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En un alboroto con los correntinos lo mandé a bombardear la plaza para escarmentarlos. Puse a su disposición cuatro buenos buques de guerra armados hasta de veinte y tantos cañones. No sirvieron sino para que Rolón ofreciera sin costo al enemigo una ridicula representación. No sirvió sino de hazmerreír por el desatino con que condujo la expedición. ¿Dónde su amor a la patria? ¿Dónde su honor y su orgullo, el respeto al gobierno? ¿Dónde su propio amor propio?

En la juntura del Paraná con el Paraguay, los cuatro barcos se pusieron a bailar ante el fuerte de Corrientes en los remolinos de las siete corrientes. Sin disparar un cañonazo. Sin saber qué rumbo tomar; si hundirse o volar.

Pobladores y tropas improvisaron un burlesco carnaval en homenaje a los navios invasores. Se lanzaron a competir con ellos a quién bailaba más y mejor. Y si los correntinos no los tomaron con sólo alargar las manos, fue porque la borrachera los tumbó a ellos tanto como a Rolón y a sus hombres el susto. Al regreso de su hazaña se presentó muy fresco disculpándose con necedades. Así resulta cuando se encomienda una empresa a desvergonzados inservibles. Es verdad que yo sólo ordené esa expedición como prueba, la que no me salió bien. Sólo por esto no mandé ejecutar a Rolón. Se le conmutó por la pena de remo perpetuo. ¿Qué es de él? Continúa bogando en la canoa, Señor. Los últimos partes de las guarniciones costeras informan que ya no es más que piel y huesos. Otros, que es una sola entera mata de pelos cuya cola de más de tres metros se arrastra en la corriente mientras boga. Los ribereños del Guarnipitán han hecho correr extraños rumores. Dicen algunos que el que va sentado en la popa no es ya el condenado vivo sino el difunto. Otros díceres dicen que la muerte misma es la que va bogando en la negra y podrida embarcación. Y así debe ser no-más porque hace años que no recoge los alimentos de los lugares establecidos en la condena, entre la Villa del Pilar y el Guarnipitán.

¿Qué estás haciendo sobre el papel? Raspar la i de díceres, Señor, relevarla por la e. Cambiar, aunque sea por valor de una letra, el destino del ex capitán Rolón.

Ahí lo tengo a ese otro collón cobardón, el ex comandante de Itapúa, Ojeda. Revés indigno de lo que debe ser un verdadero comandante de guarnición. Abandona Candelaria a las tropas de Ferré que invaden nuestro territorio pretendiendo extender su dominio y apoderarse de las Misiones, antigua pertenencia y posesión del Paraguay. Mi comandante de guarnición se retira sin resistir, antes de sonar el primer tiro. Las armas se les derriten en las manos a estas gallinas uniformadas cuando se ven forzados a hacer uso de ellas. Deja regado el camino de su fuga con bagajes, pertrechos, bastimentos que cuestan sangre y sudor al país. Lo mando llamar. Hasta los calzoncillos se te cayeron manchados de tus propias miserias. Lo que es una vergüenza para la República. Oprobio sin segundo. Ignominia sin ejemplar. Últimamente me has dejado avergonzado con el gusto simple y sin excusa que has tenido, al extremo de hacerme abandonar la Candelaria, bastión imprescindible para la seguridad del país; el último resquicio que nos quedaba para comerciar con el exterior. Qué dirán esos comerciantes extranjeros. Qué se dirá en el Paraguay, cuando tus compatriotas lo sepan. Te escupirán a la cara, y en lugar de comandante de la primera guarnición de la República, serás la última escupidera del desprecio y la burla de todos.

Yo mismo me abstengo de hacerlo. Trato de no criar rabia contra ti. No me tolero enojos contra hombres tan-para-poco, tan-para-nada. Criar rabia contra infelices bribones es lo mismo que autorizarse a que estas contrapersonas pasen durante algún tiempo gobernando las ideas y los sentires de nuestra Persona. Lo que es doble pérdida.

Por ahora no te mandaré al naranjo. No creas que por lenidad o bondad. No disculpo la harta bobada que has hecho. Tolerancia, fuente de todos los daños. Boberías. Hago hincapié: Me esfuerzo en no desparramar rabias inútiles contra inútiles como tú.

No pido a mis hombres que obren siempre con la máquina del acierto. Con ser comandante de fronteras, te has apocado, sobrecogido en un vano temor, sin motivo, sin necesidad, sin hacer nada. Esto es falta de energía de disposición de ánimo, y así poco es lo que se puede esperar de ti. No salgas con la evasión de aguardar órdenes. Todo comandante, a cualquier rumor o indicio de enemigos, tiene la obligación de prevenir las defensas que están a su arbitrio. Lo que no le impide esperar órdenes si las circunstancias dan tiempo y lugar. A pretexto de no tener órdenes no debe desordenarse todo. Ponerte en estado de defensa teniendo el como y el conque, es lo menos que debías haber obrado. Cuando en una batalla se combate con especial empeño por la posición de una capilla o de una plaza determinada, debe lucharse por ella como si se tratara del más importante santuario nacional, aunque tales objetivos tengan en ese momento un valor puramente táctico, y quizás sólo para esa batalla. Tú has estado sobrado de fuerzas para mandar efectivos de hasta cinco mil hombres a Santo Tomé, con buena artillería, sumadas las tropas de reserva en infantería y caballería, más dos escuadrones escogidos de lanceros. Has podido hacer de esta sección el comienzo de una verdadera campaña militar en resguardo de nuestras fronteras, y llegado el caso, convertirla en una cruzada de largo alcance con vistas a extender y asegurar el dominio de los ríos hasta el mar océano contra las hordas de salvajes y gobiernos de pega que estorban nuestro derecho a la libre navegación de los ríos, agravian nuestra soberbia e impiden el ejercicio de nuestro comercio exterior.

Debido a barrumbadas como la tuya, esos salvajes enemigos andan con sus frivolas habladurías. Reputan a los paraguayos por gente simple, poco patriota, y así fácil de ser embaucada, alucinada con cualquier cosa, hasta con el brillo de espejuelos, tal como hacían los españoles para embaucar y alucinar a los indios.

No hablarían esos mierdas si el Supremo Dictador del Paraguay tuviera un militar digno de su mando y del honor de la Re pública. Un militar, no un asno, instruido en el arte de hacer la guerra. Capaz de ir en calidad de general aunque no fuese más que sargento, a lo sumo capitán, para arrasar Corrientes y la Bajada, en pago y castigo de sus ladronicidios, depredaciones y burlas.

La buena tropa, pero sobre todo los buenos jefes, tienen otro espíritu, otra energía, otra resolución. El fuego de la patria les arde en la sangre, les impide mostrar la espalda al enemigo, azolvar sus armas. En cada jefe, en cada soldado viaja la patria entera. Viendo que los enemigos insultan, les caen sobre ellos al unísono y los hacen polvo. Pero los soldados al mando de militares timoratos tienen la sangre helada. Todo lo miran con indiferencia. Si a los jefes nada les importa, qué puede importarle a la tropa.

Por tu culpa, mi estimado comandante es-capado, me he visto obligado a cerrar el campamento del Salto, no fuera que también por ahí anduviésemos a salto de mata con gente tan cumplida para la fuga. He puesto candado a las tranqueras de San Miguel y Loreto en previsión de otros desastres.

Por ahora no te mando fusilar a condición de que en adelante no retrocedas ni un palmo en las escaramuzas con el enemigo. Quedas obligado a marchar siempre al frente de tus tropas en los combates y asaltos. Ya no habrá retiradas bajo ningún pretexto. Y en prevención de que cometas nuevas barrumbadas, te ordeno leer a las tropas durante tres días, al toque de diana y retreta, el Bando Supremo adjunto en que autorizo y ordeno a los sargentos de compañía, a los cabos y hasta al último soldado, a que te disparen una perdigonada por la espalda al menor intento de volver a mostrarla al enemigo. Te brindo generosamente esta conmutación y dejo en tus manos, mejor dicho en tus pies, la iniciativa de ser fusilado en combate por tu propia decisión. Tú en persona debes leer el Bando.

Una buena milicia es la única capaz de remediar estos males. No vamos a perpetuar castas militares. No quiero parásitos acuadrillados que sólo sirven a los fines de atacar/conquistar al vecino; encadenar/esclavizar a los propios ciudadanos en su conjunto.

Quiero que sean ciudadanos-soldados íntegros aunque carezcan de instrucción militar completa, si bien la reciben con las primeras letras desde la escuela primaria. Atacados por el enemigo, todos nuestros ciudadanos se convertirán automáticamente en soldados. No hay uno solo que no prefiera la muerte a ver su Patria invadida, su Gobierno en peligro.

Los ciudadanos pueden ser excelentes soldados en un mes. Los soldados llamados regulares no pierden sus vicios en cien años.

Los funcionarios, categoría en la que se debe incluir a las dos clases superiores del Estado, una en su condición de magistrados, la otra como ayudantes o ejecutores armados de las decisiones de aquéllos, han de recibir una formación rigurosa que les permita a los unos defender la Nación contra sus enemigos; a los otros, administrar justicia en favor del pueblo; terminar con las injusticias que continúan existiendo aún después de nuestra Revolución.

Los militares, los magistrados deben evitar con el mayor de los cuidados que su diestra mano aparte riquezas mientras la siniestra sujeta las riendas del mando destruyendo el fundamento igualitario de la sociedad.

Por ello les he prescripto una forma de vida de total austeridad; la que yo mismo me he impuesto. Ni ustedes ni yo podemos poseer bienes de ninguna naturaleza. Celibato perpetuo para no de jar viudas les mando. Nos está vedado constituir nuestra propia familia, pues nos llevaría a favoritismos injustos. Guerreros, magistrados, ayudantes, especie de santos armados, sin bienes propios ni vida familiar, están obligados a defender los ajenos con desprecio de toda otra mira. Quiero que esto quede bien claro. Relean mis órdenes. Apréndanlas de memoria. No quiero que lo puesto sea estorbado por lo supuesto. Quiero que la letra les entre no con sangre sino por entendimiento.

Pido, exijo a todos ustedes el control estricto de los bienes, de los fondos públicos, de los gastos. Estrictísima vigilancia para evitar ladronicidios, cobros indebidos, coimas, exacciones, cohechos, sobornos. Bochornos en los que algunos de ustedes parecen ser más duchos que en aplicar arregladamente los reglamentos. Sobre este punto de la piratería de los funcionarios volveré más adelante. Voy a apretar las clavijas afinando la cuerda al tono justo alrededor del cuello de cada uno. Tacha el párrafo. Luego de sobornos, escribe: El saneamiento de la administración es indispensable para la ejecución del plan de salvación pública que hemos de realizar en mancomunado esfuerzo.

La República es el conjunto, reunión, confederación de todos los miles de ciudadanos que la componen. Se entiende de los patriotas. Los que no lo son, no deben figurar ni considerarse en ella; a no ser como la moneda falsa que se mezcla con la buena, conforme lo han aprendido en el Catecismo Patrio.

Tenemos el Estado más barato del mundo, la Nación más rica de la tierra por sus riquezas naturales. Tras los muchos, incontables años durante los cuales hemos disfrutado de la mayor paz, tranquilidad, bienestar que jamás se conocieron antes en este Continente, debemos esforzarnos ahora en defensa de este inconmensurable bien.