Frank se apoyó contra el respaldo de su silla.
– Esa es una pregunta que el doctor Cluny está más calificado que yo para responder. Yo puedo, en cambio, anticipar que, en estos momentos, no estamos en condiciones de afirmar que comprendemos cabalmente las razones del asesino. Como ya ha dicho el director Roncaille, muchos detalles de la investigación se encuentran todavía en fase de comprobación y forman parte del secreto de sumario. Sin embargo, algunos de estos elementos ya son certezas de las que podemos hacerles partícipes.
Hizo una pausa de efecto. Pensó que el doctor Cluny debía de sentirse orgulloso de él.
– Tales certezas proceden del trabajo desarrollado por el comisario Nicolás Hulot, en el que me he basado para llegar a identificar a Ninguno. El comisario, gracias a un error cometido por el asesino en el curso del asesinato de Alien Yoshida, había logrado remontarse a un acontecimiento oscuro, sucedido hace muchos años en Cassis, Provenza: un hecho de sangre en que pereció una familia entera. En aquella época, el caso se archivó enseguida, corno doble homicidio y suicidio, hipótesis que ahora debería revisarse Puedo decirles, señores, que una de las víctimas tenía el rostro desfigurado exactamente como las víctimas de Ninguno.
Corrió un rumor por la sala. Se levantaron otras manos. Una periodista joven, de aspecto despierto, se puso de pie antes que los demás.
– Laura Schubert, de Le Fígaro.
Frank le cedió la palabra con una señal afirmativa de la cabeza.
– Señor Ottobre, yo creía que el comisario Hulot había sido apartado de la investigación…
Por el rabillo del ojo Frank vio que Roncaille y Durand se ponían tensos. Dirigió a la muchacha la sonrisa del que está a punto de proporcionar una versión diferente de los hechos, la verdadera.
«¡Tragaos esta, cabrones!»
– Eso no es del todo exacto, señorita. Creo que, en cierto modo, ha sido una libre interpretación de la prensa. El comisario Hulot simplemente se había distanciado de las investigaciones que se realizaban aquí, en Montecarlo, para seguir personalmente la pista que poseía. Como podrá usted imaginar, ese detalle no se hizo del dominio público por una serie de motivos. Y, por desgracia, con enorme dolor debo decir que su capacidad y su olfato fueron la causa de su muerte, que no fue producto de un accidente de tráfico. El comisario Hulot murió a manos de Ninguno, que, al saberse identificado, se vio obligado a matarlo para defenderse y cometió así su enésimo asesinato. Repito: el mérito de la identificación del responsable de todos estos asesinatos corresponde por entero al comisario Nicolás Hulot, que ha pagado este éxito con su propia vida.
La sala se agitó con el alboroto de las voces. Esa versión de los hechos hacía agua por todas partes, pero era un buen golpe de efecto. Algo sensacional para escribir, y los periodistas lo escribirían. Y con eso a Frank le bastaba. Durand y Roncaille estaban pasmados, pero sus semblantes adoptaron de pronto la expresión de «a mal tiempo buena cara». Morelli, de pie y con los brazos cruzados, apoyado contra una pared lateral de la sala, echó a Frank una mirada de aprobación, levantando discretamente un pulgar bajo los brazos cruzados.
Luego se puso de pie un periodista que hablaba francés con un fuerte acento italiano.
– Marco Franti, del Corriere della Sera, Milán. ¿Puede usted decirnos algo más sobre los descubrimientos del comisario Hulot en Cassis?
– Repito que las investigaciones todavía están lejos de haber concluido. Solo adelantaría hipótesis que los hechos podrían desmentir. Lo único que puedo decirles de momento, con cierta seguridad, es que estamos buscando el verdadero nombre de Ninguno, ya que creemos que no se llama Jean-Loup Verdier. Una búsqueda efectuada en el cementerio de Cassis, siguiendo las huellas del comisario Hulot, nos ha permitido saber que Jean-Loup Verdier es el nombre de un muchacho que se ahogó en el mar hace bastantes años, más o menos en la misma época del grave hecho de sangre que mencioné hace unos momentos. Se trata de un caso de homonimia por lo menos sospechoso, ya que la tumba de ese muchacho está a pocos metros de las de las víctimas.
Otro periodista levantó la mano y gritó su pregunta sin siquiera levantarse de la silla; milagrosamente, logró hacerse oír por sobre el clamor general.
– ¿Y qué puede decirnos de la historia del capitán Ryan Mosse?
En un instante, tras el tiempo necesario para asimilar la pregunta, se hizo un silencio absoluto. Era uno de los aspectos más espinosos de toda aquella historia. Frank miró primero al periodista y luego paseó la mirada por todos los presentes.
– Con respecto al capitán Ryan Mosse, que ya ha sido puesto en libertad, fue un error garrafal por mi parte. Aunque numerosos indicios parecían acusarlo sin sombra de duda del homicidio de Roby Stricker, no tengo excusas ni atenuantes para mi equivocaron. Lamentablemente, en el curso de una investigación como esta a veces puede suceder que caigan injustamente algunos inocentes. Pero esto no sirve en absoluto de justificación. Les repito que ha sido un error, que soy el único responsable y que estoy dispuesto a pagar las consecuencias, con lo que libero a cualquier otra persona de todo posible agravio. Ahora, si tienen ustedes a bien disculparme…
Frank se puso de pie.
– Por desgracia, todavía tengo mucho trabajo que hacer junto con las fuerzas de la policía para capturar a un asesino muy peligroso. Creo que el doctor Durand, el director Roncaille y el doctor Cluny estarán encantados de responder al resto de sus preguntas.
Frank se apartó de la mesa, se acercó a la pared en la que estaba apoyado Morelli y desapareció por una puerta lateral. Esperó en el amplio pasillo semicircular que bordeaba la sala de la conferencia hasta que, pocos instantes después, lo alcanzó el inspector.
– Has estado magnífico, Frank. Pagaré cualquier cosa por tener una foto de las caras de Roncaille y Durand cuando hablabas del comisario Hulot. Se la mostraré a mis nietos como prueba de que Dios existe. Ahora…
Un ruido de pasos interrumpió las palabras de Morelli. La mirada del inspector se fijó en alguien que estaba detrás de Frank.
– Volvemos a encontrarnos, señor Ottobre…
Frank reconoció aquel tono y aquella voz. Se dio la vuelta y se encontró ante los ojos sin vida del capitán Ryan Mosse y su alma condenada, el general Nathan Parker. Morelli se colocó enseguida a su lado. Frank notó su presencia y se sintió agradecido.
– ¿Algún problema, Frank?
– No, Claude, ningún problema. Creo que puedes marcharte, ¿verdad, general?
La voz de Parker era más fría que el hielo del Ártico.
– Sí, será mejor así. Si nos disculpa usted, inspector…
Morelli se alejó, no del todo convencido. Frank oyó el ruido de sus pasos en el mármol del pasillo. Nathan Parker y Mosse guardaron silencio hasta que desapareció.
El primero en hablar fue Parker.
– Así que lo ha conseguido, ¿eh, Frank? Ha descubierto a su asesino. Es usted un hombre de muchos recursos.
– Lo mismo se puede decir de usted, general, aunque no son recursos de los que sentirse orgulloso. Por si le interesa, Helena me lo ha contado todo.
Al viejo soldado no se le movió ni un pelo.
– También a mí me lo ha contado todo. Me ha hablado largamente del ardor viril con que se ha aprovechado usted de una mujer que no se halla en posesión de sus facultades mentales. Creo que ha cometido usted una serie de graves errores mientras jugaba a caballero intachable y sin miedo. Si mal no recuerdo, ya le había advertido que no se interpusiera en mi camino, pero usted no quiso escucharme.
– Es usted un ser despreciable, general Parker, y acabaré con usted.
Ryan Mosse dio un paso adelante. El general lo detuvo con un gesto. Sonrió con perfidia.
– Es usted un fracasado y, como todos los fracasados, es también un iluso, señor Ottobre. No es un hombre, sino los restos del hombre que fue. Puedo aplastarlo como a un gusano, sin inmutarme. Escúcheme bien…