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– El equipo ha intentado cubrirte de todas las formas posibles frente a los periodistas, pero Ferguson está furioso. En todo el Gran Premio no has hecho ni un solo adelantamiento; te has colocado delante solo porque los otros se salieron de la pista o tuvieron problemas de motor… ¡Así vas a echar por la borda toda una carrera! El titular más benévolo dice: «En Montecarlo, Jochen Welder pierde la carrera y el prestigio».

Intentó una débil protesta.

– Te dije que había algo en la suspensión…

El manager ni siquiera le permitió terminar.

– ¡Un carajo! Los informes de telemetría cantan mejor que Pavarotti. El coche estaba perfecto, y lo ha demostrado el motor de Malot, que resistió bien aunque en la parrilla él partió muy por detrás de ti.

Francois Malot era el segundo piloto de la escudería, un osado joven de mucho talento al que Ferguson, el director deportivo del Klover F1 Racing Team, consentía y favorecía desde hacía tiempo. Todavía no poseía la experiencia necesaria, pero era brillante en los entrenamientos y tenía coraje y temeridad para dar y regalar. Los profesionales del circuito estuvieron observando sus progresos desde su debut en Fórmula Tres, hasta que Ferguson les ganó de mano a todos al ofrecerle un contrato por dos años. El propio Shatz no había ahorrado esfuerzos para ocuparse de sus intereses al mismo tiempo que de los de Jochen. Así era la ley del mundo del deporte, y de la Fórmula Uno en particular; un planeta pequeñísimo donde el sol sale y se pone con una rapidez despiadada.

El tono de Roland cambió de pronto; su voz reflejaba la amistad que le ligaba a Jochen, más allá de las simples relaciones de trabajo. Aun así, daba la impresión de que él solo interpretaba al policía bueno y al policía malo de los interrogatorios hollywoodienses.

– Jochen, tenemos problemas. La semana próxima está prevista una sesión privada de prueba en Silverstone, con la Williams y la Jordán. Si he entendido bien, no te han convocado. Prefieren que Malot y Barendson hagan las pruebas de la nueva suspensión. Sabes qué significa, ¿verdad?

Claro que lo sabía. Conocía demasiado bien el mundo de las carreras para no saberlo. Cuando un piloto no está al corriente de las últimas novedades técnicas del equipo, lo más probable es que sea porque los responsables no quieran darle la posibilidad de pasar valiosas informaciones a una escudería rival. Es decir, no le renovarán el contrato.

– ¿Qué esperas que te diga, Roland?

– Nada, no espero que me digas nada. Solo quiero que, cuando corras, uses el cerebro y el pie como siempre has sabido hacerlo.

Un instante de silencio casi imperceptible.

– Estás con esa chica, ¿verdad?

A pesar suyo, Jochen sonrió.

Roland no tenía ninguna simpatía por Arijane, a quien ni siquiera se dignaba nombrar: apenas la mencionaba como «esa chica». Por otra parte, ningún manager sentía simpatía por una mujer a la que creía responsable de los malos resultados de un piloto suyo. Decenas de mujeres habían pasado por la vida de Jochen, y Shatz las había valorado como lo que eran: el complemento inevitable de una estrella del deporte que, como él, era el centro de la atención; una constelación de pequeñas y hermosas lunas que brillaban con la luz del campeón. Sin embargo, extrañamente, había levantado las antenas ante la aparición de Arijane, y se había puesto a la defensiva. Tal vez había llegado el momento de explicarle que Arijane no era la causa de su mal sino, en todo caso, el síntoma. Jochen habló con el tono de un padre amable que debe convencer a un niño terco para que se lave también el interior de las orejas.

– Roland, ¿no se te ha pasado por la cabeza que quizá la película ha llegado al final? Tengo treinta y cuatro años. A mi edad, muchos pilotos ya se han retirado, y los que todavía corren parecen la caricatura de lo que fueron.

Omitió adrede mencionar a los que habían muerto. Pero pensó en ellos; nombres, caras, ojos y risas de hombres jóvenes que de golpe se habían convertido en cuerpos envueltos en una carrocería retorcida, un casco echado hacia delante, una ambulancia nunca lo bastante veloz, un helicóptero nunca lo bastante rápido, un médico nunca lo bastante hábil.

Las palabras de Roland reflejaban una actitud rebelde.

– Pero ¿qué dices, Jochen? Sé tan bien como tú cómo es la Fórmula Uno, pero tengo un montón de propuestas de Estados Unidos. Todavía te quedan muchos años por delante para divertirte y ganar un montón de dinero sin correr riesgos.

Jochen no tuvo valor para frenar el ímpetu empresarial de Roland. Sin duda el dinero no era el incentivo capaz de cambiar su estado de ánimo; poseía dinero suficiente para dos generaciones. Lo había ganado arriesgando el pellejo a lo largo de todos aquellos años, y no había sucumbido, como tantos de sus colegas, a la tentación de comprarse un avión personal, un helicóptero, o a poseer casas esparcidas por todo el mundo. Renunció a explicar a Roland que el problema era otro: que por desgracia ya no se divertía. Por algún motivo, la cuerda se había roto. Por suerte, no había sucedido mientras él estaba haciendo equilibrios encima de ella.

– Vale. Podemos hablarlo luego.

Shatz comprendió que de momento no debía insistir.

– De acuerdo. Pero trata de estar en forma para España. El mundial todavía no ha terminado, y un par de bonitas carreras te ayudarán a ver las cosas de otro modo. Mientras tanto, ¡diviértete, donjuán!

Roland cortó la comunicación y Jochen se quedó mirando el aparato, casi como si pudiera ver, en la pantalla, el rostro preocupado de su manager.

– ¡Fantástico! Apenas me alejo un momento y ya te pones a hablar por teléfono. ¿Debo sospechar que hay otra mujer en tu vida?

Arijane salió de la cabina y se le acercó, secándose el pelo con una toalla.

– Era Roland.

– ¡Ah!

Ese monosílabo resumía toda la situación.

– No le resulto simpática, ¿verdad?

Jochen la atrajo hacia sí y rodeó su delgada cintura con los brazos. Apoyó la mejilla en su vientre y habló sin mirarla a la cara.

– No es ese el problema. Roland tiene sus preocupaciones, como todos, pero es un amigo y confío plenamente en su buena fe.

Arijane le acarició el cabello.

– ¿Se lo has dicho?

– No, he preferido no hablarlo por teléfono. Creo que se lo diré, a él y a Ferguson, en Barcelona, la semana próxima. De todos modos, haré el anuncio oficial de mi retirada al final de la temporada. No quiero que los periodistas me persigan todavía más que ahora.

La historia de Jochen y Arijane había sido un bocado muy apetitoso para la prensa de todo el mundo. Hacía meses que sus caras ocupaban las portadas de las revistas, y los cronistas de sociedad habían disfrutado inventando todo lo posible.

Jochen levantó la cara y buscó la mirada de Arijane. Su voz era un susurro emocionado.

– Te amo, Arijane. Te amaba ya antes de conocerte, y no lo sabía.

Ella no respondió. Se limitó a mirarlo bajo el reflejo de la luz de la cabina. Jochen sintió un pequeño escalofrío de inquietud; pero ya lo había dicho, y no podía ni quería volver atrás.

Segundo carnaval

La cabeza del hombre emerge del agua no muy lejos de la proa del Forever. A través del cristal de sus gafas de bucear, identifica la cadena del ancla y braceando con lentitud la alcanza. La aferra con la mano derecha y se queda observando el barco, cuyo casco de fibra de vidrio refleja la luz de la luna llena. Su respiración es acompasada y tranquila.

La botella de cinco litros que carga a la espalda no permite inmersiones largas, pero es ligera, manejable y garantiza una autonomía suficiente para sus necesidades. Viste un mono de neopreno negro, anónimo, sin inscripciones ni accesorios de color, suficientemente grueso para brindarle una buena protección del frío durante el tiempo que permanezca en el agua. No puede usar una linterna, pero la claridad casi descarada del plenilunio le permite prescindir de ella sin dificultad. Intentando evitar el menor chapoteo, se desliza de nuevo bajo la superficie del agua, bordea la silueta del casco sumergido, cuya larga deriva, que se prolonga hacia las sombrías profundidades, se dibuja a contraluz. Luego emerge del lado de la popa de la elegante embarcación y se agarra a la escalerilla, que ha quedado baja.