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– Veamos los puntos fundamentales de nuevo, profesor. -Se frotó los ojos-. Desde el principio. Estaba usted solo en la sala de proyección…

– Me había dormido, pero me desperté con los chispazos. Procedían de todas las tomas eléctricas: la consola, los interruptores… También ocurrió en los laboratorios…

– Y en la cocina, ¿lo ha visto? -Harrison se asomó por la puerta haciendo una mueca ante el olor a quemado-. El aislante de los enchufes está chamuscado, y los cables, completamente pelados… ¿Cómo ha podido suceder esto?

– Lo ha hecho Zigzag. Es algo nuevo. Ha… aprendido a extraer energía de aparatos desconectados.

Harrison se masajeaba la barbilla mientras miraba al científico. Necesitaba afeitarse. Un buen baño que le devolviera la vida, un buen descanso en una cama en condiciones. Pero aún no iba a hacer nada de eso.

– Continúe, profesor.

La avispa. Ante todo, matar esa avispa negra que te pica los pensamientos.

– A la luz de esas chispas pude ver… No sé ni cómo supe que eso era Jacqueline… Vomité. Empecé a gritar.

La puerta del comedor se abrió, interrumpiéndolos. Entró Víctor acompañado de un soldado. Venía tan sucio como los demás: con el torso desnudo, la camisa atada a la cintura y el rostro hinchado por la falta de sueño y las dos o tres bofetadas que Carter le había propinado. A Harrison le repugnaba verle: su palidez enfermiza, su ausencia de vello pectoral, sus anticuadas gafas… Todo en aquel tipo le hacía pensar en un gusano inmaduro, un renacuajo larguirucho. Por si fuera poco, se había meado en los pantalones al entrar en la sala de proyección, y aún se le notaba la mancha por toda la pernera. Harrison le sonrió, decidido a tragar también con el Señor Renacuajo.

– ¿Ha descansado, profesor? -Lopera asintió con la cabeza mientras ocupaba una silla. Harrison notó que la mujer lo miraba con preocupación. ¿Cómo era posible que ella fuese amiga de aquel esperpento? Quizá fuera buena idea matarlo delante de ella. Quizá fuera bueno que la puta lo viera morir. Guardó esa idea para sí con el fin de comentarla luego con Jurgens. Se concentró en Blanes-. ¿Por dónde íbamos? Vio los restos de la profesora Clissot y… ¿qué ocurrió después?

– Todo había vuelto a quedarse a oscuras. Pero yo ya sabía que había atacado otra vez. -Se detuvo y acentuó las palabras-. Entonces lo vi.

– ¿A quién?

– A Ric Valente.

Hubo un silencio apenas estorbado por la monotonía de la lluvia.

– ¿Cómo lo reconoció, si estaba a oscuras?

– Lo vi -repitió Blanes-. Como si resplandeciera. Estaba de pie frente a mí, en la sala de proyección, cubierto de sangre. Escapó por la puerta antes de que Carter y el profesor Lopera llegaran.

– ¿Usted también lo vio? -dijo Harrison en dirección a Víctor.

– No… -Víctor parecía grogui-. Pero en aquel momento hubiese sido difícil que me fijara en algo…

– ¿Y usted, profesora? -preguntó Harrison sin mirarla-. Creo que seguía en la sala de control, ¿no? Había tenido un desmayo… ¿Vio a Valente?

Elisa ni siquiera levantó la vista.

Harrison sintió miedo: no porque ella fuese a hacerle algo sino, al contrario, por todo lo que él tenía ganas de hacerle. Por todo lo que le haría a su debido tiempo. Le daba pánico mirar el cuerpo con el que jugaría a tantas cosas desconocidas. Tras una pausa, tomó aire y lo expulsó en forma de palabras.

– No sabe, no contesta… Bien, sea como sea, mis hombres lo encontrarán. No podrá huir de la isla, dondequiera que esté. -Retornó a su gran amigo Blanes-. ¿Cree que Valente es Zigzag?

– No me cabe ninguna duda.

– ¿Y dónde se ha metido durante estos años?

– No lo sé. Tendría que estudiarlo.

– Me gustaría saberlo, profesor. Saber cómo lo ha hecho, él o su «duplicado», «desdoblamiento» o como se llame…, cómo ha logrado eliminar a tantos de ustedes. Quiero saber el truco, ¿comprende? Un profesor de mi colegio solía responder a todas mis dudas diciendo: «No preguntes las causas, que el efecto te baste». Pero el «efecto», ahora, está en la sala de al lado, y es difícil de entender. -Aunque sonreía, Harrison puso cara de aguantar un dolor-. Es un «efecto» que te pone la piel de gallina. Uno se plantea qué clase de pensamientos debieron de pasar por la cabeza del señor Valente para hacer todo eso con un cuerpo humano… Necesito una especie de informe. A fin de cuentas, este proyecto es tan nuestro como de ustedes.

– Y yo necesitaré tiempo y calma para estudiar lo sucedido -repuso Blanes.

– Tendrá ambas cosas.

Elisa miró a Blanes, desconcertada. Habló casi por primera vez desde que había comenzado el largo interrogatorio.

– ¿Estás loco? -dijo en castellano-. ¿Vas a colaborar con ellos?

Antes de que Blanes pudiera contestar, Harrison se adelantó.

– «Estás loco» -chapurreó en castellano, en tono humorístico-. Todos estamos «locos», profesora… ¿Quién no?

Se inclinó hacia ella. Ahora sí podía mirarla, y pensaba darse ese placer: le pareció tan hermosa, tan excitante pese al olor a sudor y suciedad que despedía y a lo desordenado de su aspecto, que sintió escalofríos. Improvisó un discurso para aprovechar al máximo aquellos segundos de contemplación, adoptando la voz admonitoria de un padre frente a la hija preferida, aunque díscola:

– Pero la locura de algunos consiste en asegurarnos de que otros duermen tranquilos. Vivimos en un mundo peligroso, un mundo donde los terroristas atacan a traición, por sorpresa, sin dar la cara, como hace Zigzag… No podemos permitir que… lo sucedido esta noche sea usado por la gente equivocada.

– Usted no es la gente correcta -dijo Elisa con voz ronca, sosteniéndole la mirada.

Harrison quedó inmóvil, la boca descolgada, como en mitad de una palabra. Entonces añadió, casi con dulzura:

– Puedo no serlo, pero hay gente peor, no lo olvide…

– Quizá, pero están bajo sus órdenes.

– Elisa… -terció Blanes.

– Oh, no hay ningún problema… -Harrison se comportaba como un adulto que quisiera demostrar que jamás podría ofenderse por las palabras de un niño-. La profesora y yo mantenemos una relación… especial desde hace años… Ya nos conocemos. -Se apartó de ella y cerró los ojos. Por un instante el sonido de la lluvia en la ventana le hizo pensar en sangre derramada. Abrió los brazos-. Supongo que estarán hambrientos y cansados. Pueden comer y reposar ahora, si quieren. Mis hombres rastrearán la isla palmo a palmo. Encontraremos a Valente, si es que se encuentra en algún lugar… «encontrable». -Rió brevemente. Luego miró a Blanes como un vendedor miraría a un cliente selecto-. Si nos entrega un informe sobre lo sucedido, profesor, olvidaremos todas las faltas. Sé por qué regresaron aquí, y por qué huyeron, y lo comprendo… Eagle Group no presentará cargos contra ustedes. De hecho, no están arrestados. Intenten relajarse, den un paseo… si es que les apetece con este tiempo. Mañana llegará una delegación científica, y cuando ustedes les comenten sus conclusiones podremos irnos a casa.

– ¿Qué pasará con Carter? -preguntó Blanes antes de que Harrison saliera.

– Me temo que vamos a ser menos amables con él. -En la húmeda chaqueta color crudo de Harrison la tarjeta con el logotipo de Eagle Group lanzaba destellos-. Pero su destino final no está en mis manos. El señor Carter será acusado, entre otras cosas, de haber cobrado por un trabajo que no ha hecho…

– Intentaba protegerse, como nosotros.

– Trataré de poner algo en el otro platillo cuando lo lleven a juicio, profesor, no puedo prometerle más.