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– Y yo que creía que se me había fastidiado la noche… A tu salud.

Asentí con la cabeza. De nuevo empezaba a sentir cierto cansancio, el brazo me dolía y fui al cuarto de baño mientras ella volvía a poner en marcha su cuerpo. Se ha levantado en bloque, pensé suspirando.

Encontré una venda y pomada. Mientras me hacía la cura, la música hizo temblar las paredes, la tía debía de haber encontrado el botón del volumen y yo me preguntaba cómo iba a apañármelas, sobre todo para que se aguantara el puto vendaje. Le corté la inspiración para pedirle que me ayudara. Lo hizo rápidamente. Luego recuperó su marcha infernal y yo pensé bueno, o espero a que se canse o hago saltar los fusibles. Me senté en los almohadones a la altura adecuada, y bebí mi copa a sorbos breves. Ella llevaba aquella minifalda y una blusa a rayas que se le pegaba a la piel y yo la miraba sin pensar demasiado. Al cabo de un momento entendí lo que había querido decirme a proposito de bailar, sentí hasta qué punto le gustaba y me dije mierda, esta chica casi es guapa, le gusta algo. Me levanté y traje la botella de la cocina. Cuando paró la música, la chica se deslizó hasta el suelo, sentada en sus talones, y desparramó los discos a su alrededor.

– Que bárbaro… -dijo-. ¡Está lleno de cosas que no conozco!

– ¿Qué tal si respiráramos un poco? -propuse.

No me contestó, hizo como si no me hubiera oído y yo adelanté una mano hacia su muslo; era arriesgado, pero a veces el cansancio te hace ser audaz. Sin embargo, la chica sacó un disco con dos dedos y como si no pasara nada se inclinó sobre el tocadiscos. La dejé hacer, me parecía que el precio no era excesivamente alto, tenía la piel suave y muy blanca y yo sentía que la cosa iba a estar bien. Me desplacé lentamente para acariciarle las nalgas y tuve la opresión de caer en el vacío cuando encontré el elástico de sus bragas. Tardé un cuarto de segundo en reconocer la cara dos de Grasshoppery me pregunté si ella lo habría hecho a propósito porque estaba tan bien elegido y era tan perfecto para nosotros dos… Empecé a reptar por la alfombra; iba ganando terreno y no sé qué le pasó, ni siquiera había deslizado un dedo entre sus pelos y ella sonreía mirando el techo, pero de improviso salió disparada como una flecha y la encontré de pie.

– ¿Lo oyes? -exclamó-. ¡¿LO ESTÁS OYENDO?! No puedo desperdiciarlo. ¡Hey!, es realmente BUENO.

Volvió a dar saltos con sus pies y a gesticular por encima de mi cabeza. En aquel momento tenía que haberlo comprendido, pero no hice comentarios. Regresé a mi puesto junto la pared, tomé un trago y chasqueé los dedos intensamente; en ese disco hay pasajes que te hacen lanzar gemidos de placer y estábamos totalmente metidos en su música.

Hice un segundo intento un poco después. Estábamos en la cocina porque ella había decidido hacer crepés. Vas a ver, decía, vas a verlo, son mi especialidad; y me senté en una silla mientras ella mandaba a paseo todas mis ollas y tiraba el azúcar en polvo. Se puso de puntillas para alcanzar no sé qué y mi mano se colocó inmediatamente entre sus piernas. Permaneció sin moverse, con los muslos ligeramente abiertos, lo suficiente como para que pasaran mis dedos.

Al cabo de un minuto, retiró mi mano.

– Necesito un medidor -dijo.

– ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no funciona? -pregunté.

– Nada, ¿pero no quieres comer crepés?

– No, las crepés pueden esperar.

Me dedicó una sonrisa interrogativa. El silencio se hacía pesado. Me levanté, la tomé del brazo y la conduje hasta la cama. Ella le seguía sonriendo al techo. Le arremangué la minifalda, le bajé las bragas y ella se dejó hacer mientras le besaba el interior de los muslos. Ya casi lo tenía, me estiré para seguir y ella sólo separó las piernas para que yo pudiera pasar la cabeza.

Algunas chicas tardan en llegar, algunas son frías como estatuas y otras han hecho promesas insensatas; algunas te hacen sufrir los tormentos del infierno antes de cerrar los ojos y otras prefieren a las mujeres o a los tipos un poco maduros. Me pregunté a cuál de esas categorías pertenecería aquella chica. Me sequé la boca y me apoyé en un codo para mirarla.

En un segundo pasó las piernas por encima de mi cabeza y se levantó riendo. Detrás de las cortinas el día empezaba, le di un porrazo al interrumptor y la penumbra me sentó bien. Puso música antes de venir a sentarse en el borde de la cama.

– Lo siento -dijo.

No le contesté. Sólo a mí me pasaban cosas así. Había empezado el día encontrándome una chica en mi cama y no me la había tirado. Luego le saqué brillo a otra chica en su cuarto de baño y tampoco me la tiré. Finalmente, había levantado a otra chica en la calle, la había llevado a mi casa y otra vez no hubo caso de tirármela. A veces me parecía que la vida era realmente fatigante, y era como para preguntarse si no se divertía arrastrándome por un lecho de brasas. Bostecé mirando su espalda en la oscuridad, pero la cosa no tenía importancia. Era como si estuviera sola. Estaba tan acostumbrado a oír música en la oscuridad, con un porro, con algunas cervezas o con fiebre… o a lo mejor simplemente estaba soñando y me deslizaba por una pequeña pesadilla con el aparato; tieso. Ella se volvió hacia mí y sólo vi su silueta, era como en la tele cuando los tipos no quieren ser reconocidos.

– No me gusta, no puedo remediarlo -continuó-. Mejor dicho, nunca siento nada. Me pone nerviosa…

– No importa -le dije-. No es grave.

– Mejor que me vaya, ¿no? -propuso.

– Como prefieras -le dije-. No me molestas, pero voy a acostarme. Si quieres, puedes quedarte oyendo música, no me molesta.

– ¿En serio?

– De verdad. Lo único que tienes que hacer es cerrar la puerta cuando salgas.

Luego dejé de ocuparme de ella. Me desnudé y me metí en la cama con la cara vuelta hacia la pared. Noté que había bajado el volumen y la oía elegir discos. Era una presencia silenciosa y agradable, me subí la sábana hasta los hombros y esperé a que me venciera el sueño.

Más tarde, me volví lentamente. Seguía habiendo música. Aparenté dormir, abrí un poco los ojos y la miré, bailaba sólo para sí misma, sólo por el placer que sentía. Parecía tocada por la gracia. Era algo formidable de ver. Todas las mierdas que te pasan en la vida quedan barridas por una cosa así.

3

Al día siguiente me desperté poco antes de mediodía. La chica se había ido. Me levanté y fui hacia mi café como una babosa ciega; luego me sentí mejor. Me palpé el vendaje con el rictus del costumbre; me dolía pero seguramente no tenía nada roto; había! faltado un pelo, y eso me llamaba al orden. De paso me pregunté si era el precio de algo o si era más bien un pago adelantado, siempre! lo pienso cuando me pasa alguna mierda incomprensible, y sigo sin saber si es posible pagar adelantos sobre el dolor. El sol estaba instalado en la habitación. Debíamos de estar por los treinta y cinco, la temperatura en la que el silencio empieza a derretirse sobre tu cabeza. Salí al exterior envuelto en una toalla con tonos que iban del rojo al azul. Hacía un calor increíble pero agradable. Fui directamente al buzón del correo y recogí mi correspondencia.

Me quedé bronceándome durante treinta segundos, abanicándome con el cheque que acababan de mandarme los de la beca. Si reconocer cuando un día empieza bien, así que volví a entrar coa una sonrisa en los labios.

Me tomé una cerveza para darme tiempo a pensar en cómo organizaría el día. ¿Iba a trabajar o a estirarme un poco, con música y lo necesario para fumar al alcance de la mano, en la sombra, sin moverme? Quizá sería mejor que trabajara; sí, quizá mejor empezar ya no sé. Cuando te has dado la espalda con alguien, la libertad puede convertirse en una fuente de aburrimiento, y había veces en que nada me llamaba realmente la atención, en que podía mirarme las manos durante horas enteras, comer bocadillos sin tener apetito o irme a pasear en coche.