Выбрать главу

– Frank, es inútil tratar de ocultar la realidad. La situación no podría ser más embrollada. Lo era ya antes de que se produje este…, digamos, incidente del capitán Mosse, que ha complica todavía más las cosas. De cualquier modo, en este asunto hemos pasado página, pues lo resolverán las respectivas diplomacias de la manera y en los términos que juzguen correctos. En lo que ata al señor Ninguno, como lo ha bautizado la prensa…

Se volvió hacia Durand, para cederle la tarea de concluir el discurso. El procurador miró a Frank, que tuvo la sensación de que habría preferido mostrar el culo por televisión en horario de máxima audiencia a tener que pronunciar las palabras que debía decir.

– De común acuerdo hemos decidido dejar en sus manos el desarrollo de las investigaciones. Nadie, a estas alturas, está más calificado que usted: es un agente con un historial excelente, incluso excepcional, que ha seguido la investigación desde el principio, conoce a los protagonistas y a las personas involucradas, y goza de toda nuestra confianza. Contará con la ayuda del inspector Morelli, como representante de la Süreté y como vínculo con las autoridades del principado, pero por lo demás tiene usted carta blanca. Presentará sus informes a Roncaille y a mí; su objetivo es también el nuestro: debemos atrapar a ese asesino antes de que ataque a otras víctimas.

Durand terminó de hablar y se quedó mirándolo con la cara del que acaba de hacer una concesión inconcebible, como permitir a un niño desobediente que se sirva una doble ración de dulce.

Frank adoptó el aire de circunstancias que Roncaille y Durand esperaban de él, cuando en cambio los habría entregado de buena gana a los centuriones romanos y se habría ido a disfrutar de los sesenta denarios de recompensa sin el menor remordimiento.

– Gracias. Me siento muy honrado. Lamentablemente, la astucia del asesino al que perseguimos parece sobrehumana. Hasta ahora no ha cometido ni un solo error. Y eso que ha hecho muchos movimientos, y en un territorio pequeño y bien vigilado por un excelente control policial…

Roncaille acogió este reconocimiento de las fuerzas de policía locales como algo debido. Apoyó los codos en el escritorio y se inclinó un poco hacia Frank.

– Puede usted usar el despacho del comisario Hulot. El inspector Morelli, como ya le he dicho, está a su disposición. Encontrara allí toda la documentación del caso, los informes de la brigada científica sobre los dos últimos asesinatos, incluido el de Roby Stricker. Los informes de la autopsia llegarán mañana por la mañana. Si lo necesita, se pondrá a su disposición un automóvil personal y un coche patrulla en servicio.

– No le niego que me sería muy útil.

– Cuando salga usted, Morelli le buscará uno. Una última cosa… ¿Va usted armado?

– Sí, tengo una pistola.

– Muy bien. Le haremos una identificación de policía temporal que le dará pleno derecho a actuar en el territorio del principado. Buena suerte, Frank.

Para Frank, la reunión había terminado, al menos en lo que a él se refería. Las cuestiones que debieran aún discutir los otros tres aunque le concernieran, no le interesaban en absoluto. Se levantó estrechó la mano de los presentes y salió al pasillo. Mientras bajaba al despacho de Hulot pensó en las novedades de aquella tarde.

La principal era el hallazgo que les había proporcionado Guillaume Mercier. En el reino de los ciegos el tuerto es el rey, y en el mundo de la ignorancia un nombre y una dirección pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte de alguien. Al contrario que Nicolás, Frank pensaba en esa pista más con ansiedad que con esperanza. Era como si cien manos lo empujaran a correr, mientras cien voces confusas susurraban palabras sin sentido en sus oídos. Palabras que debería entender y no entendía, durante una carrera que no lograba detener.

Ahora la suerte de la investigación se hallaba en manos de Nicolás Hulot, comisario de vacaciones, que tendría más posibilidades de descubrir algo durante ese tiempo libre que durante el tiempo que oficialmente había podido dedicar a la investigación.

Su segundo pensamiento fue para Helena Parker. ¿Qué quería de él? ¿Por qué tenía tanto miedo de su padre? ¿Y qué relación había entre ella y el capitán Mosse? A juzgar por la manera como la había tratado el día de la pelea, resultaba evidente que iba más allá de la relación normal entre la hija de un general y un subalterno aunque se le considerara casi uno más de la familia. Y, sobre todo ¿hasta qué punto eran verdaderas las afirmaciones del general en cuanto a la fragilidad psicológica de la joven?

Estas preguntas asaltaban la mente de Frank aunque tratara de apartar los pensamientos sobre Helena Parker; la joven podía ser un elemento perturbador que amenazaba con distraerlo de Ninguno y de la investigación, en la que desde ese momento estaba totalmente involucrado.

Abrió la puerta del despacho de Nicolás sin llamar; ahora era el suyo. Y podía hacerlo. Morelli, sentado al escritorio, se puso de pie de inmediato al verlo llegar. Hubo un momento de incomodidad entre ellos. Frank decidió que era necesaria una explicación, para que quedara claro exactamente de qué parte cada uno de ellos había decidido estar.

– Buenos días, Claude. ¿Te has enterado de las novedades?

– Sí, me lo ha contado Roncaille. Me alegra que tú te encargues de la investigación, aunque…

– ¿Aunque?

Morelli respondió, firme como el peñón de Gibraltar.

– … aunque considero que lo que le han hecho al comisario Hulot ha sido una auténtica guarrada.

Frank sonrió.

– Para serte franco, lo mismo pienso yo, Claude.

Si se trataba de un examen, ambos lo habían aprobado. La atmósfera de la habitación se relajó sensiblemente. Enfrentado a una elección, Morelli había optado por la que Frank esperaba. Se preguntó, sin embargo, hasta qué punto podía confiar en él y ponerlo al tanto de las últimas novedades y de los últimos movimientos extraoficiales de Nicolás. Decidió que de momento no lo haría; no necesitaba tentar a la suerte. Morelli era un policía preparado y competente, pero seguía perteneciendo a la Süreté Publique del principado de Monaco. Revelarle demasiadas cosas podía meterlo en un buen lío si surgían nuevos problemas. Y eso era algo que el bueno de Morelli no merecía.

El inspector señaló los papeles que había sobre el escritorio.

– Han llegado los informes de la científica.

– ¿Ya los has leído?

– Les he echado una ojeada. No hay nada que no sepamos ya. Gregor Yatzimin ha sido asesinado igual que los otros, sin dejar el menor rastro. Ninguno prosigue su camino sin cometer errores.

«No es así, Claude, no del todo. Hay música robada en el aire».

– Entonces no tenemos mucho que hacer. Solo podemos vigilar la radio. Esto significa alerta máxima, equipo especial en estado de alarma y todo eso. ¿Estás de acuerdo?

– Pues claro.

– Pero tengo un favor que pedirte.

– Dime, Frank.

– Si no hay problema, esta noche te dejaré solo controlando la situación en la radio. No creo que suceda nada. El homicidio de anoche ha cargado las baterías de nuestro cliente, y no reaparecerá hasta que el efecto se haya agotado; en general es así como actúan los asesinos en serie. Yo escucharé la emisión y estaré en todo momento disponible en el móvil, pero necesito una noche libre. ¿De acuerdo?

– Por supuesto.

Frank se preguntó cómo estaría desarrollándose la incipiente relación entre Morelli y Barbara. Le había parecido que la joven no era indiferente a la simpatía que le mostraba el inspector, pero era probable que, tras los últimos sucesos, el idilio hubiera pasado a un segundo plano. Morelli no parecía ser de los que descuidan el trabajo por divagaciones sentimentales, aunque las provocara una persona tan atractiva como Barbara.