satisfecha -sigue con el choteo.

– ¡Muchísimo! Y además, como ahora voy a ayudar a Carlos…

– Cómo que vas a ayudarme a mí, y en qué -salta éste alarmado.

– París, Clara -vuelve a interrumpir Bores, ahora ya más tenso-. Quisiera hablar con ustedes un momento. ¿Pueden pasar a mi despacho?

– ¿Ahora? Primero quisiera despedirme de mi novia.

– No, pasen ahora. Reme esperará fuera, no hay problema. Ella ya sabe.

– ¿Ella ya sabe qué…? ¿No hay problema…? -masculla París por lo bajini mientras entra junto a una Clara sonriente y burlona que guiña un ojo a Nacho. Éste, aunque bien sabe que tiene millones de cosas que hacer, decide esperar fuera con Reme, haciéndole monerías para que se entretenga como si fuera una inocente chiquilla, y así poder enterarse de qué está pasando cuando salgan sus compañeros.

– ¡Ya tenemos candidata! -proclama Bores cuando se quedan a solas.

– ¿Candidata para qué? -pregunta París.

– Para el operativo de esta tarde con la madame.

– No me diga, ¿y se puede saber a quién ha encontrado?

– A su novia. Reme es perfecta para el papel.

– No. Eso sí que no. Me niego en redondo.

– No puede. Ella ya ha aceptado.

*

– PERO ¿SE PUEDE SABER EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?

– Yo creí que te iba a gustar…

Clara permanece muda y tiende un kleenex a Reme, que gimotea bajo su mirada compasiva, porque en el fondo le da pena la pobre chica, aturullada y confundida sin comprender a qué vienen esas voces como bramidos de cachalote encallado, porque ella no tiene la culpa de que un cabrón como Bores, más preocupado por rellenar el expediente ante Carahuevo que por la integridad de una ciudadana y la salud mental de uno de sus hombres, la haya manipulado hasta conseguir que, tras camelos y mentiras a medias, se comprometa a figurar como aspirante a meretriz con una de las bichas más cabronas de la profesión, aunque posiblemente también más elegantes, y es que eso es lo que le estuvo diciendo a París en su despacho, y hace falta tener poca vergüenza para querer aplacar su genio intentando convencerlo de que, en el fondo, Reme tampoco se expondrá tanto, no olvide usted que Virtudes lleva un negocio de altos vuelos, seguro que todo es mucho más aséptico y profesional de lo que piensa, se lo garantizo, ya verá como nadie les tocará un pelo, y además, que nosotros vamos a estar fuera protegiéndolas.

– Pues mande usted a su hija -le propone.

– Hombre, es que mi hija no se ha presentado esta tarde en comisaría y en cambio su novia sí, y la verdad es que da el tipo. No me negará que…

– ¿Me está diciendo, señor, que mi novia tiene pinta de puta?

– No, por dios, tampoco era eso. Me refería a que parece muy joven.

– Es que lo es.

– Ya, pero fíjese lo que le digo, se la ve muy madura para su edad. Pero mucho. Y cuando le expliqué nuestro problema reaccionó con gran generosidad y una enorme conciencia social para el mantenimiento del orden público.

– Querrá decir cuando usted la manipuló -especifica Clara, hablando por primera vez y llevándose de regalo una mirada furibunda de Bores.

– Subinspectora, cómo se atreve a insinuar eso -le recrimina-. Yo no obligo a nadie a hacer nada, ella estaba deseosa de colaborar y se ofreció solita. Me dijo que usted, París, estaría encantado de que pudieran trabajar juntos. Mi opinión es que deberían aclarar unas cuantas cosas antes de encararse conmigo. Y además, tienen poco más de una hora para aleccionarla. Yo que ustedes no continuaría perdiendo el tiempo.

París se levanta de mala gana porque está claro que para él la conversación no ha terminado y de buen grado le seguiría cantando unas cuantas Traviatas más. Clara pone una mano en su hombro para que se calme, aunque en el fondo sabe que éste no tiene el valor de abortar la operación. Pero no se puede quedar tranquila, no con la conciencia sucia por permitir que este hijo de puta con galones juegue con una pobre chica de barrio como con una marioneta, no sumisa ante la ligereza con que la propone para hacerse pasar por prostituta, no muda ante el chantaje laboral al que está sometiendo a mi compañero, que aunque sea París acaba de librarme de una buena, y al final no me puedo aguantar y tengo que hablarle bien claro a este grandísimo embaucador:

– Creo, jefe, que exponer a una joven tan inexperta en una operación de este calibre es un grandísimo error. Espero que no tengamos que arrepentirnos.

– No exagere, Clara. Usted sabe que van a estar pinchadas y seguras.

– No, señor, usted sabe que NO podemos ir pinchadas porque ellos querrán ver el material y es probable que tengamos que quedarnos literalmente en bragas.

– ¡Ese tono, agente!

– Ni ese tono ni hostias. Yo voy a dar la cara mientras uno que yo me sé se quedará en su despacho rellenando la quiniela de esta semana, así que no se me ponga flamenco, a ver si la que se raja ahora soy yo y tiene que disfrazarse de puta Rita la Cantaora.

*

Reme, que se ha quedado sola en el pasillo y espera impaciente retorciéndose los dedos, ve llegar a Clara y a París, jodidos pero desahogados, y comprende al instante que la ha cagado pero bien. Por eso en cuanto su churri se acerca comienza a desgranar una cascada de justificaciones que, realmente, nadie desea oír:

– Parecía tan amable, y era tan encantador, y como tú no estabas y ya sabes que yo siempre estoy dispuesta a ayudarte, cariño, y la verdad es que me necesitáis, os hago falta, reconócelo, me dijo que sin mí no había más alternativa que suspender la operación, y que era muy importante, importantísima, y que si aceptaba nunca llegaría a estar en peligro, y que yo parecía muy despierta y decidida, y si colaboraba conseguiría liberar a un montón de chicas que viven explotadas en unas condiciones horribles en los bares de carretera y…