– ¿Quieres hablar con Nina?
– Te aconsejo que no te hagas el imbécil -gruñó-. No me conoces…
– Mira, aquí no hay más que tres personas y hace días que no salgo, ¿entiendes?, así que estoy medio reventado. Me gustaría que fueras a hacer tu numerito a otro lado.
– Ja, ja -soltó-. Como escritor te situaba entre los mejores, pero me doy cuenta de que no vales nada como ser humano.
– Alguna vez yo mismo me he hecho esa reflexión. No metas el dedo en la llaga.
– Mierda ya, deja de hacer el cerdo.
– Si quieres hablar con Cecilia, tienes que entender que no está aquí. Y yo no estoy al corriente de nada. Es muy posible que como individuo no valga nada, pero no te estoy mintiendo.
– No digas más tonterías, sé que tenéis un rollo tú y ella.
– Ya no -le dije-. Y no te miento.
– Claro, y yo qué sé -lanzó.
– ¿Cómo tú qué sabes?
– Claro, yo qué sé, a lo mejor está a tu lado y te está sosteniendo el auricular, ¿eh? ¡Yo qué sé!
– Te comprendo.
– ¡¡CECILIA, SI ME ESTÁS OYENDO, DEJA A ESE CERDO!! ¡¡TENGO QUE HABLAR CONTIGO!! ¡¡¡DEJA A ESE CERDO!!!
Tuve la impresión de que me hundía una estaca en la oreja, una estaca con corteza y todo.
– Escúchame con atención -le dije-. Tu cerebro está tan arrugado que se te debe de haber salido por el agujero del culo. Llámame cuando quieras, pero antes aclara todo ese lío.
Colgué y le dirigí una sonrisa a Yan.
– Cecilia ha vuelto a escaparse -comenté-. A mí, esa chica me divierte, es todo un número. No afloja ni un pelo y los tipos caen como moscas a su paso.
– ¿Y cómo quieres pasar por esta vida sin quebrarte al menos una vez?
Le lancé una mirada a Nina, que dormía apenas a unos metros de allí. Le lancé una mirada llena de dulzura.
– Sí -murmuré-. Fíjate, si encontrara una chica que fuera una mezcla de las dos, creo que quedaría a punto para el asilo. Pero la verdad es que me gusta pensar, y siempre hay que guardar en el fondo del corazón el sentimiento de lo Inaccesible.
Yan se levantó asintiendo vagamente con la cabeza y se plantó frente a la ventana.
– El día se levanta, tengo ganas de ir a ver cómo va la cosa -dijo.
– Si quieres un buen consejo, quédate emboscado hasta que todo se calme.
– Tú te lo tomas a risa, pero yo estoy realmente hasta las narices.
– Me pongo en tu lugar.
– Voy a ir. Espero que se hayan tranquilizado.
Lo acompañé afuera, hasta su coche, y seguimos charlando en la acera. Casi era de día y yo me había sentado en un guardabarros del «Mercedes». Me fumé un cigarrillo al amanecer, en esa calle silenciosa y triste, mientras Yan estaba sumergido bajo el capó.
– Está perdiendo aceite -dijo.
– No entiendo nada de esas cosas -comenté.
En el preciso momento en que se marchaba, se metió una mano en el bolsillo y me tendió un trozo de papel.
– Vaya, me había olvidado totalmente -dijo-. Yo sí tengo noticias de Cecilia, la vi ayer. Me dio esta nota para ti.
– ¿Y quieres hacerme creer que no lo has recordado hasta ahora?
– Bueno, no sabía si te la iba a dar. Esa chica es una fuente de líos.
– No más que cualquier otra, viejo. No más que cualquier otra, te lo aseguro…
Arrancó mandándome un beso con la punta de los dedos y me encontré solo con mi papelito plegado en cuatro. Hacía una temperatura realmente agradable y me sentía libre de preocupaciones. Abrí la nota tranquilamente, el silencio de aquella calle me daba ganas de reír. El mensaje decía: «Me gustaría verte. Si ves una solución, llámame.» Seguía un número de teléfono y su firma. Sonreí. Dios sabe que me había pasado buenos ratos con ella, sí, muy buenos ratos. Cecilia tenía predilección por hacerlo sentada o inclinada sobre el lavabo, con las piernas separadas… y yo seguí sonriendo. Cuando estaba a punto de correrse su sexo empezaba a funcionar como una bomba, y sólo de pensarlo tuve que respirar a fondo. Es formidable eso de tener una chica que siempre está de acuerdo en pegar un polvo, hace que mantengas el buen humor. Pero también tenía algo más, tenía conciencia de poseer una mente, y por eso no la había olvidado.
Arrugué el papel y lo arrojé al asfalto. Mierda, pensé, ¿qué tipo de solución debe pretender que yo encuentre?, ¿a qué insensata trampa quiere precipitarme? Mi novela avanzaba realmente bien desde hacía un tiempo y eso hacía que me volviera cobarde. Sólo un tipo que ya ha escrito un libro puede entenderlo. Uno llega a luchar contra la angustia de la muerte, pero le es imposible hacer frente a una escena casera. El menor grito me habría aniquilado. Expulsé algunos buenos recuerdos como bragas minúsculas. Había roto la mitad o así cuando ella me asió la mano, se la metió entre las piernas y se excitó. Cuando puede, un buen escritor tiene que anteponer su trabajo al sexo; todos los editores están de acuerdo en este punto.
En cualquier caso, volví a entrar con un deje de amargura en el corazón. Me estiré en la cama, al lado de Nina, y me coloqué un cigarrillo en los labios. Sólo había una lamparita encendida encima de mi máquina. Y mi taburete estaba vacío. Normalmente, ahí gesticulaba un tipo. Y reí. Y gemía. Me quedé emboscado en la sombra, pasando revista a imágenes sexuales. Tenía la cabeza repleta de imágenes sexuales. No desperté a Nina para ponerlas en práctica, sólo era un pequeño ejercicio cerebral, algo con que tener una pequeña erección a la espera de la salida del sol. Tracé una cruz sobre Cecilia antes de dormirme. Ya he dejado de contar los sacrificios que he tenido que hacer para convertirme en el escritor más retorcido de mi generación.
16
Una mañana, Nina me despertó saltando encima de la cama con un periódico abierto. Debí de haberme acostado muy tarde otra vez, me apoyé en un codo y traté de orientarme.
– ¿Eh…? ¿Qué te pasa?
– Mira -me dijo-, mira esto. Hay un artículo sobre ti con una foto de Nicholson. ¡Aaahh, adoro a ese hombre!
Cogí el periódico y me senté en la cama. Nicholson ponía cara de malo y empuñaba un arma. Era una foto sacada de la película, con eso ilustraban el artículo. Lo leí mientras Nina ponía su cabeza sobre mis piernas, y a continuación mandé el periódico a paseo por encima de mi hombro.
– La chica que lo ha escrito no es demasiado amable contigo, ¿verdad?
– No le guardo rencor. He notado enseguida que tiene problemas con su estilo. No me gusta golpear a un adversario cuando ya está caído.
Nina cogió mi aparato en el hueco de su mano y yo me estiré. Tenía ganas de dejarme hacer, de que me pegara un polvo, de que se me subiera encima, de que me aplastara con sus pechos y de que hundiera su lengua en mi boca, pero precisamente en aquel momento, desde la calle, llegó un ruido horroroso, un ruido de chapa golpeada. A continuación, el estallido de un vidrio roto. Luego, nuevamente los golpes contra la chapa. Tuve el presentimiento de que todo aquel jaleo tenía una relación directa conmigo. Así que joder dejó de interesarme por completo, pasé por encima de Nina y me precipité hacia la ventana que daba a la calle.
Puta mierda, dije, y me vestí rápidamente.
– Bueno, a ver, ¿qué pasa? -preguntó Nina.
– Es Marc. Está al otro lado de la calle. ¡Se está cargando mi coche con una barra de hierro!
Se levantó para ver qué ocurría, pero yo ya había salido. Iba descalzo, atravesé el jardín abrochándome los tejanos; oía los golpes que llovían sobre mi coche y me hacían daño. Marc estaba en la acera de enfrente y acompañaba cada uno de sus golpes con un gran grito.
– ¡¡PARA YA!! -vociferé- ¡¡VAMOS A HABLAR, PARA YA!!
Salté por encima del maletero de un coche aparcado y corrí directamente hacia él. Hacía muy buen día, el sol me daba directamente en los ojos, y él tenía aquella barra de hierro en las manos. No sé por qué él corrió hacia el otro lado, pero nos encontramos separados por mi coche. Nos miramos. Él estaba totalmente pálido y parecía haber llegado al límite de sus fuerzas. Como que yo no decía nada, golpeó una vez más el capó mientras lanzaba un gemido. Hacía muy buen tiempo, yo oía el ruido de la pintura al desconcharse; mi coche estaba ahora completamente jodido, irreconocible, y yo me estremecía suavemente.