Hulot levantó las persianas y la luz del sol volvió a la estancia como una bendición.
– Jesús bendito, pero ¿qué cosa diabólica está sucediendo aquí?
La voz salió como una plegaria de la boca de Roncaille.
Frank se levantó del sillón. Hulot vio el fulgor de su mirada. Por un instante tuvo la sensación de que, si la figura de negro del vídeo se hubiera quitado las gafas de espejo, también en sus ojos habrían podido ver el mismo fulgor.
Agua al agua, fuego al fuego, locura a la locura. Y muerte a la muerte.
Hulot se estremeció como si el aire acondicionado hubiera traído de golpe un soplo de viento del polo Norte. Y quizá la voz de Frank venía del mismo lugar.
– Señores -dijo Frank-, en esta cinta hemos visto a Satanás en persona. Quizá este hombre es un loco de atar, pero tiene también una lucidez y una astucia sobrehumanas.
Señaló con la mano el aparato todavía encendido, en el cual seguía el efecto de la nieve..
Han visto ustedes cómo iba vestido. Han visto los codos y as rodillas. No sé si era su intención grabar la cinta cuando fue a la casa de Yoshida; probablemente no, porque no podía conocer la existencia de esa habitación secreta y la perversión particular del dueño de casa. Quizá improvisó. Quizá sorprendió a su víctima mientras abría su sanctasanctórum y le divirtió la idea de que pudiéramos verlo mientras mataba a ese infeliz. No, tal vez el término más apropiado sea «admirarle». Esto, en lo que concierne a su locura. Morelli, ¿puedes retroceder la cinta?
El inspector apuntó el mando a distancia y la cinta comenzó a rebobinarse. Al cabo de pocos segundos Frank le indicó con un gesto que la detuviera.
– Está bien así, gracias. ¿Puedes parar la imagen en un momento en el que se vea bien a nuestro hombre?
Morelli pulsó un botón y la imagen se congeló en la figura de negro con el puñal levantado. Una gota de sangre que caía de la hoja quedó inmóvil en el aire. El jefe de policía cerró los ojos con asco; sin duda ese tipo de espectáculo no formaba parte de su trabajo habitual.
– Aquí está.
Frank se acercó a la pantalla e indicó el brazo levantado del asesino, a la altura del codo.
– El hombre sabía que en la casa había cámaras. O al menos estaba al tanto de que hay cámaras de control en casi todo el principado. Sabía que, al llevar el Bentley al aparcamiento de Boulingrins, corría el riesgo de que le filmaran. Y sobre todo sabía que uno de los parámetros corrientes de identificación se basa en las mediciones antropométricas que pueden efectuarse mediante el análisis de una grabación de vídeo. Hay valores que son propios de cada individuo: el tamaño de las orejas, la distancia de las muñecas a los codos, la distancia de los tobillos a las rodillas. Y pueden obtenerse con los aparatos de que disponen las brigadas científicas de las policías de todo el mundo. Por eso se puso esa especie de prótesis en las piernas y los brazos. De ese modo, no tenemos ninguna posibilidad de averiguar algo. Ni rostro, ni cuerpo. Solo la estatura, es un dato común a millones de personas. Por eso les digo que lúcido y astuto, además de loco.
– ¿Precisamente aquí tenía que actuar ese maniático?
Quizá Roncaille oía crujidos siniestros que amenazaban con apearle de su sillón de jefe de la Süreté. Miró a Frank tratando a recobrar una apariencia de calma.
– ¿Qué se proponen ustedes hacer ahora?
Frank miró a Hulot. El comisario entendió que le estaba cediendo la palabra en consideración a Roncaille.
– Estamos investigando en distintos frentes. Tenemos pocas pistas Pero alg0 es algo. Esperamos que lleguen de Lyon los resultados de los nuevos análisis de las cintas de las llamadas. Cluny, el psicopatólogo, está preparando un informe sobre el individuo, basado en esas cintas. Están los resultados del registro del barco, del coche de Yoshida y de su casa. No esperamos obtener gran cosa de todo esto, pero tal vez se nos ha escapado algo. Las autopsias no han revelado mucho más que los primeros exámenes. El único vínculo cierto que tenemos con el asesino son las llamadas que ha hecho a Radio Montecarlo antes de sus asesinatos. Estamos controlando las emisiones durante las veinticuatro horas. Desgraciadamente, como ya hemos visto, el hombre tiene una astucia y una preparación solo comparables a su crueldad. Hemos montado una unidad, a cargo del inspector Morelli, que recibe las llamadas y controla todas las señales sospechosas…
Morelli se sintió obligado a intervenir.
– Han llegado muchísimas llamadas y, después de este nuevo homicidio, creo que llegarán todavía más. Algunas son delirantes, como historias de extraterrestres y ángeles vengadores, pero en las demás no pasamos nada por alto. De más está decir que para controlarlo todo se necesita tiempo y personal, y no siempre los tenemos.
– Ya veré qué puedo hacer -dijo Roncaille-. Puedo pedir refuerzos a la policía francesa. No hace falta que les diga que el principado prescindiría gustosamente de este asunto. Siempre hemos dado una imagen de seguridad, de isla feliz en medio de los horrores que ocurren en otras partes del mundo. Ahora que este loco nos desafía con estos asesinatos, debemos demostrar una eficacia acorde a esa imagen. En pocas palabras, debemos atraparle lo más deprisa posible. Antes de que mate a otras personas.
Roncaille se levantó y alisó las arrugas de sus pantalones de lino
– Bien, los dejo trabajar. Les confieso que muy pronto tendré que comunicar al procurador general la información que acaban de darme. Es un deber del que me libraría de buena gana… Hulot manténganos informados a cualquier hora del día o de la noche. Suerte, señores.
Se dirigió a la puerta, la abrió, salió del despacho y la cerró con delicadeza a sus espaldas. El sentido de sus palabras, pero en particular el tono de su voz, dejaban muy claro lo que quería decir ese «debemos atraparle». El significado exacto era: «ustedes deben atraparlo»; tampoco pasaba inadvertida la amenaza de represalias en caso de que fracasaran.
21
Frank, Hulot y Morelli se quedaron en la habitación, sintiendo el gusto amargo de la derrota. Habían tenido una pista y no la habían descifrado. Habían tenido la posibilidad de detener a un asesino, y ahora tenían tan solo otro cadáver con el cráneo desollado tendido en la mesa del depósito de cadáveres. De momento, Roncaille solo había ido a explorar, a dar una vuelta de reconocimiento a la espera de la verdadera batalla, a advertirles que de allí en adelante se desatarían fuerzas que tal vez exigirían cortar muchas cabezas. Y que la suya no caería sola. Punto y aparte.
Llamaron a la puerta.
– Adelante.
Por la puerta entornada asomó el rostro de Claude Froben.
– Comisario Froben, vengo a dar el parte.
– Ah, hola Claude, pasa.
Froben se dio cuenta enseguida del ambiente de derrota que se respiraba en la estancia.
– Buen día a todos. Me he cruzado con Roncaille, ahí fuera. Mal momento, ¿eh?
– Peor no podría ser.
– Ten, Nicolás, te he traído un regalo. Revelado en tiempo récord exclusivamente para ti. Para lo demás, lo lamento; tendrás que esperar todavía un poco.
Dejo en el escritorio el sobre marrón que llevaba en la mano. Frank se levantó del sillón y fue a abrirlo. Contenía unas fotos en blanco y negro, una versión estática de lo que ya habían visto en el vídeo, una habitación vacía que era la imagen metafísica de un crimen. La habitación donde una figura de negro había matado a un hombre de alma más negra aún.
Miró rápidamente las fotos y se las pasó a Hulot, que las dejó en el escritorio sin siquiera mirarlas.
– ¿Habéis encontrado algo? -preguntó a Froben, sin mucha esperanza.
– Mis muchachos han registrado esa habitación, y la casa en general, con sumo cuidado. Hay muchas huellas, pero ya sabes que a veces tener muchas huellas es como no tener ninguna. Si me das las del cadáver, podemos compararlas para intentar una identificación definitiva. Hemos encontrado cabellos en el sillón, y aunque es casi seguro que pertenecen a Yoshida…