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La imagen de Kelly con el cuerpo brillante de agua jabonosa y perfumada casi lo hizo gemir. Se había comportado de forma desinhibida y dulce, no se parecía a ninguna otra mujer de su pasado.

Lo último que quería en el mundo era hacer daño a Kelly, así que se alegraba de que hubieran hablado y reafirmado las normas básicas. Había insistido en que solo lo estaban pasando bien mientras ampliaba sus conocimientos sobre el arte de la seducción. Le había asegurado que no era tan boba como para enamorarse.

No notó la presencia de Kelly hasta que puso una taza de café caliente sobre el escritorio.

– Hola -murmuró, alzando la vista. Iba a sentarla sobre su regazo cuando ella le lanzó una mirada de advertencia.

– Buenos días, Brandon -le saludó con voz alta e hizo un gesto con la cabeza. Un segundo después entraba el encargado de los conserjes-. Serge tiene un tema urgente que comentarte.

– ¿Tienes un minuto, Brandon? -Serge se acercó al escritorio-. Ha surgido un problema con la nueva tour operadora.

– Claro. ¿En qué puedo ayudarte?

Kelly echó agua en la cafetera y contuvo un bostezo. No era extraño que estuviera cansada. Además de ocuparse de la organización general y las emergencias de último minuto, había pasado toda la noche haciendo el amor con Brandon. Apenas había dormido y tenía dolores en puntos del cuerpo nada habituales. Pero no se quejaba, en absoluto.

Seguía costándole creer que Brandon hubiera aparecido en su habitación. Y más aún que después hubieran compartido varias horas de sexo espectacular.

Pero esa mañana, mientras se vestía, había empezado a preocuparse por cómo reaccionaría Brandon al verla en la oficina. A pesar de haber pactado en contra de remordimientos y vergüenza, tal vez había sido un terrible error acostarse con él.

O tal vez no. Al fin y al cabo, solo era sexo. No había emociones de por medio. Estaba teniendo una aventura con un hombre por el que millones de mujeres matarían. Sin presión.

De tanto dar vueltas al asunto y preguntarse en qué había estado pensando para acostarse con él, llegó a la oficina con un ataque de ansiedad.

Sin embargo, Brandon le había sonreído al verla, y extendido el brazo hacia ella. Eso la convenció de que había merecido la pena.

Tendría que haber sabido que Brandon lo haría bien. Además de ser alto, guapo, cautivador y sexy, su vida había sido maravillosa desde que fue adoptado por Sally Duke cuando tenía ocho años.

Una vez Sally le había hecho a Kelly un resumen de la vida de Brandon, empezando con su época de estudiante de matrícula de honor en el instituto y jugador de fútbol en la universidad. Después, tras jugar profesionalmente varios años, se había convertido en comentarista deportivo de la cadena televisiva más importante del país. Pero se había cansado de la fama y se había unido al equipo de desarrollo hotelero e inmobiliario de sus hermanos hacía unos años.

Sally también le había confiado que atraía a las mujeres como moscas. Kelly ya lo sabía, pues llevaba cuatro años siendo la guardiana de las llaves del recinto. En otras palabras, se encargaba de filtrar las llamadas y visitas de todas las mujeres que querían hablar con Brandon.

Ni en sueños había pensado que acabaría siendo una de ellas. La idea no le gustaba nada.

– No soy una de esas mujeres -se dijo, recordando la conversación de la noche anterior-. Tenemos un acuerdo. Es algo temporal.

Por fin entendía por qué todas esas mujeres parecían tener estrellitas en los ojos. Brandon también había conseguido que los suyos chispearan. Sonriente, recogió el correo y empezó a abrir sobres y clasificar cartas. Al darse cuenta de que estaba tarareando y desafinaba, soltó una risita. Luego se quedó paralizada.

– ¿A qué ha venido eso? ¿Qué me pasa? -Kelly no era mujer de risitas.

Se preguntó si tendría algún virus. Se tocó la frente para ver si tenía fiebre, pero estaba fresca y seca. Solo tenía una respuesta: se sentía… ¿feliz?

Feliz era una palabra adecuada para describir cómo se sentía. Le costaba creer su buena fortuna y, aunque Brandon no quería que lo dijera, se sentía agradecida por su… ¿asistencia?, ¿amistad especial? Kelly no sabía cómo expresarlo.

– Por su destreza -dijo en voz alta, asintiendo-. Estoy en formación -volvió a sonreír. Eso sonaba mejor que las otras opciones. Al fin y al cabo, solía asistir a cursillos de formación en nuevos sistemas y programas informáticos, ¿por qué no de destreza sexual? Tenía sentido y, además, era la verdad. Ella era la alumna y Brandon el maestro.

Al imaginarse el currículo, soltó otra risita.

– Kelly, ¿tienes el archivo Redmond?

– Está aquí, Brandon -contuvo otra risita.

– ¿A qué viene la sonrisa? -preguntó Brandon.

– Estoy de buen humor -le contestó-. El café estará listo enseguida.

– Gracias -volvió al despacho y cerró la puerta.

Kelly sabía que Brandon tenía una conferencia telefónica que duraría una hora o más. Su plan era aprovechar ese tiempo para revisar la agenda de la conferencia a la que asistiría Roger. Él y los empleados de su pequeña pero poderosa empresa llegarían el lunes. Kelly recordaba haber visto que tenían la noche del jueves libre para cenar donde quisieran o asistir a una cata de vinos en alguna bodega de la zona.

Kelly planeaba atraer a Roger a su habitación, incitarlo y excitarlo, para luego darle la patada. Así aprendería, y ella sería la maestra. Estaba deseando demostrarle a su exnovio algunas de las cosas que le había enseñado Brandon. Se sentía mucho más segura de sí misma, de su atractivo y su sensualidad desde que el día anterior Brandon se había quedado mudo al ver su cambio de imagen.

Sonó el teléfono, sobresaltándola.

– Oficina del Sr. Duke, Kelly Meredith al habla.

– Soy Bianca Stephens -dijo una voz entrecortada-. Ponme con Brandon de inmediato.

– Lo siento, señorita Stephens, Brandon tiene una conferencia, no se le puede molestar.

– ¿Qué? Bueno, interrúmpela. Dile que estoy esperando. Sé qué querrá hablar conmigo.

– No lo dudo -dijo Kelly, conteniendo una mueca-, pero es una conferencia telefónica con varios clientes y con sus socios. Le diré que la llame.

– Kathy, ¿sabes quién soy?

– Sí, señorita Stephens, y me llamo Kelly.

– Lo que sea -dijo-. Mira, ponle una nota delante de la cara, sé que aceptará mi llamada.

– Me ha dado instrucciones de no molestarlo. Lo siento mucho, pero le daré su mensaje.

– ¿Cómo has dicho que te llamabas?

– Kelly. Kelly Meredith.

– Bien, Kelly -dijo Bianca, con tono de considerarla una tonta niña de primaria-. Le diré a Brandon lo poco cooperativa que has sido.

– Sí, señora. Y yo le daré su mensaje.

– Más te vale -declaró ella-. No le gustará saber que se ha perdido mi llamada.

– Seguro que es así, yo… -Kelly calló. Bianca había cortado la comunicación. Eso la impresionó.

Colgó y se levantó para pasear por la oficina. Estiró los brazos y giró el cuello para liberarse de la ira que sentía. Sabía muy bien quién era Bianca Stephens: hija de un exministro de Defensa y presentadora de un programa de entrevistas matutino en una cadena nacional. Delgada, guapísima y, probablemente, muy inteligente, maldita fuera.

Recriminándose, fue a la cocina a servirse un refresco. Siempre había habido mujeres como Bianca Stephens en la vida de Brandon, y siempre las habría. Eran supermodelos, herederas, actrices y diseñadoras. Algunas eran agradables y otras horribles, como Bianca Stephens. Brandon salía con ellas porque lucían mucho colgadas de su brazo y, probablemente, en su cama, aunque Kelly no quería pensar en eso. Lo cierto era que la decepcionaba que Brandon estuviera dispuesto a salir con una mujer tan grosera como esa.

Kelly agradeció al cielo que su vínculo emocional con Brandon no fuera lo bastante fuerte para que eso le importara, pero tenía que admitir que la irritaba que la tratasen como si fuera una mera asalariada. Inspiró varias veces, se echó el pelo hacia atrás e hizo girar los hombros para relajarse. Luego regresó a su escritorio.