– A veces hablaban en la casamata -interrumpió Carter-. Allí sabían que ninguno de ustedes los escucharía.
– Al fin Marini creyó encontrar la explicación: el desdoblamiento procedía, en este caso, de una de las múltiples «personas» que Ric era cuando estaba dormido. Es decir, era un desdoblamiento del inconsciente de Ric. El sueño es una actividad más violenta de lo que pensamos. Reinhard Silberg opina que la idea de que «descansamos» cuando dormimos también puede ser una ilusión del paso del tiempo. Aislados en cada intervalo, nuestros cuerpos dormidos se muestran mucho más activos que durante la vigilia: movemos los ojos con rapidez, tenemos alucinaciones, nos excitamos sexualmente… Sergio dedujo que el sueño o la inconsciencia producían en el ser humano un desdoblamiento de la parte más íntima y salvaje.
– Entonces… eso es Zigzag… -murmuró Jacqueline-. El desdoblamiento del inconsciente de Ric…
Blanes sacudió la cabeza.
– No. Zigzag apareció después, la noche del primero de octubre. Fue otra clase de desdoblamiento aún más potente. No pudo ser el mismo que vieron Rosalyn, Elisa y Nadja, porque éste utilizaba solo una cantidad discreta de energía mientras que Zigzag, en cambio, quemó los generadores al aparecer. Además, su período de entrelazamiento con el presente se ha extendido a lo largo de diez años en intervalos variables, lo cual no ha sucedido en ningún otro caso… Ni siquiera sabemos si lo produjo Ric, aunque todo indica que así fue. Valente llevaba un diario riguroso que Marini recuperó. En él Ric afirmaba que, aunque Marini le había pedido que interrumpiese las pruebas con personas dormidas debido a los posibles riesgos, iba a seguir haciéndolas por su cuenta… Se mostraba entusiasmado. Deseaba averiguar más cosas sobre esos desdoblamientos agresivos. Eran algo que él había descubierto. Decía que, por primera vez en la historia, se habían obtenido pruebas de la estrecha relación existente entre la física de partículas y la psicología freudiana… No puedo juzgarle mal por mucho que lo intento… Su última anotación procede del veintinueve de septiembre, y en ella declara que se disponía a aprovechar la noche del sábado primero de octubre, cuando la tormenta estuviera en su apogeo, para producir otro desdoblamiento con una nueva imagen.
Jacqueline hizo la pregunta que había surgido en la mente de todos.
– ¿Qué imagen?
Blanes cerró los archivos y abrió otros.
– En la última entrada escribió que estaba pensando usar éstas…
Por la pantalla desfilaron ampliaciones borrosas. Elisa y Jacqueline se levantaron de los asientos casi a la vez.
– Joder… -dijo Carter.
Las fotos eran similares: en cada una aparecía una habitación con una cama y una figura acostada. Elisa se había reconocido a sí misma enseguida, y también a Nadja. Las fotografías habían sido tomadas desde algún lugar del techo, y las mostraban durmiendo en sus habitaciones de Nueva Nelson diez años atrás.
– Las luces de nuestros cuartos tenían cámaras ocultas con infrarrojos -explicó Blanes-. Ric disponía, cada noche, de imágenes de todos nosotros en tiempo real. Incluyéndole a usted, Carter.
– Eagle quería espiarnos -asintió Carter-. Estaban paranoicos con el Impacto.
Ahora todo encajaba para Elisa: comprendió que la mención que Ric había hecho sobre sus placeres solitarios durante aquella discusión no había sido una fanfarronada. Él realmente la había visto. Podía verlos a todos, de hecho.
– Pero ¿cuál de estas malditas imágenes utilizó? -Jacqueline casi gritaba. Más que preguntarle a Blanes, era como si le hablara a la pantalla.
– No lo sabemos, Jacqueline. Ric hizo el experimento por su cuenta, sin comunicárselo a Marini.
– Pero… tiene que haber… algún registro… una grabación… -Carter, súbitamente, parecía muy nervioso-. En la sala de control también había cámaras ocultas… -agregó, pero Blanes negaba con la cabeza.
– Todos los registros y grabaciones de esa noche se borraron tras el corte de luz debido a Zigzag: absorbió la energía a su alrededor y borró los datos en los circuitos. Incluso es posible que Ric usara de nuevo una imagen suya, aunque lo dudo. Creo que probó con otra. Cualquiera de éstas, pero ¿cuál?… -Volvió a pasarlas de una en una, hacia atrás.
– No, cualquiera no… -Elisa notó que le costaba esfuerzo hablar-. No pueden ser las de Nadja, Marini, Craig, Ross, Silberg ni las de los soldados…
– Tienes razón. Ellos están muertos, y un desdoblamiento no puede coexistir con la misma criatura muerta. Solo quedamos… -Blanes los miró conforme los mencionaba, en la habitación en penumbra-… Elisa, Jacqueline, Carter y yo. Y Ric, que ha desaparecido.
– Pero… eso significa… -Jacqueline estaba pálida.
Blanes asintió gravemente.
– Zigzag es uno de nosotros.
La soldado se llamaba Previn, o eso decía la placa colgada en la pechera de su uniforme. Era rubia, de ojos azules, algo corpulenta pero atractiva, aunque lo mejor que tenía era que no hablaba. En cambio, el teniente Borsello, al mando de la Sección Táctica de la base de Imnia en el mar Egeo, parapetado tras el escritorio del despacho, hablaba por los codos. Pero en algo se parecían: las miradas de ambos fingían no ver a Jurgens. La soldado mantenía los ojos bien apartados de él, y el teniente lo hacía aún mejor: dedicaba guiños fugaces a Jurgens y retornaba con rapidez a Harrison, como si quisiera dar a entender que estaba acostumbrado a ver de todo.
Harrison comprendía que fingiera que la presencia de Jurgens no importaba.
– Estoy encantado de recibirle, señor -dijo Borsello-, y me pongo a su disposición, pero no sé si he entendido bien su demanda.
– Mi demanda… -Harrison pareció darle vueltas al término-. Mi demanda es muy simple, teniente: cuatro «arcángeles», dieciséis hombres, trajes anticontaminación, todo el equipo.
– ¿Para salir cuándo?
– Esta misma noche. Dentro de ocho horas.
Borsello enarcó las cejas. No perdía la expresión de «Mira-Qué-Amable-Soy-Con-Los-Civiles», pero en aquellas cejas de pelos retorcidos Harrison leyó una negativa rotunda.
– Mucho me temo que va a ser imposible. Hay un tifón al norte de las Chagos y avanza hacia Nueva Nelson. Los «arcángeles» son helicópteros pequeños. Existe una probabilidad de más del cincuenta por ciento de que…
– Hidroaviones, entonces.
Borsello sonrió compasivamente.
– No podrían amerizar, señor. Dentro de un par de horas las olas alrededor de la isla alcanzarán los diez metros. Es completamente imposible. Somos un equipo modesto aquí en Imnia. No más de treinta hombres en mi sección. Tendremos que esperar a mañana.
De alguna manera Harrison insistía en mirar a la soldado Previn. Devolvía las sonrisas y la cortesía a Borsello, pero miraba a su subordinada. Lo que menos podía soportar, lo que nadie tenía derecho a exigirle que soportara, era aquel obstáculo de cara de luna sembrada de cráteres de acné que era el teniente Borsello.
– A primera hora podrá tener listo el equipo. Quizá al amanecer, si…
– ¿Podemos hablar a solas, teniente? -cortó Harrison.
Cejas enarcadas, más esfuerzos por no parecer sorprendido, por seguir siendo cortés. Y por no mirar a Jurgens. Pero al fin Borsello hizo un gesto y la soldado se esfumó cerrando la puerta tras de sí.
– ¿Qué quiere exactamente, señor Harrison?
Ahora que se había marchado la valquiria, Harrison se sentía más cómodo. Cerró los ojos e imaginó posibles respuestas. Quiero quitarme una avispa del interior de la cabeza. Podría contestarle eso. Cuando volvió a abrirlos, Borsello seguía allí, y también Jurgens, por fortuna. Esbozó una sonrisa de anciano cortés.