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– ¿Cómo que no?, ¿y esto qué es? -y cojo mi destartalada grabadora y la enseño triunfal como una abogada en un juicio que muestra la prueba definitiva y es que, por otra parte, esto es exactamente eso: un juicio a mi eficacia, a mi rápida consecución de pruebas, a mi capacidad para relacionar unos hechos con otros que ellos ni llegan a entender ni pueden asumir.

– Parece tu grabadora -afirma Santi con lógica aplastante.

– ¡Qué listo! Pues contiene la conversación que mantuve con la madame. Como es evidente que no os fiáis de mi veracidad a la hora de transcribirla para el informe, lo mejor es que también la oigamos.

Clara la conecta con aire ofuscado y comienza a escucharse su voz falsa y maligna soltando perlas del tipo «nosotros formamos una gran familia», «somos un equipo preparadísimo y con experiencia demostrada», «aquí dentro los compañeros me conocen por Virtudes».

– ¿Te das cuenta de que habla siempre en plural? ¿Quién crees que son esos «nosotros»? ¿Ella y su caniche?

– Quizá -sugiere París con una sonrisa de vencedor-, porque ese «socio capitalista» que mencionas no se cita por ninguna parte.

– Pero ¿has oído la cinta con atención? Me extraña que no te hayas fijado en detalles como que rellene fichas con el perfil de cada muchacha, las cite para hacer un book con un fotógrafo profesional y las aliente incluso a pasar por el cirujano plástico. ¿De verdad piensas que puede costear esa inversión sola? Es evidente que detrás hay una organización muy bien articulada y que todo ese control obedece a una sola razón: a que hay un inversor que pone la pasta pero exige, a cambio, las cuentas claras.

– Tal vez, pero aun así sigo sin entender cómo has sacado la conclusión de que el paganini es Vito. Ahí fuera hay muchos más mafiosos sueltos.

– Estoy de acuerdo -le apoya Bores-. En esta ciudad hay cientos de redes de prostitución ilegal y muchas putas que, cuando se retiran, se ofrecen a montar una para alguien adinerado y poderoso. ¿Por qué van a estar los dos en la misma?

– Porque de sus palabras se deduce el mismo tipo de funcionamiento y, si queréis, ponemos también la grabación que acabo de obtener durante nuestro encuentro. Él habla de selección y preparación de las mejores chicas, de ofrecerles un futuro triunfal…

– Venga, es el mismo rollo que diría cualquiera -me rebate Santi-. Todos prometen lo mismo, incluso a las desgraciadas que vienen de África y terminan en la Casa de Campo.

Eso, venga, Clarita. No seas tonta, simple, pueril, cortita, espesa. ¿No ves que todos pensamos lo mismo, que estás equivocada? ¿Cómo puedes insistir en tus teorías rodeada de hombres que te niegan, que te quitan la razón dispuestos a refutarte que el cielo es azul? Déjalo, vete a casa, es tan fácil como levantarse de la silla y marcharse. A qué seguir, qué vas a sacar en limpio aquí, ¿sería capaz cualquiera de ellos de proponerte para un ascenso? ¿Podrían llegar a reconocer por una vez, sólo por una mísera y diminuta vez, que has hecho algo bien?

Pues hazlo, levántate y vete. Qué te impide alejarte. Qué más te dan los muertos si guardas la conciencia de llegar a casa sabiendo que lo has hecho lo mejor que has sabido. Olvídalos. No les respondas ni les hables. Véncelos con tu silencio. Gánales al abandonarlos en su ignorancia. Vete y vive.

Por un momento calibro la opción. Me callo un rato a ver qué pasa, cómo reaccionan, y espero a que alguien se dé cuenta de que me he mosqueado porque ya está bien de hundirme la moral, joder, de frenarme con sus escollos.

Primero París expone algo sin sentido lleno de «por cuantos».

Después Bores murmura un alegato que ni se entiende.

Más tarde Santi concluye que, definitivamente, no.

Y, al final, las voces se apagan y mueren.

Se miran unos a otros en silencio.

Corre lento el aire.

Lo respiro.

Y hablo.

– ¿Es que nadie se acuerda de la agenda del teléfono de Olvido?

– ¿Qué agenda? -preguntan casi a la vez.

– La de la memoria de su teléfono. Todos los nombres estaban en clave, pero yo he conseguido descifrar unos cuantos. El «Padrino» es Vito, como ya sabéis. Y Virtudes, la «Madrina». ¿Cómo podéis decirme que no tienen relación si ambos están en la misma lista?

La conclusión de la conversación es que bueno, puede, quizá, quién sabe, tal vez haya alguna conexión entre ambos. Cuando mañana usted, Deza, sí, esta estúpida servidora, se vuelva a exponer y dé la cara junto con Zafrilla ante la proxeneta, es decir, Virtudes, no estaría de más que sacase el tema de la financiación del negocio a ver si araña alguna información sobre Vito.

No se preocupe, hombre, sin duda lo haré, no tengo nada mejor que hacer mañana que suicidarme. Y ya que estamos, por aquello de que el Pisuerga pasa por Valladolid, también puedo preguntarle, si le parece bien, jefe, si se ha cargado a Olvido o fueron sus sicarios, pienso, pero no lo digo, aunque ganas no me faltan porque día sí día también tengo que salir a la calle y presentarme ante alguien que me puede matar, dar la cara con temor en el cuerpo y unas imparables ganas de temblar aunque al final, como debe ser, como está establecido que ocurra, me aguanto y oigo cómo dan por concluida la reunión y reparo en que sí, muy bonito, todos hemos hablado mucho, pero al acabar ninguna decisión ni tampoco un plan de acción. Y yo me pregunto, ¿para qué ha servido esto?, ¿qué sentido tiene tanta palabrería si, como siempre, tendré que actuar por mi cuenta a golpe de intuición?, cavila mientras observa cómo, en el otro extremo de la mesa, el jefe Bores y París confraternizan y se ríen a saber de qué machada y menos mal que ahora, en el parón de la comida, podré hablar con Santi sin cortapisas y a ver si saco algo en limpio de todo este lío, porque siento que necesito parar, tomar distancia de los descubrimientos que se suceden con tanta rapidez que no tengo tiempo para asimilarlos, porque son demasiados lazos, demasiadas redes, demasiados cabos de los que tirar y todos conducen a todos y ya no sé qué está bien o qué está mal, quién dice la verdad, quién miente, quién esconde secretos o quién me muestra su auténtica personalidad aunque eso es pura tontería porque no existe nadie que no esconda algo. Hasta yo le guardo miedos a mi marido. Ésa es la única realidad.

– Clara, ven un momento, por favor -la llama París, que ha acabado de departir con el jefe y a ver qué güevo le pica a éste, igual es que no le ha bastado con martirizarme ante los demás y ahora quiere abroncarme en privado.

– Qué -responde agresiva al llegar junto a él.

– No, nada, quería decirte que ya he empezado. Ya sabes, a hablarle de tu amiga y… eso.

– ¿Qué es eso? -este hombre me hace perder la paciencia, me desquicia, me pone de los nervios, tantas ganas de explayarse delante de los superiores y míralo ahora, tan cortado, tan tímido, tan patético.

– Pues eso, que parece que Javier se deja calentar la oreja y que lo ve bien.

– Pero ¿habéis quedado?

– Aún no, pero creo que él ha entendido mis intenciones y en breve caerá.

– Joder, Carliños, vaya mierda de Celestino estás hecho, por como lo cuentas parece que quien le esté haciendo proposiciones deshonestas seas tú. Ten cuidado, no vaya a ser que lo confundas y en la famosa cita, que a ver si la fijas de una santa vez, a quien le tire los trastos sea a ti.

Se me queda mirando con tal asombro en los ojos desorbitados que me da por pensar que hasta él mismo alberga dudas sobre la interpretación que el novato haya podido dar a sus insinuaciones. Definitivamente, los hombres no tienen remedio. Mucha valentía ante el jefe, mucho cuestionarme, mucho disponer y no saben montar una cena en condiciones. Y luego dicen que nosotras somos un desastre. Por lo menos demostramos capacidad para llevar a cabo un plan tan simple como organizar una cita a ciegas.

– Esto… Clara.

– ¿Tú también? Qué os pasa hoy a todos -y me vuelvo para encontrarme a Santi, cabizbajo y alicaído, con esa mirada de perro salchicha que se le pone cuando tiene que decir algo que no le gusta. Vaya día. Primero la bronca, luego París que huye asumiendo su inutilidad como alcahuete y ahora éste.