– No te preocupes, belleza, no pasa nada si te da corte -le sonríe, comprensiva-. De hecho, este salón será el único lugar donde te dejaré sentir vergüenza. Aunque fuera de aquí, por supuesto, puedes fingirla cuanto quieras.
– Gracias -balbucea con sus ojos brillantes y en technicolor.
– No me las des, criatura, no es más que una cuestión de salud mental. Mira, a partir de ahora te van a pedir muchas cosas, demasiadas, pero en el fondo sólo buscan una: que seas otra, que finjas ser una mujer distinta de la que en realidad crees ser, ¿me comprendes? Y eso requiere un esfuerzo mayor que el de abrirse de piernas y dejarse hacer. Dentro de lo que cabe esto sería casi lo más fácil. Y ahora dime, ¿eres virgen, cielo?
– Yo, yo… -y duda, no sabe qué responder y me mira como pidiendo mi aprobación. Intento componer un gesto de ánimo, un ¡adelante! que le dé fuerza. Y parece que lo consigo-. No, Virtudes, no lo soy.
– Pero, Paula, cariño, no me llames Virtudes, queda tan desagradable hablarme de estas cosas tan sucias y dirigirse a mí por un nombre tan de monjita… Mejor usa mi nombre artístico, Alejandra, ¿sí?
– Como quieras, Alejandra. Es un nombre precioso.
– Sí, ¿verdad? Entonces cuéntame, ¿a qué edad te desfloraron?
– A los… catorce.
– ¿Catorce? -y, pese a estar supuestamente de vuelta de todo, Alejandra, Virtudes o como demonios quiera que la llamemos enarca con insolencia una ceja-. Al menos lo haría tu novio.
– Y dos amigos más. Bueno, en realidad estábamos en una fiesta, ya sabes.
– Sí, algo he oído, las fiestas universitarias acaban siempre en orgías, con menores borrachas violadas y remordimientos traumáticos de por vida.
– No, ésta fue una reunión privada y yo acababa de entrar en el instituto, no había bebido casi y mi novio no era universitario todavía porque andaba por los diecisiete. Da igual, lo que pasó es que sus padres se fueron de viaje a Roma, me parece que a una excursión con la parroquia a ver al Papa y rezar por la beatificación de Franco o alguien así, y entonces él aprovechó para llamar a sus dos mejores amigos y pedirles que trajeran a sus novias. Me contó que era una fiesta de bienvenida, porque yo tardé bastante en tener la regla, ¿sabes?, no me vino hasta los catorce, y entonces él dijo que ya era mayor, una auténtica mujer, y ya podía hacer de todo, y por eso se le ocurrió lo de dar la fiesta. Así que, bueno, me prepararon una ceremonia de iniciación que fue, la verdad, lindísima. Nunca lo olvidaré: ellas se desnudaron y se soltaron el pelo y ellos se quitaron las camisetas y se quedaron todos cachas sólo en pantalones, y a mí me desnudaron completamente y me pusieron alrededor del cuerpo una sábana blanca que parecía una romana de película de gladiadores, y entonces me subieron a la mesa del comedor y apagaron las luces y encendieron velas a mi alrededor y pusieron música y empezaron a acariciarme y a besarme todos… Fue como un sueño, no me imagino un modo más bonito de perder la virginidad.
– Y fue con tu pareja, imagino -presupone Virtudes.
– Sííííí. Primero con él, como es lógico, y después con los otros.
– ¿Con los otros dos chicos?
– Y con las chicas. No hubiera sido justo hacerlo sin ellas, ¿no crees?
– Claro, claro, por supuesto… Y dime -se interesa fascinada-, ¿te gustó más con ellos o con ellas?
– No sé… Me gustó bastante con todos. Para mí, no sé si me entiendes, fue una experiencia totalmente nueva, y yo estaba tan emocionada y tan agradecida porque tuvieran ese detalle conmigo que me sentía en una nube, como alucinada, siempre atendiéndome pendientes de que yo estuviera cómoda…
– Pero ¿tú fuiste acostándote con todos por turno? Imagino que tu novio querría llevarte a alguna otra habitación para hacerlo por vez primera.
– ¡No, qué va! Era una experiencia de grupo, lo compartíamos todo y, en este caso -proclama orgullosa-, me compartían a mí.
– ¿Y qué hacían los demás mientras tanto?
– Me besaban, me lamían, me daban masajes para que estuviera más relajada… Todo estaba destinado a hacerme sentir como una reina, la princesa de ese día, y que me encontrara a gusto. Ellos eran como mis esclavos, ¿entiendes? Y, bueno -se detiene por un momento, como para reflexionar-, la verdad es que hubo algunos ratos en que dos o tres de ellos dejaban de hacerme caso y se dedicaban a hacer cosillas a su aire. Pero no me parecía mal, yo soy comprensiva y, como a mí nunca me tenían desatendida, pues lo acepté con generosidad, aunque en teoría yo tendría que ser todo el centro de atención aquella noche. Claro que como todo lo que se hacía era público, para compartir la diversión… Y es que, Alejandra, no se puede estar horas y horas dale que te pego, ¿sabes? Mirar también es parte del atractivo. Por eso nos tomábamos un descansito de vez en cuando, para recuperar el aliento y ver qué hacían los demás.
– ¿Y a tu chico qué le pareció esto, no tenía celos?
– Nooo, es que era todo muy excitante. Hubo un momento en que, para agasajarnos como pareja, sus dos amigos se quedaron conmigo y sus novias se ofrecieron a él y, aunque en principio me dio bastante miedo porque, no sé, pensé que preferiría antes a aquellas chicas mucho más experimentadas que a mí, al final me gustó verlo, y es que parecía como un héroe de esos de los mitos poseyendo a dos ninfas o algo así, seguro que sabes a qué me refiero. Lo vi tan fuerte, tan poderoso, sudoroso y con los músculos en tensión, que fue entonces cuando comprendí cuánto lo quería.
Virtudes traga saliva, estoy tan cerca de ella que la oigo jadear, reconozco el sonido de su garganta y vislumbro que se ha excitado con el relato. Es el mismo de cuando eras adolescente y estabas en el sofá con papá y mamá después de cenar y ponían una escena subida de tono en la tele y disimulabas como si no pasara nada, indiferente a esos cuerpos que se tocaban y retozaban, negándote a que estuvieran ahí llenándote los ojos.
Aquí ocurre igual. A Virtudes se le hace la boca agua y no sé si es por la visión que le ha provocado el relato de la orgía, la candidez de la narradora o el futuro potencial de la niña. No importa. Sean cuales sean sus pensamientos, consigue guardarlos en la máquina registradora de su cabeza y alentar a Reme.
– ¡Nunca pensé que una chica tan joven como tú tuviera semejante historial sexual! No sé si sorprenderme o inquietarme -exclama la muy hipócrita.
– Es que soy de Villalatas -explica Reme, y como ve que nos quedamos tal cual, aclara-: Un novio que tuve después, de Madrid capital, siempre me lo repetía cada vez que nos enrollábamos: «Se ve que en los barrios dormitorio se empieza pronto». Así que supongo que será por eso. Vamos, digo yo.
– Y dime, ¿todo esto que nos has contado lo has hecho sólo con chicos de tu edad o también has… jugado con gente mayor?
Reme no lo pilla pero para mí, vulgar espectadora en este confesionario de telebasura, resulta evidente que le pregunta si le daría asco acostarse con fruta madura. Lo que yo quisiera averiguar, cosa que haré en cuanto pueda si salimos de ésta, es si la bonita historia de la pérdida de su flor corre por cuenta de sus recuerdos o de su imaginación. Francamente, no sé qué tendría más mérito.
– Es que me da vergüenza decirlo… -titubea Reme-. La verdad es que sí… Pero la historia sólo duró unos meses y yo no tuve nada que ver con su muerte. Lo juro.
– ¿Qué? ¿Cómo? A ver, explícanos eso -ruega, suplica, la bicha.
– Fue el padre de una compañera de clase de inglés, para él era su tercer matrimonio, así que ya tenía sus añitos, podría ser hasta mi abuelo. Yo iba a estudiar a su chalet con su hija varios días a la semana y a veces, los viernes, me quedaba a dormir. El cuarto de invitados, que era muy chulo, estaba en la buhardilla y bueno, lo típico, ya me había fijado en que él me miraba en la piscina o si bajaba a desayunar en camisón y todo eso, así que una noche acabó por subir a mi habitación, cuando su mujer y mi amiga ya estaban dormidas, y aunque al principio me aseguró que sólo quería chuparme los dedos de los pies y acariciarme las pantorrillas, al final acabó por lamerme hasta… bueno, hasta ahí, hasta mis partes, y estaba tan a gusto que no pude resistirme, y aunque luego me arrepentí mucho, por aquello del miedo a las movidas que podía tener si se enteraban, la verdad es que yo de estar con él no me arrepentía pero nada de nada, porque era… no sé cómo explicarlo, como otro concepto, porque se tomaba la… cosa con más calma y era más amable y atento, todo un caballero. Y claro, yo le decía a mi compi que no podía ir a su casa, que prefería estudiar en la mía, para evitarlo, para no volver a verlo, pero luego siempre acababa cediendo y cada vez que pasaba la noche allí no podía dejar de mirarlo mientras cenábamos y pensar en lo que sabía que iba a venir después, y entonces nos retirábamos a estudiar y él, en plan padre bueno, nos traía a las dos un vaso de leche con galletas y nos acariciaba la cabeza, y yo cada vez me ponía más y más ansiosa esperando el momento de irme a la cama y que él subiera…