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La voz se desvaneció con un efecto de fundido. Por los altavoces; como la vez anterior, de pronto salió la música. Ninguna guitarra esta vez, ninguna música de rock con sabor a revival, sino un tema dance muy actual. El triunfo de la electrónica y las mezclas. La música terminó de forma tan abrupta como había comenzado. El silencio que le siguió destacó la importancia de la pregunta de Jean-Loup.

– ¿Qué significa? ¿Qué quiere decir?

– Yo he planteado la pregunta; la respuesta debéis darla vosotros. La vida está hecha de esto, amigo mío: preguntas y respuestas. Solo preguntas y respuestas. Cada hombre se arrastra detrás de sus preguntas, a partir de las que lleva escritas desde su nacimiento.

– ¿Qué preguntas?

– Yo no soy el destino. Yo soy uno y ninguno, pero soy fácil de entender. Cuando el que me ve comprueba quién soy, en una fracción de segundo resuelve esa pregunta: saber cuándo y dónde. Yo soy la respuesta. Para él, yo significo «ahora». Para él, significo «aquí».

Una pausa. Después, la voz silbó una nueva condena.

– Por eso yo mato…

Un clic metálico cortó la comunicación, dejando en el aire un eco que parecía el de la hoja de una guillotina. En su mente, Frank vio caer una cabeza degollada.

«No, esta vez no, por Dios.»

El inspector Gottet ya estaba hablando con los suyos.

– ¿Lo han localizado?

La respuesta, que repitió un instante después, fue como la fórmula de un maleficio que les quitó el poco aire que tenían en los pulmones.

– Nada. Imposible. Ninguna señal enganchable. Pico dice que este individuo debe de ser un auténtico fenómeno. No ha logrado ver nada. Si viene de la web, la señal está tan bien enmascarada que nuestros aparatos no consiguen distinguirla. Esa escoria nos ha engañado otra vez.

– ¡Maldito sea! ¿Alguien ha reconocido el fragmento?

El que calla otorga. En este caso, el silencio general tenía Un significado negativo.

– Hostia. Barbara, una cinta con la música, cuanto antes. ¿Dónde está Pierrot?

Barbara ya se había puesto en movimiento y estaba haciendo la copia.

– En la sala de reuniones -dijo Morelli.

Reinaba una ansiedad febril. Todos sabían que debían actuar deprisa, deprisa, deprisa. Quizá en aquel mismo momento el autor de la llamada ya salía para emprender una nueva cacería. Alguien en alguna parte, estaba viviendo, sin saberlo, los últimos minutos de su vida. Fueron a buscar a Rain Boy, el único de ellos capaz de reconocer esa música a la primera.

En la sala de reuniones, Pierrot estaba sentado cerca de su madre, cabizbajo. Cuando llegaron los miró con ojos llenos de lágrimas y volvió a bajar la cabeza.

Frank, como la vez anterior, se puso en cuclillas junto a la silla. Pierrot levantó un poco la cara como si le avergonzara que lo vieran con los ojos acuosos.

– ¿Qué ocurre, Pierrot? ¿Algo anda mal?

El muchacho hizo un gesto afirmativo.

– ¿Te has asustado? No debes tener miedo; estamos todos aquí, contigo.

Pierrot tenía una expresión desolada.

– No tengo miedo. Ahora también yo soy policía…

– Entonces, ¿qué ocurre?

– No conozco la música -respondió, afligido.

En su voz había auténtico dolor. Paseó la mirada a su alrededor, como si acabara de perder la gran oportunidad de su vida. Le caían lágrimas por la cara.

Frank se sintió perdido. Pese a todo, se esforzó por sonreírle.

– Tranquilízate, no tienes por qué preocuparte. Te la haremos oír de nuevo, y verás cómo la reconoces. Es difícil, pero puede lograrlo. Estoy seguro de que lo lograrás.

Barbara entró casi a la carrera, con un disco en la mano. Lo puso en el lector y lo hizo girar.

– Escucha atentamente, Pierrot.

Las percusiones electrónicas del tema inundaron la estancia. El martilleo reiterativo de la música dance, era semejante al latido del corazón humano. Ciento treinta y siete golpes por minuto. Un corazón acelerado por el miedo, un corazón que en alguna parte podía detenerse de un momento a otro.

Pierrot escuchó en silencio, con la cabeza baja. Cuando la música terminó, alzó la cara y una tímida sonrisa asomó en su boca.

– Está -dijo despacio.

– ¿La has reconocido? ¿Está en el salón? Ve a buscarla, por favor.

Pierrot asintió, se levantó de la silla y salió con su andar entrecortado. Hulot hizo una señal a Morelli, que fue a acompañarlo.

Al cabo de una espera que les pareció interminable, ambos regresaron. Pierrot apretaba un CD entre las manos.

– Aquí está. Es una compilación.

Pusieron el disco en el lector y pasaron las pistas hasta que lo encontraron.

Era exactamente el mismo tema que el asesino les había hecho oír poco antes. Pierrot fue festejado como un héroe. La madre fue a abrazarlo como si acabaran de concederle el premio Nobel. En sus ojos había una luz de orgullo que a Nicolás Hulot le encogió el corazón.

Frank leyó el título en la cubierta de la compilación.

– «Nuclear Sun», de Roland Brant. ¿Quién es este Roland Brant?

Nadie lo conocía. Se precipitaron todos hasta un ordenador. Tras una rápida búsqueda en internet, el nombre apareció en un sitio de Italia. Roland Brant era el seudónimo de un locutor italiano, Un tal Rolando Bragante, y «Nuclear Sun» era un tema musical que había tenido cierto éxito en las discotecas hacía unos años.

Mientras tanto, Laurent y Jean-Loup habían concluido la emisión y se habían reunido con ellos. Ambos estaban conmocionados como si acabaran de pasar un temporal y aún llevaran dentro un poco de esa tormenta.

Laurent los puso al tanto de las características de la música dance, un ambiente con sus propias peculiaridades dentro del mercado discográfico.

– Es habitual que los locutores adopten un seudónimo. A vece es una palabra inventada, pero en la mayoría de los casos es un nombre inglés. Hay tres o cuatro también en Francia. Por lo general son músicos que se han especializado en música de discoteca.

– ¿Qué significa «es un loop»? -preguntó Hulot.

– Es un término que se usa en música electrónica cuando se emplea el ordenador. El loop sirve de base, es la esencia de la pieza. Se coge un fragmento rítmico y se lo hace girar sobre sí mismo, de modo que sea siempre perfectamente igual.

– Ya, tal como ha dicho ese cabrón. Un perro que se persigue la cola.

Frank cortó esas reflexiones para volver sobre la urgencia del momento. Había algo mucho más importante que debían descifrar.

– Tenemos un trabajo que hacer. ¿No os viene nada a la mente? Pensad en alguien famoso, de entre treinta y treinta y cinco años, que pueda tener algo en común con los elementos que nos ha dado el asesino. Aquí, en Montecarlo.

Frank, obsesionado, se paseaba entre ellos repitiendo esas palabras. Su voz parecía perseguir una idea, como los ladridos de una jauría de perros al perseguir un lobo.

– Un hombre joven, atractivo, famoso. Alguien que frecuenta esta zona. Que vive aquí o está aquí en este momento. CD, compilación, «Nuclear Sun», discoteca, música dance, un locutor italiano con nombre inglés, un seudónimo. Pensad en los periódicos, en la prensa amarilla, en la jet set…

Su voz era como la fusta de un jinete que incita a su cabalgadura a una carrera desenfrenada. La mente de cada uno de ellos galopaba de la misma manera.

– ¡Vamos, deprisa! ¿Jean-Loup?

El locutor meneó la cabeza. Se lo veía agotado y resultaba evidente que ya no se podía esperar nada de él.

– ¿Laurent?