O redonda, y luego una E semiabierta y vibrante, para ponerle un punto a la i agresiva y dividida, que antecede e interpone otra nota figurativa y graciosa que se ríe como una cabra, y es una E que se antepone a una A abierta y blanca. Distante y soberbia, la a minúscula se sube en la escalera de la A mayúscula y desde ahí busca con sus ojos a la E y le dice lo que tiene que hacer con la U ubérrima, y la O se siente demasiado ensimismada, es como una pelota cerrada, siente que no puede unirse a la E, ni a la i porque ellas siempre están acompañadas, o se pueden unir a otras parejas ubérrimas, pero la O es el motor de la O, de la exclamación: ¡OH! ¡OH! Cierra despacio la boca. Pero se abre de nuevo el bostezo — se abre el deseo que tiene de ver nublado el cielo — bostezo que cae del cielo — abre, abre la boca, no la cierres nunca, incluso un bostezo como una súplica puede transformarse en una réplica — réplica — de lo mismo — lo mismo — cuando abre la boca abierta la O boca abierta se convierte en una exclamación: ¡OH! ¡OH! Y está torpemente balanceada por sus dos columpios, por sus dos caderas que la mueven y la agarran y la cierran en la claustrofobia de la naranja completa, o de la luna llena, o del sol en su máxima permanencia y esplendor, y hacia la O cerrada, hacia su obscuridad y su silencio se encaminan en peregrinación vacilante y zigzagueante los otros términos del abecedario de las vocales, musicalizando el afán de llegar a ser amadas o unidas a la O, imagínate la furia de la U cuando casi la toca, pero siente que le faltan pelos en su cabeza, que le falta un sombrero que la cubra ubérrima y que la proteja del sol que la quema. Y ya para entonces la A subida en el último escalón, se yergue frondosa de ramas, y cubierta de yerbas y de aromas que la hacen sentir tan importante en el poder de su música y de su escalera, y todas, cada una a su nivel, se sienten completamente potentes y vigorosas, completan su misión de engrandecerse en la producción de su nombre, en la complementación, en el desarrollo de todo su vigor, desde la punta del dedo grande del pie de la O, hasta la cabeza repleta de maleza de la E, están hechas de formas que han producido formas, han estrechado la mesura de sus formas, han ejercitado sus músculos, han escuchado la contracción de sus tripas, el sonido quisquilloso de sus costillas, las nucas y las astillas de los dedos, los pelos de las axilas, el contratambor, el contrasudor del olor, el azufre y el sopor, el humo blanco del aliento negro, el humo negro del aliento blanco, y la contracción intensa y soporosa, el cálido aliento de la boca abierta cuando se va cerrando y abriendo, y abriendo y cerrando en el mo-vimiento lento y pausado, consciente del movimiento que hace cuando se cierra y se abre, control supremo de uno mismo sobre su propia muerte que observa cerrando los ojos, cayéndose en el silencio de la cerrazón de los ojos, oyendo el temblor de los párpados, y temblando con ellos en el esplendor del temblor, en la unión con el cuerpo del cuerpo que se muere y se abre, se contrae y se apaga y se divide y se cierra de todas partes y por todas partes lleno de permanencias.