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Después de una discusión encarnizada, nos pusimos de acuerdo. Le di todo mi dinero. Era una locura, claro, pero vivía un momento delicioso, nunca me había hecho un regalo así. A menudo había estado a cero en mi cuenta bancaria, incluso he pasado un poco de hambre en ocasiones, y muchas veces he estado a punto de que me faltaran los cigarrillos, y todo eso me convertía en un experto en cuestión de regalos; podía establecer grados de placer. Con un cupé «Jaguar XK 140», el termómetro pasaba a la temperatura del napalm. Era una locura, ¿pero quién puede resistirse a la locura?

– Me hubiera gustado que la viera usted cuando movía el retrovisor para retocarse el maquillaje de los labios -añadió.

Mecánicamente, toqué el retrovisor para comprobar que la tía aquella no se lo había cargado. Inmediatamente cerramos el trato; nos instalamos en su despacho para arreglar los detalles y el sol inundaba la habitación. Qué día tan hermoso hacía, qué sensación tan agradable la de torpedearse uno mismo, la de adelantar el pie que te va a hacer caer al vacío. Yo sabía perfectamente que un tipo sin dinero es como una hoja muerta. Creo que siento una atracción mórbida por la inseguridad.

Iba a marcharme cuando el individuo me hizo una propuesta:

– Si me promete que jamás pasará por delante de mi tienda al volante de este coche, le lleno el depósito de gasolina. Necesito olvidar.

– Por ese precio, no volverá a verme en su vida -le contesté.

Di una vuelta con el coche y regresé a casa. Sentí un desagradable estremecimiento al ver mi antiguo coche, y preferí aparcar un poco más lejos. Bajé mirando a mi alrededor, pero la calle estaba desierta, el majara no andaba por los alrededores. La casa también estaba vacía. Me di una ducha fría. Hacía calor, puse música. Era una de esas tardes de verano en que la luz animal del sol machaca las paredes. No encontré nada excitante en la nevera aparte la cereza fresca, pero ni siquiera estaba seguro de tener apetito. No tenía ganas de hacer gran cosa, sólo sentía la llamada de la puta novela. Había entrado en la recta final después de trescientas páginas errabundas y era el momento en que las cosas se complicaban para mí, sabía que ya no tendría un segundo de tranquilidad. Había algo que en cierta manera era espantoso, pero yo sabía que iba a ser así hasta el fin, hasta el último coro. No cuento ya mis penas como escritor, y sería finalmente rico si me pagaran las horas extra.

Hasta la puesta de sol estuve corrigiendo una docena de párrafos, fumando y tomándome unas cuantas cervezas en un silencio total. Me levanté una vez para comprobar que el coche seguía en a sitio, EN PERFECTO ESTADO; elevé el volumen de la música antes de sentarme de nuevo y encendí la lámpara de mi mesa. Me puse a trabajar mientras los demás salían, se divertían y hacían el amor, y yo no tenía la menor oportunidad de lograr nunca algo semejante. Era todo un fastidio y, siguiendo mi pensamiento, pensé qué coño haría Nina, por qué no estaba en casa. Garabateé un pequeño poema devastador sobre los inconvenientes que tiene eso de vivir con una mujer, pero no pude solucionar el problema.

Hacia las once no había vuelto aún, y difícilmente podía concentrarme en otra cosa. Era incapaz de trabajar. Siempre es una lata que una mujer te invada el alma, creo que le tengo horror a una cosa así. A menudo es a causa de una chica que soy incapaz de borrar mi mente, y porque existen todas esas chicas no tengo fuerza suficiente para retirarme a un pequeño monasterio zen y pasar a las cosas serias. Pero no importa, trataré de encontrar mi camino en el país de las rubias platino y de las morenas salvajes; no intentaré escapar, necesito esas chispas retorcidas que te atan a una mujer, y siempre me pregunto quién va a devorar al otro, cuál de los dos tiene más ganas. Pero apenas vuelvo a levantarme sigo buscando dónde se encuentra la causa del inicio. Me pregunto cómo un tipo puede elegir el sufrimiento frente a la paz interior, y lamento no ser un individuo elevado; me pregunto si el resultado estará a la altura de mis esfuerzos, me pregunto si podré hacerro con un pedacito de paraíso.

Me obligué a escribir. Era tan malo lo que hice que la moral me cayó a los pies. A veces me pregunto si no habrá sido un tarado que escribió eso en lugar mío. Es un momento siniestro aquel en que te encuentras solo en una habitación, a medianoche, y te das cuenta de que has escrito eso, de que aquello que no vale nada ha salido con toda naturalidad de tu cerebro. ¿Por qué a veces ocurre que un hombre no vale nada de nada? ¿Por qué la Naturaleza hace cosas tan monstruosas? ¿Por qué la locura está siempre tan cercana a nosotros? ¿Por qué, eh, por qué?

No pensé en suicidarme, y fui a comerme una naranja a la cocina. La noche era verdaderamente negra y no se veía nada por el lado de la playa, nada que no fuera un agujero negro y estremecedor. ¿Qué puede hacer cuando empieza la noche un tipo solo y sin dinero, sin inspiración, sin ningún deseo? ¿Qué he podido hacer para merecer esto?

Fui hasta el coche, jugué un poco con los botones y regresé. No e sentía mejor. Si ella hubiera estado ahí, silenciosa y viva a mi espalda, no me habría sentido tan mal. Cualquiera en mi lugar se habría preguntado qué cono estaba haciendo ella, cualquiera habría necesitado un poco de calor. Lo que fastidia de los demás es que tienen una vida propia, sus propios problemas y su manido instinto de conservación.

Lavé unas cuantas cosas para refrescarme las ideas; le lavé tres bragas, una de ellas con manchas de sangre, y tuve que restregar como un condenado. Luego me lié un canuto y fui a tender las bragas al cuarto de baño, con el porro entre los labios. Me sentía nervioso. Ella no estaba, pero todas sus cosas estaban ahí, sus camisetas, sus frascos, sus toallas, como si se hubiera hecho invisible, como si realmente me tomara por un gilipollas, y además todo aquello ya empezaba a joderme, chic, chac, grandes gotas caían de las bragas y explotaban entre mis pies. Estiré el cordel y se rompió en dos, las bragas chocaron contra la pared y fueron a dar al fondo de la bañera, con lo que volvió el silencio. Me quedé allí plantado durante un segundo, había un airecillo fresco bastante agradable. Me pregunté de dónde vendría, y claro, venía del vidrio que una chica se había cargado, porque las chicas hacen cosas así, como cargarse un vidrio, como invadirte el cuarto de baño, como largarse cuando las necesitas. Una chica puede agarrar la vida de uno y retorcerla en todos sentidos, una chica es capaz de clavarte en la Cruz y a continuación cortarte en mil pedazos. Me sentía excitado, seguramente había luna llena o bien era una de esas noches en las lúe el escritor queda hecho caldo y en las que me encuentro solo Aperando un milagro, en el silencio y el aburrimiento y la amarara y el hambre. Solo y completamente reventado.

Pero la verdad es que Nina no tenía nada que ver, ni Cecilia, ni ninguna de las demás. De hecho estaba aniquilado, no servía para ada, no tenía fuerzas, había sido incapaz de alinear ni siquiera una frase en toda la tarde, o en cualquier caso había escrito como hac cien años, frases con cara de momias. ¿Qué podía hacer con eso ¿Cómo iba a encender fuego con papel húmedo? ¿Cómo salvar a un tipo que va a ahogarse cuando te agarras a él? Y además, a lo me. jor también era una nulidad en la cama, ¿por qué no?, y una nulj. dad como tipo, una nulidad como amigo, una nulidad en todos los campos de mi existencia, una nulidad hasta en los menores deta-lies, una nulidad igual que aquel gilipollas que se había peleado con tres bragas en el cuarto de baño y que había ganado por abandono.

No tuve que realizar ningún esfuerzo para encontrarme en una atmósfera siniestra. Me tomé algunas cervezas y me sumergí en la negrura de mi alma durante un buen rato, desplomado en el sillón y reluciente de sudor. El calor había caído de golpe, pero yo no tenía ni la menor intención de moverme. No había nada que hacer.

Cuando oí que la llave giraba en la cerradura, le eché una mirada al despertador. Las tres y media de la madrugada. Estaba un poco borracho, pero tuve los reflejos suficientes para apagar la lámpara antes de que se abriera la puerta. Me incorporé en el sillón. Apenas se veía nada, pero igualmente pude observarla en la oscuridad, estuvo a punto de tirar una silla y se detuvo. Debía de creer que yo estaba durmiendo, adiviné el vistazo que le echó a la cama, pero estaba demasiado oscuro y a continuación se dirigió al cuarto de baño. Encendió la luz y era como estar en el cine; la veía perfectamente bien, de espaldas, inclinada sobre el lavabo y mirándose al espejo. No me levanté inmediatamente, me encanta mirar a la gente a escondidas, sobre todo cuando se trata de una chica hermosa con una pequeña falda roja y con el culo echado hacia atrás, sobre todo en una noche cálida y húmeda, después de diez o doce horas de espera.