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rdo haber estado nunca y por eso vuelvo a pasar a ver si lo reconozco o si me lo aprendo de memoria o si lo olvido alucinando con la memoria a cuestas cuesta lo que cuesta recordar estar y ser olvidando lo que fui pasando fui menos y soy ahora la que fui y basta — ya olvidé quién soy yo y vuelvo a ser el olvido que olvida que se olvidó quién era yo. Ya soy la que soy sin ser quien fui sin ser sincera y sincerarme sano mis pensamientos. Sana curita, la medicina se acaba, y tú te tienes que levantar con las mañanas para volverte a acostar después. Marayo parta a los pensamientos que no se quieren acostar a dormir, y que por más que yo vuelva a mi casa y me acueste a dormir ellos siguen acosándome con las moscas de sus pensamientos zumbándome por todos los costados de mi cama y yo cuento hasta 100,000 y ellos siguen entrando por todas partes no importa cuán cerrados se queden mis ojos si ellos siguen pensando es que estoy viva y no muerta — pero peor que viva o que muerta — es estar pensando sin descanso ni reposo por todos los costados cuando me entran pensamientos por todas partes — a algunos les digo: espérense. Esperen a que me despierte mañana. Ahora no puedo atenderlos. Esa idea que me ha entrado de repente se me clava en la imaginación — pero no puedo pensarla bien y se queda suspensa — en suspensión — como si se quedara en el aire pensando — mientras otras entran con mucha más agresión a quererle quitar el puesto a la idea que se queda suspensa, lívida, esta idea es tímida, y es la que más me llama la atención, es mi favorita — pero no me deja dormir porque se queda suspendida en los sueños — que ni siquiera puedo soñar porque la idea suspendida les roba el sueño a las otras ideas que no me dejan dormir y que mañana tengo que sin falta escribir. Como si los pensamientos estuvieran en sí mismos ensimismados, o por supuesto, como en ellos mismos están los supuestos o las suposiciones, se suponen suponiendo en suposiciones categóricas y fálicas y fallidas y se quedan presuponiendo o suponiendo supuestos supuestamente poniendo nada en nada, y presuponiendo presumidos, presuntuosos, prepotentes, imponiéndose a los verdaderos, los que inclinan su frente, obedeciendo, porque se imponen los otros, a la fuerza, esto se llama el boss que se le impone a los demás (y no piensa) propiamente dicho pierde toda su fuerza cuando piensa, porque es prepotente e impotente impone su fuerza a la fuerza, el boss de la fuerza, no del capricho, ah, si el capricho tuviera más fuerza cuando se cae sobre los otros haciendo piruetas, precipitadamente, oh, por Dios, te pareces a Neruda con sus adverbios presuntos categóricos que se acaban con la mente puesta en el precipicio que se precipita precipitadamente, tantas mentes no se necesitan para precipitarse, si vas directo al grano, directo a la flecha, y vuelas, alas, se estrellan, de nuevo vas directo a la flecha y caes en la clave del pensamiento, y eres brillante porque brillas como un diamante, y no tienes dentro ninguna manchita (lo siento, a mí me gustan mucho las manchitas), tú no sabes de lo que yo estoy hablando, y por qué me llevas la contraria, para hacerme perder el meandro conductor, si no soy fuerte como un relajo que se relaja y se desalienta y pierde el mal humor de su relajo, porque pierde el aliento de su pata, la del gato, y su roca, la de la piedra que es su fundamento cuando se funda en la piedra y se sienta, para no perder aliento, y ahora ya no es un gato, sino un perro, y jadea, y se cae en el meollo de las cuatro patas del gato. La verdad no tiene cláusulas ni subterfugios, no anda con gríngolas ni con muletas, no es artrítica, no se queja — aúlla como un perro al infinito y pide maná del cielo que caiga como lluvia, no se ahoga en un vaso de agua, no deja que le doren la píldora — no anda con yeso, saltando como un güimo con muletas de aquí pá allá. He dicho muchas veces en mi epístola evangélica, no para darme pistos, ni para comer pistachos, no soy el canario que se balancea en el columpio dentro de la jaula, comiendo los pistachos — me he ido y me sigo yendo de todas las jaulas — he sentido la urgencia de salir por la puerta como Pedro por su casa y no volver a mirar hacia atrás. No les digo no a las cláusulas en subjuntivo, no les digo no a los paréntesis que se cierran cuando se tienen que cerrar, no les digo no a los que abiertos se quedan o porque nadie los cierra o porque les están buscando las patas al cuatro gatos y no se las acaban de encontrar y se les están perdiendo las patas en las cláusulas en subjuntivo donde se han metido en la boca del lobo y no encuentran la luz del día, y no le digo no a la obscuridad por más obscura que sea y que no me permita ver el día, y no le digo no a ninguno de los dos aunque los dos se crean que tienen la verdad infinita porque no transitan la misma línea divisoria, o porque dos líneas paralelas nunca llegan a confrontar sus penas. Tengo que volver a ir por aquí y por allá—algo perdí que tengo que volver a encontrar — localizar los espacios donde me he sentido bien — porque ahora en ningún espacio me siento — sólo en el espacio impermanente que no se siente bien en ninguno — y no es que no me sienta bien — es que la única manera en que me siento bien es en el eterno dinamismo de mi ser errante — que cruza las fronteras sin encontrar la atadura de la frontera — en los hoteles — donde la gente que se conoce no se ha conocido nunca — me siento bien cuando estoy perdida — esta es la realidad — cuando más perdida estoy, no me siento perdida — siento que me encuentro con la fórmula de mi juventud, o con el dinamismo de mi movimiento — no manteniendo un cruce de palabras con nadie — la gente es un disturbio para la imaginación que crea, sólo husmeando — intuyendo — incluso regresando, yendo — yendo — cuando la intuición del paseo con rumbo incierto y peligro — y pasan casas, montañas, fuentes, restaurantes — y todos atrás se quedan — atrás se quedan todos que yo me voy como los días cuando la noche los obscurece, como las noches cuando los días las alumbran, cuando en medio de una noche una linterna resplandece — esa es la de mis ojos que miran buhóticos — y no es que no crea en nada, o que no crea que haya verdades, o que no haya estado encadenada a una cadena, es que mi ser ronda la vida — vigilándola. Y todavía no he dicho lo que tengo que decir porque lo que tengo que decir es el apresuramiento que tengo que expresar cuando camino — la falta de permanencia, la inestabilidad, la prisa de lo que se rompe o se desata como el moño de un lazo y dentro del nudo está el regalo, y eso no es tampoco ni necesario ni urgente, lo importante es que voy dejando atrás lo que pasa, lo que tiene que pasar, lo que ya era tiempo que pasara, y me siento liviana sin estas maletas pesadas — y el retraso espiritual de mi ser se adelanta a su ser y anuncia con una trompeta el tiempo del advenimiento y de la anunciación, el venidero, el que vendrá y yo estaré con él adelante porque me fui con mis piernas a buscarlo y le dije adiós a todos los retrasos, qué extraño, pasé de un estado inferior a uno superior — sin ascensores ni elevadores, sin intermedios ni transiciones — me transporto yo misma con mis piernas, viajo con mis piernas, veo con mis ojos, intuyo con mi intuición — y todavía el nudo que me aprieta por dentro — que me mantiene aquí—no se desata — por eso lo escribo mientras lo busco — para encontrarlo mientras camino cuando el afán de mirarlo sin encontrarlo arde en el fuego cuando me voy de lo que ya no amo — de lo que nunca fue mío — cuando los dejo a todos detrás — y no siento ningún apuro en dejarlos — ellos se quedaron atrás por alguna razón — alguna diligencia estarán haciendo, le estarán resolviendo algún asunto a alguien, esa clase de relaciones que se relacionan por mandatos de otros — para hacer algo por el otro — y no por uno — por lo venidero — porque ni siquiera por mí misma me dejo atrás a mí misma, porque ni a la mí misma que se queda atrás y poseída por sus pertenencias le tengo ninguna simpatía ni arraigo. De las raíces huyo como el vampiro a la cruz y de las cruces que se sacrifican por los otros también huyo del dicho que dice un clavo saca otro clavo pero salirse de todos los clavos y desenclavar a los Cristos cristianos de la cruz del sacrificio, redimirlos de todos sus sacrificios y decirles: Vayanse de sus casas, de sus oficios, de todo lo que los ate a un nombre, a un apellido, y a otros y otros apellidos que te enclavan en el sacrificio de la familia humana. Por eso me estoy yendo desde hace tiempo a donde el irse es lo único cierto que me llama la atención, el irse lejos de aquí, el nunca más estar aquí, donde yo nací, donde yo crecí, donde yo me reproduje, en el espejo donde me encontré con el gusano que dicen ser yo misma — y cuando hablo me estoy yendo de lo que digo en un barco que navega con las cuatro patas de sus motores que lo anclan en el mar, hacia adelante donde nadie sabe a dónde vamos, pero vamos a alguna parte y hemos perdido de vista lo que dejamos atrás — tanta importancia que le dimos a lo que dejamos atrás y mira que pequeño se queda cuando lo dejamos atrás y con júbilo se va quedando más pequeño como cuando nos fuimos de la infancia a bordo de la adolescencia en un viaje lleno de tormentas y abordamos con maletas en otros puertos — lo importante es que ninguno tenga una frontera — que no sepamos por dónde vamos pero que vayamos siempre a donde vayamos vayámonos de todos — y de nadie — a nadie consideremos tan importante para no partir en este viaje que nos lleva — adiós — hacia fronteras insospechadas — donde la frontera es la única sospecha que sospecha — porque no hay sospechosos a bordo de la frontera que nos afronta y que haya murallas, fuertes o fortalezas, hombres de baja y alta estatura, enredaderas que nos creen ataduras a la tierra, yo siempre miro el horizonte más allá del mar, donde yo quiero llegar, donde no ha llegado nadie, al di là, donde ni yo misma sé que puedo llegar a soñar, soñando, caminando se hace lo que se tiene que hacer, y entonces cuál es el destino de los hombres que vuelan, tocar el sol y quemarse, o encontrarse con el destinatario del hombre, un ángel con alas grandes que lo devuelve como una cigüeña al lugar donde lo vio nacer, crecer y morir, o lograr algo con sus ansias que se queman cuando andan — perdurando en el andar, andando por todas las partes en que no he cruzado una ribera, un puente o una quimera, me siento a considerar de dónde vengo y hacia dónde mis pensamientos inclinan su frente: voy al ombligo del sur, a la libertad, a la estatua, a quemar mi ser en el estar permanente que soy, a estar bien con mi ser cuando estando bien se encuentra bien consigo mismo en su ser, se encuentra conmigo y estando siendo sin ser estar siendo sin estar estar siendo estar siendo en todo lo que soy estar haciendo las cosas que estoy haciendo hoy estar haciendo sin estar en un ser que no soy yo y que no me conoce porque ya no me habita, se ha ido de mí, me ha dicho adiós tantas veces — y con tanta premura, y con tanta desilusión en sus alas — como si lo inculpara el estar siendo sin mí—si yo sin él estoy diciendo que me apuro — apuro de todo lo que siento — apuro, apuro, a puro golpe de pulmón o de tinta o de alimento, me estoy yendo de aquí—y me estoy yendo — porque no me he acabado de ir de una vez y por todas, porque algo o alguien regresa a buscar una parte de mi ser cuando voy encontrando la frontera — dejé las llaves en la casa — y qué me importa — si no pienso volver a la casa — dejaste una de tus maletas — me gritan — y qué me importa — si la dejé es porque no quiero ser un miembro integral del comité de una maleta que no acaba de partir como parten las maletas, sin prisa de perderse en la aduana, sin haber perdido la verguenza de perderse, desfachatez desnuda del ser que se va de todo sin encontrarse en nada. Adiós. Adiós. Adiós.