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– Eso ya lo has preguntado.

– Y sigo esperando una respuesta.

Ella dejó caer los hombros un segundo, pero luego se enderezó. No tenía por qué avergonzarse, y menos ante Brandon, que siempre había elogiado su capacidad de trabajo y de resolución de problemas.

– Me he hecho un pequeño cambio de imagen.

– ¿Pequeño?

– Sí. He perdido unos kilos, me he cortado el pelo y me he puesto lentillas. Nada importante.

– Pues yo diría que sí. Ni siquiera pareces tú.

– Claro que parezco yo -Kelly no iba a mencionar la semana pasada en un lujoso establecimiento termal ni las clases privadas de etiqueta y dicción.

– Pero llevas puesto un vestido -acusó él.

Kelly se miró y luego alzó la vista.

– Sí, cierto. ¿Eso es un problema?

– No. Dios, no -incómodo, dio un paso hacia atrás-. No es problema. Te queda genial. Es solo que… tú no llevas vestidos.

– Ahora sí -a Kelly la sorprendió que lo hubiera notado. Esbozó una sonrisa resuelta.

– Supongo -dubitativo, escrutó su rostro-. Bien, como dije antes, tienes un aspecto genial.

– Gracias. Me siento genial.

– Sí. Eso es genial -asintió con la cabeza, apretó los dientes y soltó el aire con fuerza.

Kelly se preguntó por qué seguía frunciendo el ceño si todo era tan genial.

– ¡Ah! -dijo, sintiéndose ridícula. Le ofreció la carpeta-. Aquí está el informe de Dream Coast. Sus manos se rozaron un instante y ella sintió que un extraño cosquilleo le recorría el brazo.

– Gracias -el ceño de Brandon se acentuó.

– De nada.

– Es genial que estés de vuelta -dijo Brandon.

– Gracias -Kelly se planteó hacer un recuento de geniales-. Tendré las cifras de ventas mensuales calculadas en veinte minutos.

Él cerró la puerta y ella se hundió en su silla. Levantó la taza de café y tomó un largo trago.

* * *

Brandon dejó la carpeta de Dream Coast en el escritorio y siguió andando hasta una de las paredes, acristalada de suelo a techo. Su equipo y él ocupaban la suite del propietario, en la última planta del Mansion Silverado Trail, y nunca se cansaba de las vistas. Cuando contemplaba las suaves colinas de viñedos chardonnay se enorgullecía del éxito familiar.

Había captado un leve aroma a flores y especias en el aire. No estaba acostumbrado a que su ayudante llevara perfume, o no lo había notado antes, pero el olor lo llevó a imaginar una fresca habitación de hotel y una rubia ardiente. Desnuda. Entre las sábanas. Debajo de él.

Kelly. Aún la olía. Maldijo para sí.

Había hecho el tonto mirándola boquiabierto, como si ella fuera un filete jugoso y él un perrito muerto de hambre. Se había quedado mudo. Y luego se había repetido como un loro. Pero la culpa era de ella. Había conseguido desconcertarlo del todo, y eso nunca le ocurría a Brandon Duke.

Movió la cabeza. Kelly no había necesitado ningún cambio de imagen. Estaba bien como era: profesional, inteligente, discreta. Nunca suponía una distracción.

A Brandon no le gustaban las distracciones en su lugar de trabajo. En la oficina solo se dedicaba a los negocios. Tras diez años siendo una estrella de la liga de fútbol, sabía que las distracciones arruinaban el juego. Desviar la vista de la pelota un segundo podía suponer acabar enterrado bajo un montón de hombretones enormes y rudos.

Brandon apoyó una mano en el cristal. ¿Quién sabía que su eficiente ayudante ocultaba curvas impresionantes y unas piernas de primera bajo los habituales trajes pantalón? ¿Y que sus ojos eran tan grandes y azules que un hombre podría perderse en ellos?

Más inquietante aún era su nuevo pintalabios. Tenía que ser nuevo, o él se habría fijado antes en los labios carnosos y en esa boca tan sexy. Casi había derramado el café al contemplarlos.

Y el vestido se pegaba a cada curva de su lujurioso cuerpo. Curvas cuya existencia había desconocido. Aunque la veía en el gimnasio del hotel a menudo, siempre llevaba pantalones de chándal y camisetas enormes. Imposible adivinar que escondía un cuerpo como ese bajo las prendas sudadas. Había estado engañándolo a propósito.

– No seas ridículo -se reconvino. Pero lo cierto era que su discreta y trabajadora ayudante era un monumento. Y eso le parecía una traición.

Unos minutos antes, cuando sus manos se habían rozado, había sentido una especie de corriente eléctrica. El recuerdo de la sensación de piel contra piel hizo que se excitara.

– El cambio es bueno -rezongó con sarcasmo, volviendo a su escritorio. No. El cambio no era bueno. Estaba acostumbrado a que Kelly llevara el cabello de color anodino recogido en una coleta o en un moño. Y se había convertido en una cascada de color miel que caía por sus hombros y espalda. Cualquier hombre desearía hundir las manos en ese pelo mientras se daba un festejo con sus lujuriosos labios. Su excitación se disparó.

Intentó controlarla abriendo la carpeta y buscando el documento que necesitaba. Sin éxito.

– Esto es inaceptable -farfulló, molesto.

Se negaba a perder la sensación de decoro y orden que siempre había imperado en la oficina. El trabajo era demasiado exigente, y Kelly una parte demasiado importante del equipo para permitir que se convirtiera en una distracción. O, más bien, en una atracción.

Mejor poner fin al asunto de inmediato. Pulsó el botón intercomunicador.

– Kelly, por favor, ven aquí.

– Ahora mismo -contestó ella. Siete segundos después entraba al despacho con una libreta.

– Siéntate -dijo él, poniéndose en pie y paseando, para evitar mirarle las piernas. No se fiaba de sí mismo-. Tenemos que hablar.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella, alarmada.

– Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, ¿no es cierto?

– Sí -admitió ella.

– Confío en ti plenamente, como bien sabes.

– Lo sé. Y yo siento lo mismo, Brandon.

– Bien -dijo él, sin saber cómo seguir-. Bien.

Nunca antes se había quedado sin palabras. La miró y tuvo que desviar la mirada. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Conocía a las mujeres, amaba a las mujeres. Y ellas lo amaban a él. ¿Cómo no había sabido que Kelly era tan atractiva? ¿Estaba ciego?

– Brandon, ¿estás descontento con mi trabajo?

– ¿Qué? No.

– ¿Ha trabajado bien Jane en mi ausencia?

– Sí, lo ha hecho bien. Ese no es el problema.

– Bien, porque odiaría tener…

– Mira, Kelly -interrumpió él, cansado de jugar al gato y al ratón-. ¿Te ha pasado algo mientras estaba de vacaciones?

– No -se sorprendió ella-, ¿por qué piensas…?

– Entonces, ¿a qué viene este cambio? -le espetó él-. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué crees que tienes que engalanarte para…?

– ¿Engalanarme?

– Bueno, sí. Ya sabes, maquillarte y… diablos.

– ¿Está mal que intente mejorar mi aspecto?

– No he dicho eso.

– ¿Me he pasado? La mujer del mostrador de maquillaje me enseñó cómo ponérmelo, pero soy nueva en esto. Aún estoy practicando -alzó el rostro y sus labios brillaron al captar la luz-. Dime la verdad. ¿El maquillaje es exagerado?

– Cielos, no, está bien -pensó que estaba demasiado bien, pero no lo dijo.

– Ahora estás siendo amable, pero no te creo. Tú forma de mirarme esta mañana cuando entré…

– ¿Qué? No -«Ay, señor», pensó. Ella parecía a punto de llorar. Nunca había llorado antes.

– Pensé que podría hacerlo. Otras mujeres lo hacen, ¿por qué yo no? -se puso en pie y paseó por la habitación-. Creí que había sido sutil. ¿Parezco una tonta?

– No, en…

– Puedes ser sincero.

– Estoy siendo…

– La idea fue una locura desde el principio -masculló ella, apoyando la espalda en la pared-. Puedo hacer operaciones matemáticas complicadas de cabeza, pero no sé nada de seducción.