— I did it my-my-my-my.
Y después tú dices:
— Ay, tengo el disco rayado.
Y cojes la aguja del disco rayado, y la mueves con tus dedos índice y pulgar. Al moverla, yo levanto la cabeza, siguiendo el movimiento de derecha a izquierda que hacen tus dedos. Sacando mis dimples y achinando mis ojos, como si estuvieras saludando al público, me echo una lagrimita, bien tierna, bien dulce, para que sepan que soy sensible, sensitiva, qué linda, la niña bonita, y al tú bajar la aguja, yo bajas la cabeza, encorvando mi pescuezo, para que sepan que pido un aplauso que estalle en mis orejas. Apruebo con mis ojos y con mi cabeza afirmo la aclamación, y entonces acabo:
— waaaaay, I mean, way. Yes, thank you, I did it
my-my-my-my
De nuevo mueves la aguja, muevo tu cabeza, guiño el ojo y repito con mis brazos abiertos acogiendo el aplauso:
way — way — way
way — cha, cha, cha,
way — ja, ja, ja,
waaaaay
my way
— Ay, Kiko, vas a creerlo.
— Qué.
— Ya lo estoy viendo.
— Qué.
— Mi funeral.
— Cómo es. Dime. Cómo es.
— Tú con tu corbata negra and your wrinkled corduroy suit, cargando mi féretro con Paco Pepe despidiendo el duelo. Y los niños cantores de San Juan cantando:
Ya se murió el burro que acarreaba la vinagre,
ya lo llevo Dios de esta vida miserable.
Que tururururú. Que tururururú.
Que tururururú. Que tururururú.
Ay, Chipo, no puedo. Se me hace un nudo en la garganta de verlo. Es bello. Bello.
— Qué.
— El entierro. Tú te estás sonriendo y pensando:
— Al fin muerta, ahora puedo descansar. Viene, vaya, al fin, después de la tormenta, la paz.
Pero no obstante, lloras. Sí, tú también estás llorando.
— Yo me tengo que preparar, no crees tú.
— Siempre debes estar listo. Pero no te creas que me voy a ir todavía. Me queda bastante más.
— Ay, yo creía.
— No todavía.
— Lo siento.
— Me decepcionas.
— Pero no te vas.
— Luego, por ahora no. Estoy disfrutando demasiado mis fantasías.
—¿Usted está enamorado?
— Sí. Y usted.
— Yo sí—pero mi amor es platónico.
—¿Cómo?
— La persona de quien yo estoy enamorada tiene a alguien.
— Qué sabe usted.
— De qué.
— De esa relación.
— Sé que están casados.
— Y si yo le digo que esa relación está rota.
— Debo creerle.
— Sí, está rota. Contésteme. ¿De quién está usted enamorada?
— No se lo puedo decir. Es platónico. Quiere cigarrillos. Se los compro. Cuáles quiere.
— Ay, Chipi, pero se te olvidó contarme lo del tallo.
— Qué tallo
— Así. Así.
— Ah, tú dices, cuando le pasaba los dedos al tallo de la copa de vino, despacio y de arriba abajo, y más despacio todavía. En la bellonera comenzó a cantar Barbra Streisand Memories. Y a Jabalí se le fueron los ojos en blanco.
— Volverán las oscuras golondrinas, pero aquellas, no volverán.
— Y por qué no vuelven—dije yo—Por qué no vuelven.
— No se puede pasar dos veces por el mismo río. Nuevas aguas. Mis cigarrillos. ¿Dónde están?
— Voy ahora a comprárselos.
— True Blue. Pero a mí nadie me paga mis vicios. Me los pago yo. Tiene que dar el jaque mate.
— Por qué yo.
— Si se mete a jugar.
— Muy bien. Es usted.
— Soy yo. Usted es una seductora. Yo sé lo que usted está buscando.
Honestamente, no buscaba nada, pero esa picardía me puso caliente. Tenía que dar el jaque mate. Lo di y el lobo me comió en la oscuridad. Me pasó la lengua por encima de los dientes, probando si mis perlas eran verdaderas, yo sentí su lengua abordando cada uno de mis dientes, y luego metí la lengua por debajo de la suya, y en su locura me mordió la lengua, pero la lengua de él y la mía se acariciaban, y se tocaban las colas, bajando y subiendo, como olas levantadas y a la vez las lenguas, masticadas por el deseo, de tanto chuparse, biberones, tetas, bombones, se habían quedado como li-mones exprimidos. Pero al yo abrir los ojos, me pasé la lengua por los labios, desde un extremo a otro y volví a sentir la frugal y única saliva de Jabalí, su lengua viva, como un goldfish corriendo por debajo de una planta, tras una pecera, preñada de aguavivas y de espermatozoides, y lo bello era ver cómo nadaba, el goldfish, con su dorado anaranjado, y su gordura sexual, y su culipandeo estallido en mi boca. Ummm. Suspiré lánguido, habiendo perdido el aliento, me recompuse en el acto. Imagínate, una vez Jabalí me había dicho:
— Cuando mis amigos lleguen, te vas, no te quiero aquí.
Y yo así lo iba a hacer. Pero qué pasa, cuando sus amigos llegaron Jabi me dijo:
— No te vayas, vente a tomar un trago con nosotros.
— No puedo. Lo siento. Será en otra ocasión—yo dije.
A mí se me salieron las lagrimitas. Y le dije a uno de ellos en secreto, sollozando, y con hipo, levantando la cabeza, lagrimeando, y bajándola de nuevo:
— Me gustaría, hip, pero él no me permite, hip, venir con ustedes.
— Si no viene ella no vamos. Y punto.
Y me cogió por el codo para levantarme la moral y parar el valle de lágrimas.
—¿Por qué la quieres esconder?
— Sí, qué de malo tiene tener una pollita bella. Relax, no eres el único.
— I don’t socialize with students.
— Esas son las mejores. Son fáciles de seducir.
Listen, it’s nothing to be ashamed of.
— I’m not ashamed of anything. Sí, vente—dijo entonces Jabalí irguiéndose como un marajá de la India, y sonriéndose, pinching my other elbow to the rhythm of: ya me lo paga-rás.
— Tú me dijiste, hip, que no podía ir. Así es que no voy, hip.
Y por supuesto, me sentía como Caperucita, ante el temor de que el lobo me comiera. Yo salí corriendo. Me estoy vengando. Es obvio que sus amigos no aprueban su conducta. Y con lo petulante y engolado que era Jabalí, imagínate lo humillado que estaba, pero más humillada estaba yo — después de todo, esa gente eran sus amigos — y yo para ellos era tan sólo una pollita cualquiera. Y lo que más yo odio en la vida es que me cojan lástima. Me sentía muy mal, requete mal.