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El único organista de verdad que surgió en el Paraguay, Modesto Servín. Tómelo como ejemplo, Céspedes. ¡Un genio! Jamás costó un real al Estado. Come su alma. De eso vive, y da a los más necesitados las mandiocas y maíces de su chacra, plantados por sus manos. Pudo ser organista en la Basílica de San Pedro. Prefirió ser fiel a su Patria tocando en el pobre templo de un pueblo de indios. Organista de Jaguarón. Maestro de primeras letras. Santidad última. El lugar donde nació ya debía estar consagrado. Suprimido el cargo. El que toque el órgano, que lo haga por gusto, con arte y por amor al arte al igual que Modesto Servín.

¿Hay más indignidades y oficios-desquicios eclesiásticos, Céspedes? Hay, Señor, el de pertiguero, el de mayordomo o procurador, el de tesorero, cuya misión es mandar cerrar y abrir la iglesia; hacer tocar las campanas; guardar todas las cosas del servicio; cuidar de las lámparas y cálices; proveer el incienso, luces, pan y vino y demás cosas necesarias para celebrar. Luego, Excelencia, la dignidad de perrero, el cual ha de echar a los perros fuera del templo y ha de barrer la Casa de Dios los sábados y vísperas de las fiestas que traen vigilia. ¿Cuánto le ha asignado la Erección al mariscalato de los perros? Doce libras de oro, Excelencia. ¿Sabe usted, provisor, cuánto gana un maestro de escuela? Seis pesos más una res vacuna por mes. ¿Sabe cuanto gana un soldado de las tropas de línea? Lo mismo, más el vestuario y equipo. Mande a los perros a trabajar en comisión con los efectivos de urbanos en las batidas annuas de perros de la ciudad, villas y pueblos. Ya están trabajando en eso, Excelencia. Desde la Reforma de la Iglesia introducida por el Supremo Gobierno, los perros colaboran en la batida y cacería de perros y son los encargados de sacrificar a los canes rabiosos que cada año son más en cantidad. ¿Cuánto gana usted, Céspedes? La dote y mensa del obispo por sede vacante, Señor. Más las de arcediano, chantre y canónigo. Más las raciones enteras y medias raciones que me corresponden por sustentar la carga del Hábito Pontifical y la Administración de nuestra Iglesia. ¡Me parece una barbaridad! Desde hoy percibirá usted la paga de un oficial del ejército. Todos los curas, cualesquiera sean sus oficios y maleficios, recibirán un salario igual al de los maestros de escuela. ¿Le parece bien, provisorio? Usted lo ha dicho, Excelencia. Acátese su Voluntad Suprema. ¿Qué hay de la llegada del nuevo obispo? ¿Nuevo obispo, Excelencia? No se me haga el desentendido, Céspedes. ¿O es que teme perder su silla bacante? No es eso, Excelencia; sólo que no tenía ninguna noticia de la llegada de ningún nuevo obispo. No es nuevo sino muy viejo. Se trata del opulento clérigo Manuel López y Espinoza, designado por el papa el año 1765. ¡Imposible, Señor! El doctor don Manuel López y Espinoza, nombrado obispo de esta Diócesis el año que Vuecencia menciona, tendría ahora más de ciento cincuenta años. Debe de haber muerto hace mucho tiempo. No, Céspedes. Estos obispos matusalénicos no mueren. ¿No finó el obispo Cárdenas a los ciento seis años? López y Espinoza está tardando en llegar porque lo transportan en silla de mano desde el Alto Perú. Viene acompañado por un ejército de familiares y esclavos. Trae consigo las cuantiosas haciendas que tenía en Trujillo, en Cochabamba, en Potosí y en Chuquisaca. Ganado. Carretas cargadas de lingotes de plata. Opulentia opulentísima. Lo último que he sabido de él es que ha desviado su lenta marcha por el Gran Chaco, abandonando la antigua ruta de Córdoba del Tucumán por temor a las guerrillas del Norte. He estado aguardando todo este tiempo su llegada. Indios guaykurúes adiestrados, soldados baqueanos, mis mejores vaqueros rastreadores patrullan desde hace años en su búsqueda todas las rutas probables del Chaco. Estoy seguro de que la silla gestato-ria-migratoria llegará a Asunción, aunque más no sea con el petrificado esqueleto de López Espinoza sentado en ella. No me interesa el írrito viejo. Desde ya, Céspedes, puede usted contar con la mitra, el báculo del prelado sesquicentenario, si aún continúa vivo. Si no lo está, encargúese de dar cristiana sepultura a la osamenta viajera cuando arribe a nuestras costas. Los bienes que traiga el patriarca episcopicio serán incorporados al patrimonio nacional, los que sumados a los ahorros que acabamos de hacer con el personal de la iglesia, podrán costear por sí solos el gran ejército que tengo proyectado en defensa de la soberanía de la Patria.

La Yglessia del Paraguay, verdadero Grano de mostaza en estas ynmensidades, apenas brotada en tierra tan bien regada, se desarrolla explendorosamente cual frondosissimo Arvol en cuyas ramas Aves del Cielo de todos los colores y plumages han anidado preciosissimas y sin cuento, reconocen con celestial encanto los primeros informes a poco tiempo de la Erección. ¡Vea usted cómo ha crecido el grano de mostaza! ¡Demasiadas aves de rapiña entre sus ramas! Vamos a proceder de modo que el frondosissimo Arvol se enmiende consigo mismo: que el follaje empapado de amor sirva para algo más que albergar pájaros de cuenta. Punto.

¿Debió haber permitido Dios que se cometieran todas estas iniquidades? ¿Eh? Se lo pregunto a usted que se titula su ministro. No, Excelencia, la verdad es que no debió haberlas permitido. ¿Qué piensa usted que es Dios? Yo, Excelencia, pienso que, según el Catecismo Patrio Reformado, Dios Justo, Dios Omnipotente, Dios Sabio es… ¡Alto! Se lo voy a decir yo sin tantas jacarandainas: Dios es quien es definitivamente. El demonio, lo contrario. ¡Excelencia, es la mejor definición de Dios que haya oído en mi vida!

Vayamos ahora a un pequeño examen. ¿Cuál es la primera pregunta del Catecismo? Con todo gusto, Excelencia. La primera pregunta es: ¿Cuál es el Gobierno de tu País? Respuesta: El Patrio Reformado. La segunda pregunta, provisorio. La seguida, Señor, es: ¿Qué se entiende por Patrio Reformado? Respuesta: El regulado por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad. La tercera. La tercera pregunta, Excelencia, es… es… ¡Sí! La tercera pregunta es: ¿Cómo se prueba que es bueno nuestro sistema? Respuesta: Con hechos positivos… Se ha equivocado usted, provisorio. Esta respuesta corresponde a la quinta pregunta. El hecho positivo es que usted anda mal de la memoria. Me obliga usted a que le rebaje el sueldo a la paga de subteniente. Sea más frugal y recobrará la memoria. Los encantos de la frugalidad no se pagan con oro. La verdadera santidad no es la fingida. No es la que se oculta bajo la tonsura cuyo tamaño es el de un real de plata, según lo estableció la Erección, como unidad monetaria de los estipendios. ¡Si esto es religión que venga el diablo y lo diga! ¡Qué diferencia entre los malos servidores de la religión y los que la sirven en pobreza suma, en total renunciamiento! Éstos ven a Dios en el prójimo, en el semejante. Tanto más vividamente, cuanto más pobre, más sufrido es éste. Aquí tuvimos un ejemplo. El P. Amando González y Escobar, el cura fundador de los pueblos melodiosos del Chaco. No tengo, señores, otros bienes que la pobreza, parte de mi religión, escribió antes de morir. Esta cuja me la prestó un hermano. Este colchoncillo me lo cedió la piedad de una anciana. Aquella tinaja me la fabricó un indio. Esta caja, un vecino honrado. Esta mesa, este reclinatorio, un ebanista leproso, fabricante de instrumentos. Mando que sean restituidos a sus dueños los pobres, en tanto yo restituyo la vida a quien la debo. No hay en mi choza otros expolios que los que hará la muerte en el saco de mi cuerpo. Únicamente mi alma es de Dios. Esto dijo con sus palabras y sus actos el padre Amando. Evangelizó a los indios en la misma medida en que los indios lo evangelizaron a él. Ésta es la lengua que habló el curita melodioso de Emboscada. La entendieron todos. Lengua de apóstol. Usted, Céspedes Xeria, no es creyente. Sin embargo habla como si lo fuera. A mí manera, yo tengo cierta fe en Dios, de la que usted carece. Para mí no existe un consuelo religioso. Sólo existe un pensamiento religioso. Para usted sólo existen el premio y el castigo, que no tienen sentido después de la muerte. Salvo que la vida pueda dar un sentido a la muerte en este mundo sin sentido. No lo tiene o no entendemos este sentido porque no es forzoso que el sentido del mundo sea el de nuestra vida. Nuestra civilización no es la primera que niega la inmortalidad del alma. Pero sin duda es la primera que niega importancia al alma. Después del combate, dice uno de los Libros más antiguos del mundo, las mariposas se posan sobre los guerreros muertos y los vencedores dormidos. Usted, Céspedes Xeria, no es de esas mariposas. Si la iglesia, si sus servidores quieren ser lo que deben ser, tendrán que ponerse algún día de parte de los que nada son. No sólo aquí en el Paraguay. En todos los lugares de la tierra poblados por el sufrimiento humano. Cristo quiso conquistar no sólo el poder espiritual. También el temporal. Derrocar al Sanhedrín. Destruir la fuente de los privilegios. Quebrar la frente de los privilegiados. Sin esto, la promesa de la bienaventuranza, papel pintado. Cristo pagó su fracaso en la cruz. Pilatos se fue a lavar los platos. Sobre este fracaso inicial los falsos apóstoles descendientes de Judas erigieron la falsa religión judeo-cristiana. Dos milenios de falsedades. Pillaje. Destrucción. Vandalismo. ¿En esta religión debo creer? Desconozco a este Dios de la destrucción y de la muerte. ¿A un Dios desconocido debo confesar mis pecados? ¿Quiere que me ría a carcajadas? No, Céspedes. ¡Déjese de bromas fúnebres! ¿Tiene algo más que decir? Sólo he venido humildísimamente, Señor, a testimoniar a Vuecencia la gratitud y fidelidad de la Iglesia Paraguaya a su Patrono Supremo. Con asentimiento y consejo de mis hermanos en religión, me he permitido traer para someter a su examen la Oración Fúnebre que el Padre Manuel Antonio Pérez, nuestro más brillante Orador Sagrado, ha de pronunciar en las exequias de Su Señoría… digo, cuando llegue el momento, si es que llega, y si Su Excelencia se digna aprobarla. Ya llegó ese momento, Céspedes. Ya ese momento es pasado. Lleve el pasquín funerario y pegúelo con cuatro chinchetas en el pórtico de la catedral. Allí, las moscas que ganan batallas serán sus más devotas y puntuales lectoras. Corregirán su puntuación y sentido. Ahorrarán trabajo a los historiadores. Ego te absolvo… (roto, quemado, lo que sigue).

(En el cuaderno privado)

Muchísimo peores, más indignos, los funcionarios civiles/militares. Por lo que en este punto, al menos, el decretorio papelucho de la condena cierta razón tiene al proponer pena de horca para todos ellos. Me ha venido a recordar algo que debí obrar sin demora.