– ¿Por qué dice usted «ayuda que no quiere recibir»? -preguntó Frank.
– Su no al ofrecimiento de ayuda ha sido perentorio. Ya ha decidido que nadie puede ayudarle, sea cual sea su problema. El trauma que arrastra debe de haberle condicionado hasta tal extremo que ha hecho estallar la furia latente que sujetos como él llevan dentro desde la infancia. Odia al mundo, y es muy probable que crea que el mundo está en deuda con él. Debe de haber padecido humillaciones terribles, al menos desde su punto de vista. La música debe de ser uno de los pocos refugios de su vida. De hecho, los únicos indicios que nos llegan de él hablan el lenguaje de la música. Ese fragmento musical es un mensaje. Nos ha dado otra pista, que guarda relación con la que nos dio en la primera llamada. Es un desafío, pero es también un ruego inconsciente. En el fondo, nos pide que le detengamos, si podemos, porque él solo no se detendrá jamás.
– Barbara, ¿podemos volver a escuchar la parte de la grabación donde está la música?
– Por supuesto.
La joven pulsó un botón. Casi de inmediato la sala se llenó con las notas de una guitarra, perdida en una versión de «Samba para ti» menos rigurosa, más suelta que de costumbre. Se oía una ovación del público al sonar las primeras notas, como en un concierto en directo, cuando un cantante toca los primeros acordes y los espectadores los reconocen de inmediato.
Cuando terminó, Frank miró a los presentes.
– Les recuerdo que en la primera llamada el fragmento musical era un indicio para saber quiénes serían sus víctimas. Pertenecía a la banda sonora de una película que cuenta la historia de un piloto de carreras y su compañera. Un hombre y una mujer. Como Jochen Welder y Arijane Parker. ¿Alguien tiene alguna idea de qué puede significar este nuevo fragmento?
Desde el otro extremo de la mesa, Jacques, el encargado de sonido, carraspeó, como si le costara tomar la palabra en aquel contexto.
– Yo diría que es una canción que conocemos todos…
– No hay que dar nada por sentado -le reprendió Hulot con amabilidad-. Imagine, aunque le parezca una tontería, que en esta sala nadie sabe nada de música. A veces ciertos indicios llegan de donde menos se espera.
Jacques se sonrojó un poco y levantó la mano derecha para disculparse.
– Quería decir que la canción es muy famosa. Se trata de «samba pa ti», de Carlos Santana. Tiene que ser una actuación en directo, puesto que hay público. Y debe de ser un público muy numeroso, como el de un estadio, por la intensidad de la respuesta, aunque a veces las grabaciones en directo se completan posteriormente en el estudio y se añaden aplausos previamente grabados.
Laurent encendió un cigarrillo. El humo voló hacia la ventana y desapareció en la noche. Permaneció suspendido en el aire el ligero olor a azufre de la cerilla.
– ¿Eso es todo?
Jacques se ruborizó de nuevo y guardó silencio. Hulot lo sacó del apuro. Lo miró sonriendo.
– Gracias, chaval, eso ya es un excelente comienzo. ¿Alguien puede añadir algo? ¿Esta canción tiene algún significado particular? ¿Se la ha asociado, a lo largo del tiempo, con algún acontecimiento extraño, algún personaje específico, alguna anécdota?
Muchos de los presentes se miraron, intentando ayudarse recíprocamente a recordar.
Frank propuso otro camino.
– ¿Alguno de ustedes reconoce esta interpretación? Si se trata, como parece, de una grabación en directo, ¿tienen ustedes idea de dónde se realizó? ¿O en qué disco se encuentra? ¿Jean-Loup?
El locutor estaba sentado en silencio al lado de Laurent, absorto, como si aquella conversación no le concerniera. Todavía parecía turbado por la charla telefónica con la voz desconocida. Alzó la mirada y negó con la cabeza.
– ¿Es posible que sea una grabación pirata? -preguntó Morelli.
Barbara hizo un gesto negativo.
– No creo. El sonido es antiguo, tanto técnica como artísticamente. Es una grabación vieja, hecha en analógico, no en digital. Es un disco de vinilo, de 33 revoluciones; se oyen los ruidos de fondo. Pero la calidad es buena. No parece la grabación de un aficionado, teniendo en cuenta las limitaciones técnicas de la época. Yo creo que se trata de un elepé comercial convencional, a menos que sea una vieja maqueta que nunca llegó a convertirse en disco.
– ¿Una maqueta? -preguntó Frank, mirando a la joven.
No podía menos que compartir la admiración de Morelli. Barbara tenía un cerebro de primer orden, además de un cuerpo soberbio. Si el inspector quería probar suerte, le convendría ponerse a su altura.
– Una maqueta es una prueba de grabación que se hacía como paso previo a la producción del disco, antes de la era de los CD -aclaró Bikjalo por ella-. En general se hacían pocas copias, en materiales fácilmente deteriorables, que se usaban para controlar la calidad de grabación. Algunas maquetas se han convertido en objetos de culto y son muy buscadas por los coleccionistas. Sin embargo, una de sus características era que, cada vez que se utilizaban, empeoraba la calidad del sonido en progresión geométrica. No, yo no diría que en este caso se trate de una maqueta.
De nuevo se hizo el silencio, como para confirmar que ya se había dicho todo lo que se podía decir.
Hulot se levantó, indicando que la reunión había concluido.
– Señores, es inútil que les recuerde la importancia que el menor indicio puede tener en este caso. Tenemos a un asesino en libertad que de algún modo juega con nosotros proporcionándonos indicios de lo que parece ser su único objetivo: matar de nuevo. Cualquier cosa que se les ocurra, a cualquier hora del día o de la noche, no tengan reparo en llamarnos, a mí, a Frank Ottobre o al inspector Morelli. Antes de marcharse, apunten los números.
Se levantaron todos. Uno a uno salieron de la sala. Los dos técnicos de la policía se fueron primero, como si quisieran evitar el enfrentamiento directo con Hulot. Los otros esperaron para que Morelli les diera una tarjeta con los números de teléfono. El inspector se entretuvo un poco más al dárselos a Barbara, que no pareció molesta por ello. En otra situación, Frank habría considerado que el interés del policía era una falta, pero en aquel momento le pareció una revancha que se tomaba la vida.
Lo dejó pasar.
Se acercó a Cluny, que hablaba en voz baja con Hulot.
Los dos se apartaron ligeramente para hacerlo partícipe de la conversación.
– Quería hacerles notar -dijo el psicopatólogo- que en la llamada hay un indicio importante para evitarnos confusiones o Pérdidas de tiempo…
– ¿Cuál? -preguntó Hulot.
– El sujeto nos ha dado la prueba de que no se trataba de una broma y que es realmente él quien ha asesinado a esos dos pobres desdichados del barco.
Frank asintió con la cabeza.
– «No es mi mano la que lo ha escrito»…
– Exacto. Solo el verdadero asesino podía saber que el mensaje se escribió de forma mecánica y no a mano. No lo he comentado delante de todos porque me parece que es una de las pocas cosas relativas a la investigación que no es de dominio público.
– Exacto. Gracias, doctor Cluny. Buen trabajo.
– De nada. Hay algunos análisis que debo hacer. Lenguaje, tensión vocal, sintaxis y cosas así. Continuaré estudiándolo hasta que surja algo. Hágame llegar una copia de la cinta.
– La tendrá. Buenas noches.
El psicopatólogo salió de la sala.
– ¿Y ahora? -preguntó Bikjalo.
– Ustedes ya han hecho lo que podían -respondió Frank-. Ahora nos toca a nosotros.
Jean-Loup parecía trastornado. Sin duda habría preferido prescindir de aquella experiencia que había vivido. Quizá lo sucedido no era tan excitante como había imaginado.