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Roncaille se volvió hacia el doctor Cluny y le cedió la palabra, atribuyéndole de forma tácita el papel del mejor calificado para exponer el resto de los hechos, que incluían un retrato psicológico.

El psicopatólogo se quitó las gafas y se apretó con el índice y el pulgar el puente de la nariz, como de costumbre. Frank todavía no había logrado averiguar hasta qué punto ese gesto era un simple tic y hasta qué punto una manera estudiada de llamar la atención. De todos modos, no importaba. Cluny volvió a ponerse las gafas. Ya había captado la atención general. Muchas de las cosas que iba a decir eran nuevas también para Durand y Roncaille.

– He mantenido varias entrevistas con Jean-Loup, o, mejor dicho, con Daniel Legrand, que es su verdadero nombre. Con cierta dificultad he llegado a esbozar un cuadro general, porque solo de vez en cuando el sujeto muestra la voluntad de abrirse y de salir de las crisis de total alienación en que se precipita a veces. Pues bien, como decía el director, la familia Legrand llega a ese pequeño pueblo de la Provenza. La señora Legrand era italiana, dicho sea de paso, lo que explica por qué Daniel… o Jean-Loup, como prefieran…, quiso aprender ese idioma y llegó a hablarlo perfectamente. Yo propondría seguir llamándole Jean-Loup, para mayor claridad.

Miró alrededor, buscando la aprobación de los demás. El silencio general le indicó que no había objeciones. Cluny prosiguió con su exposición de los hechos. O al menos de cómo creía él que se habían desarrollado.

– Poco después la señora da a luz. Según la lógica del marido, que entretanto se ha convertido en un misántropo obsesivo, no se llama a ningún médico para que la asista en el parto. La señora trae al mundo, escuchen ustedes bien, no un solo niño, sino dos, Lucien y Daniel. Pero surge una gran complicación. El pequeño Lucien nace deforme. Tiene la cara completamente desfigurada, con unas excrecencias carnosas que hacen de él un ser monstruoso. Desde un punto de vista clínico, no puedo decirles con exactitud de qué se trata, porque solo puedo basarme en el testimonio de Jean-Loup, y sobre este tema no se abre con facilidad. En todo caso, los exámenes de ADN del cadáver descubierto en el refugio han revelado sin sombra de duda que los dos son hermanos. Pues bien, el padre queda trastornado por este drama y, si ello es posible, su estado mental empeora todavía más. Rechaza el nacimiento del hijo deforme como si no existiera, hasta el extremo de declarar el nacimiento de un solo niño, Daniel. Al otro lo mantiene escondido en la casa, como un secreto que debe custodiarse celosamente, como una vergüenza. La madre muere unos meses después del parto. El informe del médico que redactó el certificado de defunción la atribuye a causas naturales, y no tenemos motivo para pensar lo contrario.

Durand interrumpió con un gesto la exposición de Cluny:

– Hemos propuesto al gobierno francés la exhumación del cadáver de la señora Legrand, pero, después de tantos años y de la muerte de todas las personas involucradas, no creo que este detalle pueda revestir para ellos demasiado interés.

Durand se apoyó en el respaldo del sillón con la expresión del que encuentra deplorable tal despreocupación por los detalles. Con otro gesto cedió otra vez la palabra a Cluny.

Cluny continuó como un deber, no como un placer.

– Los dos niños crecen bajo el control rígido y obsesivo del padre, que se ocupa de su educación en todos los aspectos, sin interferencias externas. Ni jardín de infancia ni colegio de primera enseñanza, y mucho menos frecuentar a niños de la misma edad. Mientras tanto se vuelve un auténtico maníaco. Quizá padezca una manía persecutoria, pues es una persona obsesionada con la figura del «enemigo», que ve por todas partes y en cualquier persona ajena a la casa donde viven encerrados como en una fortaleza. También en este caso, solo son suposiciones mías, no están avaladas por hechos concretos. El único a quien se conceden esporádicos contactos con el mundo, siempre bajo el riguroso control del padre, es a Jean-Loup. El gemelo, Lucien, permanece prisionero en la casa, un ser cuyo rostro no puede mostrarse al mundo; una especie de Máscara de Hierro, para citar un ejemplo literario. A los dos se les impone un rígido entrenamiento militar, el mismo que Legrand impartía a los agentes de los servicios secretos de los que formaba parte. De ahí la preparación de Jean-Loup en campos muy diversos, incluida su habilidad para el combate. No quiero extenderme, pero él mismo me ha revelado algunos detalles aterradores, que concuerdan a la perfección con la personalidad que Jean-Loup desarrolló a continuación…

Cluny hizo una pausa para dar a entender que era mejor dejar esos detalles, por el bien de todos, a su exclusiva competencia.

Por su parte, Frank comenzaba a comprender. O por lo menos a imaginar, qué era lo que había hecho Cluny. Iba deduciendo una historia que flotaba como un iceberg en el mar, y de la misma manera dejaba emerger solo la parte menos voluminosa. Una parte cubierta de sangre. Una parte que el mundo había bautizado Ninguno.

– Puedo decir que Jean-Loup y su pobre hermano prácticamente nunca fueron niños. Legrand logró transformar uno de los juegos infantiles más antiguos del mundo, el juego de la guerra, en una auténtica pesadilla. Esa experiencia ligó a los dos hermanos de un modo indisoluble. Ya la normal relación entre gemelos es mucho más sólida y particular que la que se da entre dos hermanos «comunes»; el mundo está lleno de ejemplos que así lo demuestran. Imaginemos entonces cuánto lo habrá sido en este caso, en el que, por añadidura, uno de los dos estaba en condiciones de evidente minusvalía. Jean-Loup se atribuyó el papel de defensor y protector del hermano menos afortunado, al que el padre trataba como a un ser inferior. El propio Jean-Loup me ha confiado que el mejor epíteto con que el padre le definía era «monstruo asqueroso»…

Hubo un instante de silencio. Cluny les dio tiempo para asimilar lo que acababa de decir. Lo que estaban escuchando era de algún modo la confirmación de lo que todos habían sospechado: que detrás de la persona de Jean-Loup había un trauma aterrador. Ahora que lo comprobaban, se daban cuenta de que superaba de lejos las conjeturas más fantasiosas. Y no había terminado.

– Lo que los une es un afecto patológico. Jean-Loup vive el drama del hermano como si fuera suyo, quizá en medida aún mayor, más visceral, porque lo ve indefenso frente a la furia y la persecución del padre.

Cluny hizo una nueva pausa y repitió el ritual de las gafas. Frank, Roncaille y Durand se lo concedieron, con paciencia. Se lo había ganado en el curso de sus conversaciones con Jean-Loup, en contacto con la oscuridad de su mente, sondeando en el pasado para reconstruir los motivos de un presente sin futuro.

– No sé decir con exactitud cuál pudo haber sido la causa que desencadenó lo que sucedió una noche en la casa de Cassis, muchos años atrás. Quizá no haya una en particular, sino una serie de causas que con el correr del tiempo crearon las condiciones que provocaron la tragedia. Ya saben ustedes que en esa casa pasto de las llamas se encontró un cuerpo con el rostro desfigurado…