No se dan tregua. No me dan tregua. La enfermedad me acosa por dentro y por fuera. Se extiende por la ciudad. Contamina. Infecta. El no dormir suelta al aire el virus salamandrino del no-sueño. Peor que la mancha del ganado. Peste de lo general. De día, ni el vuelo de una mosca. Silencio al revés. Los que están al acecho aguantan la respiración desde el alba a la noche. Sólo entonces comienza el zumbido del cárabo. Arañar de patas de escarabajos. Aletear de murciélagos. Susurros de escamas. La boche se puebla le sonidos-fantasmas. Encañono el catalejo, el telescopio, a través de las ventanas. Nada. Ni una sombra. Las casas manchan de blanco la obscuridad. Vía láctea levantada por mí entre los árboles. Más blanca que la nube de nuestra galaxia entre las nubes. Los gritos de los centinelas llegan desde otro mundo. De repente un tiro. Aullidos. Se propagan. Llenan la noche. Todos los perros del Paraguay ladran a la pesadilla de la obscuridad. Después el silencio fondea de nuevo. Surgen las siluetas emponchadas de negro. Los pies lanudos envueltos en pieles de oveja. Rondan, se deslizan ante las casas de los enemigos. Buscan en los corredores de los templos, en las plazoletas, en los callejones, en las callejuelas tortuosas, en los zanjones. Sé que no verán ni encontrarán nada, pese a su instinto y olfato de perdigueros. Nada escucharán a través de las rendijas de puertas y ventanas. La noche es más grande, más monótona que el día. Los hace estar en otra vida. Creen ver algo. Una exhalación sulfurosa zigzaguea a flor de tierra. Pegan la vuelta. Ya es tarde. Más lejos, música de serenata en una acera. Corren hacia allá. Postigos cerrados. No hay sino la memoria del sonido bajo los aleros. Los pies-peludos no oyen, no ven nada. Escupen insultos soeces. Se chupan las muelas careadas. Escupen. Se quedan parpadeando en el plasto de sus escupidas. No sirven más que para eso.
Aquí en mi cuarto, el apagado tic tac de los relojes; entre ellos el que regaló Belgrano a Cavañas en Takuary. El ruidito de las polillas en los libros. El minutero taimado de la carcoma en el maderamen. De tanto en tanto caen los cascados sonidos de la campana de la catedral marcando no horas sino siglos. ¡Cuánto hace que no duermo! Todo se repite a imagen de lo que ha sido y será. Lo sumo y lo mínimo. Tan cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol, y este mismo sol es la repetición de innumerables soles que han exis tido y existirán. Los antiguos sabían que el sol se hallaba a dos mil leguas y se asombraban de que se pudiera verlo a doscientos pasos. Sabían que el ojo no podría ver el sol, si el ojo no fuese en cierto modo un sol. Más que necesario saber no estar enfermo, hacerse invulnerable a todo. El cacique Avaporú, según el jesuíta Montoya, mascaba la yerba mágica del Yayeupá-Guasú; estornudaba tres veces y se volvía invisible. De modo que yo, aunque estuviese muerto no lo estaría, pues sería mi repetición. Únicamente la cás cara de mi primer alma estaría rota o muerta después de haber empollado las otras.
Habíame sobre esto, ordeno al jefe nivaklé. Cuéntame todo lo que sepas acerca de esto. El rostro del hechicero indígena se torna más sombrío aún. Los carbones de sus ojos reflotan un instante entre las embijadas arrugas. Habla pues. Gato Salvaje se apoya en la vara-insignia y a través de la boca cerrada comienza el murmullo que a través de su cuerpo parece venir de muy lejos. Chasejk, el lenguaraz, traduce: Todos los seres tienen dobles. Las ropas, los utensilios, las armas. Las plantas, los animales, los hombres. Este doble se presenta a los ojos de los hombres como sombra, reflejo o imagen. La sombra que cualquier cuerpo proyecta, el reflejo de las cosas en el agua, la imagen vista en un espejo. Podemos llamarla Sombra, aunque está constituida de una materia más sutil. Tal es así que la sombra del sol cubre los objetos, pero no los oculta. El reflejo del agua no permite que los peces se escondan totalmente.
Las sombras son idénticas a los seres que duplican. Son tan delgadas, más-que-transparentes. No se las puede tocar. Solamente se las puede ver. Pero no siempre con los ojos de la cara, nada más que con el ojo interior que piensa. Por lo que la sombra es la imagen de cada ser. Todos los seres tienen dobles. Pero el doble del hu-mano es uno y triple al mismo tiempo. A veces más. Cada una de estas almas es distinta a las demás, pero a pesar de sus diferencias forman una sola. Digo al lenguaraz que pregunte al nivaklé si es como en el misterio del cristianismo: Un solo Dios en tres Personas distintas. El hechicero se ríe con una risa seca sin despegar los labios fruncidos por los tatuajes. ¡No, no! ¡Eso no es con nosotros, los hombres-del-bosque! El alma primera se llama huevo. Luego está el alma-chica, situada en el centro. Rodeando totalmente el huevo está la cascara o cuero: el vatjeche. Dura corteza que protege el alma-blanda o médula. Así como el huevo es el alma del cuerpo, la cascara es el alma del huevo. Ambas no pueden verse ni tocarse.
Están formadas por algo que es menos que el viento, puesto que el viento se siente; mientras que esas dos almas no tienen nada que pueda tocarse ni verse. Atraviesan las cosas más duras. Nunca chocan contra nada. Cuando una persona echa el aliento sobre la cara de otra, ésta lo siente. El huevo y la cascara son más tenues que el aliento. La tercer alma es vatajpikclass="underline" la sombra. Alma de la cascara que «tiene algo». Son muchos los que ven la sombra de una persona recientemente muerta en los alrededores de su tumba. Su semejanza es tan perfecta con el cuerpo «que ya no está», con sus movimientos que fueron, con su manera de ser que ya no es, que parece que el cuerpo sigue estando. Pero esa alma errante está completamente vacía, no tiene nada adentro. Para nosotros el cuerpo tiene más importancia que las almas, porque éstas se originan en aquél. Sin cuerpo no existen almas, aunque éstas sobreviven después de su destrucción. Éste es el pensamiento de los Viejos. No hay palabras para explicar esto, pero ellos, los Viejos, saben que hay varias almas en una sola: El alma-huevo, hijo-del-alma, o alma-chica; la sombra producida por el sol; el reflejo en el agua, la imagen en el espejo; la sombra producida por el sol a media mañana o a media tarde; la sombra del sol cuando cae a la espalda del cuerpo que va hacia adelante; la sombra del cuerpo cuando el sol está en el punto más alto del cielo; la sombra proyectada por la luz del sol filtrada por las nubes; la sombra que produce la luz de la luna; la misma luna a través de las nubes. Pero de todas ellas, la.s principales son las tres almas que son el sostén de la salud y la vida del hombre. Su trabajo el mantenerlo sano, sin dolores ni mole.s tías, con ánimo y energía. Ése es su oficio; el oficio sagrado que únicamente las tres juntas pueden cumplir. Si faltara alguna de las tres, por ejemplo, el alma-huevo, el hombre incompleto seguiría caminando, cumpliendo con sus obligaciones, pero con perma nentes dolores de cabeza y de cuerpo. Señal de que alma-chica ya no está. Se ha ido. El enfermo puede seguir viviendo. Si no se hace curar a tiempo, la parte del ser que le falta, hace más fácil el robo de las otras dos por los espíritus malignos. Son los chivosis o seres enanos que viven bajo tierra; almas deformes de los recién nacidos y criaturas muertas. Allí abajo éstos torturan a las sombras roba das. Toman chicha de maíz y se divierten torturándolas, iguales a esos indios desnaturalizados que torturan en los sótanos del Gran Señor-Blanco. Entre varios chivosis retuercen y doblan cruelmente las almas robadas. Entonces el cuerpo sufre los temblores del muerto-ser-continuamente. Pregúntale, Chasejk, si puede curar me. Dice que no, Excelencia. Dice que ve enteramente vacío el in terior de Su Señoría. No hay más que huesos, dice. Las tres almas se han ido ya. Queda únicamente una cuarta alma, pero él no la ve. Dile que mire, que vea. La sombra es más difícil que el huevo. Dice que no tiene poder sobre ella; que no la puede ver. Dice, Excelencia, que aunque soplara hasta quedarse sin resuello, los espíritus auxiliares de la curación no podrán penetrar ya en el vacío-sin alma del cuerpo. Soplará y escupirá hasta que se le seque y se le caiga la boca. La piedra grande de la muerte ha caído adentro y ya no hay forma de sacarla. Esto dice el nivaklé, Excelencia.
Así que también, según el diagnóstico de este agnóstico salvaje, estoy con los huevos del alma todos rotos. No ve más que vacío entre los huesos. Pero el vacío es todavía algo; todo depende del modo y del acomodo. ¿No? Sí. Los fetos panfletarios de los chivosis retuercen el trapo mojado de mi cuerpo bajo tierra. Toman chicha de maíz. Siguen retorciéndome, sus bolsillos rebosantes de calumnias. Toman más chicha. Me ponen al fuego. Mi cuerpo humea en los temblores del muerto-ser-continuamente. Mas no acabarán conmigo. Soy agua de hervir fuera de la olla, dirá de mí una niña escuelera. Estar muerto y seguir de pie es mi fuerte, y aunque para mí todo es viaje de regreso, voy siempre de adiós hacia adelante, nunca volviendo, ¿eh? ¡Eh! ¿Crecen los árboles hacia abajo? ¿Vuelan los pájaros hacia atrás? ¿Se moja la palabra pronunciada? ¿Pueden oír lo que no digo, ver claro en lo obscuro? Lo dicho, dicho está. Si sólo escucharan la mitad, entenderían el doble. Yo me siento un huevo acabadito de poner.
¿Qué más tienes entre esa papelada? La viuda del centinela José Custodio Arroyo, que se quemó ayer, ha elevado solicitud a Vuecencia. ¿Qué quiere la viuda? ¿Que le resucitemos al marido en premio de la grave falta que cometió descuidando su puesto?
Con todo respeto y veneración al Supremo Gobierno digo, dice la viuda: que tengo encajonado al muerto en mi casa sin poderlo enterrar, y que con la calor reinante la jedentina ya ha invadido todo el barrio de la Merced. Razón por la cual los vecinos están metiendo gran bulla y alboroto. Que lo entierre de una vez. El señor cura párroco de la Encarnación, Supremo Señor, se niega temático a rezar responso y a dar permiso para que mi finado, su servidor que fue, reciba cristiana sepultura, no digo ya bajo el piso de la Iglesia, como le corresponde, pero aunque más no sea en la contrasacristía donde se entierra a todos los cristianos. Que diga el cura por qué se niega a entonar el entierro. El señor cura Párroco alega que mi finado José Custodio era un ateo rematado y masón. A más alega que por ello mismo no es un casual que lo hayan visto en medio de la tropa de demonios bailando con infernal salva jería alrededor del fogaron que se tragó al Supremo, digo mal y me desdigo diciendo bien: Alrededor del fogarón que mi finado José Custodio encendió para quemar la sacrilegia figura de nuestro Supremo Karai Guasú, abrazado al cual, quiero decir no al Supremo en persona sino solamente a su figura de cera, se achicharró luego en el fuego al caer sobre él.