Hubo un silencio. Las miradas se dirigieron a Elisa. Le costaba esfuerzo hablar, pese a la confesión que acababa de hacer Jacqueline.
– Siempre he creído que eran fantasías -dijo con la boca seca-. Me lo imagino visitándome casi cada noche, a una hora determinada. Debo esperarle… apenas vestida. Entonces él llega y me dice cosas. Cosas horribles. Cosas que me hará, o hará, a las personas a las que quiero si no le obedezco… A mí también me aterra. Pero pensaba que… que se trataba de una fantasía íntima…
– Es lo más horrible -asintió Jacqueline-: que queríamos pensar que éramos nosotras, pero sabíamos que no era cierto.
– Tiene que haber una explicación. -Blanes se frotaba las sienes-. No me refiero a una explicación racional. La mayoría de nosotros somos físicos, y sabemos que la realidad no es necesariamente racional… Pero tiene que haber una explicación, algo que podamos probar. Una teoría. Debemos buscar una teoría para entender lo que nos ocurre…
– Existen varias posibilidades. -La voz de Silberg no parecía proceder de él. Poseía una cualidad que la asemejaba con el silencio de toda la casa y los campos nocturnos-. Vamos a descartarlas. En primer lugar: que Eagle sea la única responsable. Nos han drogado y nos han convertido en esto.
– No -negó Blanes-. Es cierto que nos ocultan información, pero ellos mismos parecen tan desorientados como nosotros.
Y atemorizados, pensó Elisa.
– El Impacto es la segunda posibilidad. Me consta que el Lago del Sol y la Mujer de Jerusalén nos produjeron cosas. Y en este punto Eagle tiene razón, sus efectos son completamente desconocidos. Quizá es el Impacto lo que nos hace estar obsesionados con… con esa figura. Quizá sea un producto de nuestro inconsciente alterado… Supongamos que Valente enloqueció y se las arregló para matar a Rosalyn y a Ross… No quiero discutir cómo lo hizo sino plantear el hecho en sí. Y suponed que ahora le ocurre lo mismo a otro de nosotros. Podría ser uno de los que estamos en esta habitación, o bien Sergio… Suponed, por increíble que parezca, que uno de nosotros sea… el responsable de las muertes de Colin y Nadja.
La idea de Silberg había sembrado la inquietud.
– En todo caso -observó Blanes-, el Impacto podría explicar la semejanza entre nuestras visiones y el cambio operado en nuestra vida… ¿Hay alguna otra posibilidad?
– La última -asintió Silberg-: un misterio, como la fe. Lo incomprensible. La incógnita de la ecuación.
– En matemáticas se suelen despejar incógnitas -dijo Blanes-. Tendremos que despejar ésta si queremos sobrevivir…
La voz de Jacqueline atrajo de nuevo toda la atención.
– Os aseguro una cosa: sea lo que sea, estoy segura de que es un mal consciente y real. Algo perverso. Y nos acecha.
VII LA HUIDA
A veces para huir se necesita mucho valor.
MARY EDGEWORTH
25
Madrid,
12 de marzo de 2015,
1.30 h
– Eso fue todo -dijo Elisa-. La reunión finalizó, y decidimos que cuando sucediera algo, David o Reinhard llamarían a los demás y dirían una clave que nos confirmara sin lugar a dudas que debíamos reunirnos de nuevo aquí y que el lugar sería seguro. Elegimos la palabra «Zigzag», como el nombre del proyecto. La reunión sería a las doce y media la misma noche de la llamada. Mientras tanto, David y Reinhard intentarían averiguar más cosas y Jacqueline y yo esperaríamos. Eso fue lo que hicimos, o al menos lo que hice yo: esperar.
Se pasó una mano por el ondulado pelo negro y respiró hondo. Ya había contado lo peor y se sentía más tranquila.
– Por supuesto, no fue una vida fácil. Sabíamos que no podíamos confiar en las entrevistas médicas de Eagle, pero por suerte empezaron a hacerse cada vez más esporádicas. Nos dejaban en paz, como si no les importáramos. De vez en cuando yo recibía mensajes de David en forma de libros de texto con notas ocultas en la encuadernación. Él las llamaba «conclusiones». Eran noticias escuetas sobre si la investigación avanzaba o no… Pero nunca supe qué clase de investigación llevaba a cabo. Supongo que nos lo explicará ahora… -Miró a Blanes, que asintió-. Pasó el tiempo, procuré seguir viviendo. Los sueños, las pesadillas, estaban ahí, pero David insistía en que debíamos comportarnos como si no supiéramos nada… Creo que he soportado estos últimos años porque a veces tenía la esperanza de que todo acabara pronto… Compré un cuchillo, no para atacar ni defenderme, ahora lo sé, sino para evitar sufrir cuando me llegara el turno… Pero al cabo de los años terminé creyendo que estaba a salvo, que lo peor había pasado… -Ahogó un sollozo-. Y hoy por la mañana, mientras daba clase, leí lo de Marini en el periódico. Estuve esperando la llamada todo el día. Al fin sonó el teléfono y escuché a David decir: «Zigzag». Supe entonces que todo había empezado otra vez. Eso es todo, Víctor. Al menos todo lo que yo sé.
Hizo una pausa, pero fue como si continuara hablando. Nadie se movió ni intervino. Los cuatro seguían sentados a la mesa, alrededor de la luz del flexo. Elisa volvió la cabeza hacia Blanes, luego hacia Jacqueline Clissot.
– Ahora me gustaría saber quién de vosotros nos ha traicionado -dijo en otro tono.
Blanes y Jacqueline intercambiaron una mirada.
– Nadie traicionó a nadie, Elisa -dijo Blanes-. Eagle se enteró de la reunión, y punto.
– No es eso lo que dice Harrison.
– Miente.
¿O mientes tú? Sin dejar de mirar a su antiguo profesor, Elisa se despejó el cabello de la cara y se secó las lágrimas que habían fluido mientras revivía aquellos recuerdos. Confiaba en que Blanes no hubiese sido tan estúpido. De cualquier forma, ya no tiene remedio.
Blanes tomó la palabra con cierto apresuramiento.
– Lo más importante ahora es poneros al corriente de lo que sabemos. Reinhard y yo nos hemos enterado de varias cosas: proceden de informes confidenciales que han sido filtrados, datos secretos pero verificables…
– Nos están escuchando, David -advirtió Elisa.
– Ya lo sé, y no importa: no son ellos quienes más me preocupan. Voy a contaros lo que ignoráis. No quisimos deciros nada hasta no tener pruebas, y ni siquiera tenemos muchas aún, pero la muerte de Sergio lo ha precipitado todo. Sobre esa muerte solo poseemos noticias dispersas, aunque creo que no difiere del resto. Empecemos por ti, Jacqueline. -Hizo un gesto hacia la paleontóloga-. A Jacqueline le lavaron el cerebro por primera vez al salir de Nueva Nelson. Estuvo un mes en la base de Eagle en el Egeo, donde se dedicaron a despojarla de los recuerdos mediante drogas e hipnosis. Pero tras su segunda… ¿Cómo las llaman…? «Reintegración»… Tras su segunda reintegración, en 2012, empezó a recordar.
– Para mi desgracia -repuso Clissot.
– No, no para tu desgracia -corrigió Blanes-. La mentira te hubiera hecho más daño. -Se volvió hacia los demás-. Al principio Jacqueline veía imágenes dispersas, fragmentadas… Luego, cuando le enviamos los primeros informes de las autopsias, recordó cosas concretas. Por ejemplo, los hallazgos en el cadáver de Rosalyn Reiter. ¿Por qué no nos hablas de eso, Jacqueline?
Clissot apoyaba los codos en la mesa y juntaba las yemas de los dedos contemplándose las manos bajo la luz del flexo como si se tratase de una frágil obra de arte. Entonces hizo algo que a Elisa, de alguna manera, le provocó escalofríos: sonrió. Estuvo sonriendo todo el tiempo que duró su intervención, con una tensa y desagradable mueca.
– Bien, yo no disponía en la isla de los medios necesarios para realizar una autopsia, pero, en efecto, encontré… cosas. Al principio, lo esperable: eritemas intensos y escaras debido a la ley de Joule, ya sabéis, el intenso calor producido por el paso de una corriente eléctrica… En la mano derecha tenía la marca de los cables, había metalizaciones y precipitados en la piel… Todo eso era lo normal ante una descarga de quinientos voltios. Pero bajo las quemaduras hallé destrozos no achacables a la electricidad: mutilaciones, áreas del cuerpo que habían sido cortadas o arrancadas… Y había detalles aún más raros en el estado de conservación del cadáver… Quise comentárselo a Carter, y entonces vino la explosión. Me sorprendió regresando a los barracones, de modo que no sufrí ningún daño. Incluso colaboré en la evacuación del resto del equipo.
– Sigue -la invitó Blanes.
– Antes de marcharnos, Carter me pidió que le echara un vistazo a… a lo que había en la despensa. Soy antropóloga forense, pero al ver aquello perdí la noción de mí misma. Fue como si un velo me nublara. Así estuve hasta que los informes de David me hicieron recordar. -Jacqueline dibujaba círculos sobre la mesa mientras sonreía. Parecía divertirle la conversación-. Por ejemplo: vi la mitad de una cara en el suelo, creo que era la de Cheryl, y la habían seccionado a trozos, capa a capa, como si… como si fueran las páginas despegadas de un libro. Jamás había visto eso en mi vida, ni sé qué clase de cosa pudo hacerlo. Desde luego, no un cuchillo ni un hacha. ¿Ric Valente? No… No sé quién pudo hacer eso… ni quién arrancó sus vísceras y empapó con sangre las cuatro paredes, el suelo y el techo por completo, como una decoración… No sé quién lo hizo, ni cómo… pero, desde luego, no era alguien cualquiera… -Guardó silencio.