Выбрать главу

– Hágalo pasar.

Escondo el periódico en el cajón del escritorio. Podría decir que lo he hecho para no incomodar a mi hijo, pero mentiría. En realidad es para evitar mi propia incomodidad. Es una sensación que detesto; a veces he perdido centenares de miles de dólares con tal de evitarla.

Poco después entra Russell. Se lo ve tranquilo y de aspecto reposado. Viste una ropa decorosa e incluso se ha molestado en afeitarse.

– Hola, papá.

– Hola, Russell. Te felicito. Parece que te has hecho famoso. Estoy seguro de que esto te reportará un montón de dinero.

Él se encoge de hombros.

– Hay cosas en la vida que el dinero no puede comprar.

Respondo con un gesto parecido.

– Estoy seguro, pero no tengo mucha experiencia al respecto. En mi vida siempre me he ocupado de las otras cosas.

Se sienta frente a mí. Me mira a los ojos. Es una buena sensación.

– Después de esta lección de filosofía barata, ¿qué puedo hacer por ti?

– He venido a darte las gracias. Y por negocios.

Espero a que continúe. Pese a todo, mi hijo siempre ha tenido el don de despertarme la curiosidad. Además del de sacarme de mis casillas como ninguna otra persona.

– Sin tu ayuda no habría conseguido este resultado. Te lo agradeceré todo la vida.

Unas palabras que me dan mucho placer. Nunca imaginé que las oiría alguna vez de boca de Russell. Pero la curiosidad permanece.

– ¿Y de qué clase de negocios se trata?

– Tienes algo mío que querría recuperar, pagándolo.

Al fin entiendo y no logró reprimir la sonrisa. Abro el cajón y de abajo del periódico saco el contrato firmado por él, que tuve a cambio de mi ayuda. Lo pongo sobre el escritorio.

– ¿Te refieres a esto?

– Exacto.

Me retrepo en mi asiento y lo miro a los ojos.

– Lo lamento, hijo, pero como bien has dicho hay cosas que el dinero no puede comprar.

Él sonríe.

– Pero yo no pensaba ofrecerte dinero.

– ¿Ah, no? ¿Y con qué pretendes pagarme?

Se mete la mano en el bolsillo y saca un pequeño objeto gris, de plástico. Una grabadora portátil.

– Con esto.

La experiencia me ha enseñado a permanecer impasible. Esta vez también lo logro. El problema consiste en que él conoce esta habilidad mía.

– ¿Qué es?, si puede saberse -pregunto para ganar tiempo, pero sé muy bien de qué se trata y qué contiene. Y él me lo confirma.

– Es una grabación con las llamadas que le hiciste al general Hetch. Este minúsculo objeto a cambio de ese contrato.

– Nunca te atreverías a usarlo en mi contra.

– Ponme a prueba. Ya lo tengo todo planeado. Se titulará «Verdadera historia de la verdadera corrupción».

Adoro el ajedrez. En ese juego, cuando se ha perdido, debe rendirse homenaje al adversario. En mi mente cojo el rey y lo humillo sobre el tablero. Después agarro el contrato y con un gesto teatral lo rompo en pedacitos y lo arrojo a la papelera.

– Ya está. No tienes más ataduras.

Russell se levanta y deja la grabadora en el escritorio.

– Sabía que llegaríamos a un acuerdo.

– Ha sido un chantaje.

Me mira con expresión divertida.

– Por supuesto que sí.

Russell mira la hora, en un Swatch de pocos dólares. El reloj de oro que una vez le regalé lo habrá vendido.

– Tengo que irme. Larry King me espera para una entrevista.

Conociéndolo, bien podría tratarse de una broma. Pero con la fama que le ha llegado de golpe no me sorprendería que fuera verdad.

– Adiós, papá.

– Adiós. No puedo decir que haya sido un placer.

Se aleja hacia la puerta. Sus pasos en la moqueta no suenan. Ni siquiera la puerta, cuando la abre. Lo llamo.

– Russell…

Se vuelve hacia mí. Tiene esa cara que todos dicen que es una calco de la mía.

– ¿Sí?

– Un día de éstos, si te apetece, podrías ir a comer a casa. Creo que tu madre se sentiría muy dichosa de verte.

Me mira con unos ojos que en el futuro deberé aprender a conocer. Tarda un poco en responder.

– Lo haré con mucho gusto. Sí, con mucho gusto.

Después sale y se va.

Por un momento me quedo pensando. Durante toda mi vida he sido un hombre de negocios. Creo que hoy he hecho uno muy bueno. Alargo la mano y cojo la grabadora. Pulso el play.

Vaya. Siempre pensé que mi hijo era un muy mal jugador de póquer, pero debe de ser una de esas personas capaces de aprender de sus propios errores.

La cinta está vacía.

Nada, nada de nada.

Me levanto y me acerco a la ventana. Nueva York está ahí abajo, es una de las muchas ciudades que he logrado conquistar a lo largo de mi vida. Hoy me parece un poco más valiosa, mientras un alegre pensamiento cruza mi mente.

Mi hijo, Russell Wade, es un gran periodista y un gran cabrón.

Creo que este segundo aspecto de su personalidad lo ha heredado de mí.

Estoy en Boston, en el cementerio donde descansan los restos de mi hermano. He abierto la puerta vidriada y entrado en el panteón de la familia, un lugar que desde hace tiempo acoge a los Wade. La lápida es de mármol blanco, como todas. Robert me sonríe inmutable desde su foto transformada en un relieve de cerámica, en el cual su rostro no envejecerá.

Ahora tenemos más o menos la misma edad.

Hoy he estado almorzando con mis padres. No recordaba que su casa fuese tan grande, tan opulenta. Cuando me vieron entrar, los del personal de servicio me echaron un vistazo con las mismas miradas que habrá recibido Lázaro después de la resurrección. Alguno de ellos nunca me había visto en persona.

Henry me abrió la puerta y, mientras me acompañaba para el encuentro con mis padres, me apretó el brazo y me miró con complicidad.

Después me susurró:

– «La verdadera historia de un nombre falso.» De verdad es un gran trabajo, señor Russell.

Durante la comida, en esa casa donde fui niño y donde viví tantos momentos con Robert y con mis padres, después de años de distanciamiento los recelos no se han borrado del todo. Todo aquel silencio y todas aquellas crudas palabras no pueden borrarse en un instante sólo por obra de la buena voluntad. De todos modos, tomamos manjares exquisitos y hablamos como no lo habíamos hecho en mucho tiempo.

A los cafés, mi padre dijo haber oído por ahí que mi nombre sonaba para el Pulitzer. Cuando repuse que esta vez no podrían quitármelo, sonrió. También sonrió mi madre, y yo, al fin, pude respirar.