Выбрать главу

Cuando salieron nuevamente al aire libre y a la noche, en la zona de Larvotto, mientras el coche enfilaba por la calle Portier, al fin el viejo rompió el silencio.

– Y bien, ¿qué me dice, Frank? Soy amigo personal de Johnson Fitzpatrick, el director del FBI. Y, si es necesario, puedo llegar todavía más arriba. Le garantizo que si acepta mi propuesta no se arrepentirá. Su carrera podría experimentar un progreso notable. Si es el dinero lo que le interesa, no hay problema. Puedo ofrecerle suficiente para que no vuelva a preocuparse por él el resto de su vida. Piense que es un deber, un acto de justicia, no solo una venganza.

Frank siguió en silencio, como durante todo el discurso del general Parker. También él se tomó una pausa para mirar por la ventanilla. El coche iba por el bulevar des Moulins. En breve doblaría a la derecha por la corta subida que llevaba al Pare Saint-Román. Entre todos los datos que sabía de él, sin duda también figuraba el lugar donde vivía.

– Mire, general, no siempre todo es tan fácil como parece. Usted se comporta como si todos los hombres tuvieran un precio. Para serle franco, también yo pienso como usted: hay un precio para todo. Ocurre, simplemente, que usted no ha logrado entender el mío.

La ira fría del general brillaba más que las luces de la entrada del edificio.

– Es inútil que juegue al héroe sin mancha ni miedo, señor Ottobre…

«señor Ottobre», pronunciado con voz sorda, sonó amenazador.

– Sé muy bien quién es usted. Los dos estamos hechos de la misma pasta.

El coche se detuvo suavemente ante la puerta de cristal del Pare Saint-Román. Frank abrió la puerta y se apeó. Se quedó un instante de pie junto al automóvil, apoyado en la puerta. Bajó la cabeza para que el viejo, desde dentro, pudiera verlo.

– Puede ser, general Parker. Pero no por completo. Ya que parece saberlo todo sobre mí, sin duda sabrá también lo de la muerte de mi mujer. Sí, sé perfectamente lo que significa perder a un ser querido. Sé lo que significa vivir con fantasmas. Quizá sea cierto que los dos estamos hechos de la misma pasta. Pero hay una diferencia entre usted y yo: cuando yo perdí a mi mujer lloré. Tal vez no sea un soldado.

Cerró con cuidado la puerta del coche y empezó a alejarse. El viejo bajó los ojos buscando una respuesta, pero cuando volvió a alzarlos Frank Ottobre ya no estaba allí.

24

Apenas se despertó, sin siquiera levantarse de la cama, Frank marcó el número directo del despacho de Cooper, en Washington. En la costa eran las cuatro de la tarde, y calculaba que le encontraría allí. Respondió al segundo timbrazo.

– Cooper Danton.

– Hola, Cooper, soy Frank.

Si se asombró, Cooper no lo dio a entender.

– Hola, monstruo. ¿Cómo estás?

– Hecho una mierda.

Cooper no dijo nada. El tono de voz de Frank no era el de costumbre. A pesar de su afirmación, había una vitalidad nueva con respecto a la conversación anterior. Esperó en silencio.

– Me han metido en una investigación de un asesino en serie, aquí, en Monaco. Una cosa de locos.

– Sí, en los periódicos he leído algo sobre el asunto. Ha aparecido también en la CNN. Pero Homer no me ha comentado que estuvieras en el caso. ¿Es tan feo como dices?

– Peor, Cooper. Estamos persiguiendo sombras. Ese maniático parece hecho de aire. Ni una pista. Ni un indicio. Y además se burla de nosotros. Estamos haciendo el ridículo. Y ya tenemos tres muertos.

– Veo que ciertas cosas también suceden en la vieja Europa, no solo en Estados Unidos.

– Ya. Por lo que parece, no tenemos la exclusiva… ¿Cómo va todo por allí?

– Todavía siguiendo la pista de los Larkin. Jeff ha muerto pero nadie lo echará de menos. Osmond está a la sombra, pero no habla. De todos modos, tenemos indicios que prometen. Una vía en el sudeste asiático, un nuevo camino de las drogas. Veremos qué sucede.

– Cooper, necesito un favor.

– Lo que quieras.

– Necesito información sobre un tal general Parker y un capitán llamado Ryan Mosse, del ejército de Estados Unidos.

– ¿Parker, has dicho? ¿Nathan Parker?

– Sí, él.

– Mmm, un pez gordo, Frank. Y cuando digo «gordo» quizá me quedo corto. El tío es una leyenda viviente. Héroe de Vietnam, mente estratégica de la guerra del Golfo y de la intervención de Kosovo. Cosas de este tipo. Forma parte del Estado Mayor y es muy cercano a la Casa Blanca. Te garantizo que cuando habla le escuchan todos, incluido el presidente. ¿Qué tienes tú que ver con Nathan Parker?

– Una de las víctimas era una de sus hijas. Y ha venido con el cuchillo entre los dientes, porque no confía en la policía de aquí. Temo que esté organizando una especie de comando para librar una guerra personal.

– ¿Cómo has dicho que se llama el otro?

– Mosse, capitán Ryan Mosse.

– A ese no lo conozco. En todo caso me informaré y veré que logro encontrar. ¿Cómo lo hago para hacerte llegar el informe?

– Tengo una dirección privada de correo electrónico, aquí en Monaco. Te mando enseguida un mensaje para que la tengas. Sera mejor que no me mandes nada a la central de policía; es un asunto que prefiero mantener al margen de las investigaciones oficiales. Ya tenemos bastantes complicaciones. Esto quiero arreglarlo por mi cuenta.

– Está bien. Enseguida me pongo a trabajar.

– Te lo agradezco, Cooper.

– No tienes por qué. Para ti, lo que sea. Eh… ¿Frank?

– ¿Sí?

– Me alegro por ti.

Frank sabía muy bien a qué se refería su amigo. No quiso quitarle la ilusión.

– Lo sé, Cooper. Adiós.

– Suerte, Frank.

Cortó la comunicación y arrojó sobre la cama el teléfono inalámbrico. Se levantó y, desnudo como estaba, fue al cuarto de baño. Evitó mirar su reflejo en el espejo. Abrió el grifo de la ducha e hizo correr el agua. Entró en el receptáculo y se acurrucó en el suelo, sintiendo el golpe del agua fría en la cabeza y la espalda. Se estremeció y esperó el alivio del chorro que poco a poco se volvía tibio. Se irguió y comenzó a enjabonarse. Mientras el agua arrastraba la espuma, trató de abrir su mente. Intentó dejar de ser él mismo y transformarse en otro, alguien sin forma y sin rostro, al acecho en alguna parte.

Una idea comenzó a abrirse camino.

Si era verdad lo que sospechaba, la pobre Arijane Parker había sido en verdad una de las muchachas más desafortunadas de la tierra. Le invadió la amargura. Una muerte inútil, salvo en la mente retorcida del asesino.

Cerró el grifo y el chorro de agua cesó. Permaneció un instante goteando, mirando el agua que se iba en un pequeño remolino por el desagüe.

«Yo mato…»

Tres puntos suspensivos, tres muertos. Y no había terminado. En algún rincón de su cerebro había algo que trataba desesperadamente de salir a la luz, un detalle encerrado en una habitación oscura, que golpeaba con fuerza contra una puerta cerrada e intentaba hacerse oír.

Salió de la ducha y cogió el albornoz del perchero que había a su derecha. Repasó mentalmente sus conclusiones. No era una certeza, sino una hipótesis muy razonable, que restringía el campo de las investigaciones sobre las posibles víctimas. Todavía no sabían por que, no sabían cómo ni cuándo, pero por lo menos podían conjeturar quién.

Sí era así. No se equivocaba.

Salió del cuarto de baño y atravesó el dormitorio en penumbra. Se encontró en la sala iluminada por una puerta cristalera que daba a un balcón y se dirigió a la habitación que era el estudio del propietario del piso, donde había un ordenador. Se sentó al escritorio sacó la funda de protección y encendió el aparato. Se quedó un instante observando el teclado, y luego se conectó a internet. Afortunadamente, Ferrand, el dueño de la casa, no tenía nada que esconder, al menos en ese ordenador, y había dejado la contraseña en la memoria. Envió a Cooper un mensaje con la dirección de correo electrónico a la que debía mandarle la información que necesitaba. Apagó el aparato y fue a vestirse, aún sumido en sus pensamientos, estudiándolos desde nuevas perspectivas para ver si hacían agua en alguna parte. En ese momento sonó el teléfono.