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– Os habéis fijado en que no han vuelto a pisar Valonia desde que se fueron. Y no me extraña.

– Has visto la pinta que tenía la madre, ¿eh?

Sterling advirtió que los dos senadores estaban gritando a sus respectivos ayudantes mientras salían de allí. Probablemente les preocupaba que pudieran aparecer en la prensa amarilla por haber acudido a la fiesta de unos mafiosos, pensó Sterling. Si supieran lo que Junior piensa hacerle a ese pobre hombre… Estaba impaciente por montar en el coche de Nor y Billy y oír sus comentarios sobre todo lo que había sucedido.

Un invitado, que sin duda se había endosado tantos vodkas como grappa la madre de los Badgett, empezó a cantar el «Cumpleaños feliz» en valonio, pero no tenía la partitura marcada fonéticamente y pasó a hacerla en inglés. Se le sumaron otros invitados, a quienes tampoco les iba ni les venía.

Sterling oyó a uno de los criados preguntar a alguien si su coche era un monovolumen. ¿Qué será eso?, se preguntó Sterling. Momentos después el ayudante regresaba montado en uno de aquellos pequeños camiones. Ah, entonces es eso, pensó Sterling. ¿Qué significará monovolumen?

El monovolumen de Billy estaba aparcado en la parte de atrás. No quiero que se me escapen, pensó Sterling. Dos minutos después, cuando aparecieron Nor y Billy cargados con su equipo, él ya estaba en el asiento de atrás.

Por las caras que ponían, era evidente que estaban muy preocupados.

Sin decir palabra, cargaron el coche, montaron y se sumaron a la cola de vehículos que enfilaba ya el camino particular. No abrieron la boca hasta que estuvieron en la carretera. Entonces Nor preguntó:

– Billy, ¿tú crees que decían en serio lo de quemar ese almacén?

– Seguro que sí, y tenemos suerte de que no sepan que lo hemos oído.

Oh, pensó Sterling. El abogado de los Badgett -¿cómo se llamaba? Sí, Charlie Santoli- os ha visto salir del despacho. Si se lo cuenta a los hermanos, estáis listos.

– Todo el rato tengo la impresión de que ya había oído esa voz, la que dejó el mensaje en el contestador -dijo Nor despacio-. ¿Te has fijado en el acento, Billy?

– Ahora que lo dices, sí -concedió él-. Pero pensaba que el tipo estaba tan nervioso que no le salían las palabras.

– No era eso. Quizá tiene algún defecto de pronunciación. Yo creo que ha estado alguna vez en el restaurante. Ah, si pudiera recordar quién es, podríamos ponerle sobre aviso.

– Cuando lleguemos al restaurante, telefonearé a la policía -dijo Billy-. No quiero utilizar el móvil.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio.

Sterling compartía su nerviosismo en el asiento de atrás.

Eran casi las nueve cuando entraron en Nor's Place. El local estaba atestado. Nor trató de saludar a la gente sin entretenerse. En el mismo momento, ella y Billy divisaron a uno de sus viejos amigos,

Sean O'Brien, inspector retirado, que estaba sentado a la barra.

Billy y Nor se miraron.

– Vaya pedirle que se siente con nosotros. Él sabrá lo que hay que hacer -propuso Billy.

Con una sonrisa forzada, Nor fue a sentarse a su mesa de siempre. Desde allí podía supervisar el negocio y saludar a su clientela. Sterling se sentó con ella en la misma silla que había ocupado unas horas antes.

Billy se acercó a la mesa acompañado de Sean O'Brien, un tipo fornido de cincuenta y tantos años, con una buena mata de pelo castaño entrecano, unos ojos despiertos y una sonrisa simpática.

– Felices fiestas, Nor -empezó, e inmediatamente presintió que algo andaba mal-. ¿Qué ocurre? -preguntó de sopetón mientras tomaba asiento.

– Los hermanos Badgett nos habían contratado para una fiesta que daban esta tarde -empezó Nor.

– ¿Los hermanos Badgett? -O'Brien arqueó una ceja, y escuchó con atención lo que le contaban sobre el mensaje en el contestador automático y la respuesta de Junior Badgett.

– La voz me sonaba -dijo Nor-. Estoy segura de que ese hombre ha venido aquí alguna vez.

– Los federales llevan años tratando de cazar a esos dos, Nor. Son más escurridizos que un pescado en aceite de oliva. Dos auténticos criminales. Si era una llamada local, no me extrañaría que mañana los periódicos hablen de un almacén consumido por el fuego.

– ¿Podemos hacer algo para impedírselo? -preguntó Billy.

– Yo puedo avisar a los federales, pero esta gente casi no da abasto. Sabemos a ciencia cierta que tienen gente apostada en Las Vegas y Los Ángeles. Ese mensaje pudo venir de cualquier parte, pero independientemente de eso, el almacén no tiene por qué estar en esa zona.

– Yo no sabía que los Badgett eran tan mala gente -dijo Billy-. Uno oye rumores, pero que yo sepa tienen concesionarios de coches y de yates…

– Sí, poseen una docena de negocios legales -dijo O'Brien-. Es su manera de blanquear el dinero. Haré algunas llamadas. Los federales querrán tenerlos bajo vigilancia, pero esos tipos nunca se ensucian las manos.

Nor se frotó la frente. Parecía preocupada.

– Ya sé por qué me sonaba esa voz. Un momento. -Hizo señas a un camarero-. Sam, dile a Dennis que venga. Tú ocúpate de la barra.

O'Brien la miró.

– Es mejor que nadie sepa que oísteis esa conversación.

– Confío plenamente en Dennis -dijo Nor.

La mesa se está llenando, pensó Sterling. Tendré que levantarme. Notó que alguien apartaba la silla y se puso en pie de un salto. No quería que

Dermis se sentara en su regazo.

_… y, Dermis, estoy segura de haber oído esa voz aquí en el restaurante -concluyó Nor minutos después-. Tenía un acento especial. Sí, pudo ser cosa de los nervios, pero he pensado que quizá viene de vez en cuando y charla contigo en la barra.

Dennis negó con la cabeza.

– No se me ocurre quién puede ser. Pero hay una cosa: si ese Badgett hablaba en serio cuando decía lo de quemar un almacén, a ese tipo le va a cambiar el acento de golpe.

Todos rieron nerviosos.

Tratan de utilizar el humor para disimular que están muy inquietos, pensó Sterling. Si los hermanos Badgett son como los ha pintado O'Brien, y si Nor y Billy han de testificar sobre esa llamada… Pobre Marissa. Estaba tan contenta hoy.

O'Brien se levantó.

– He de hablar por teléfono -dijo-. ¿Puedo usar tu despacho, Nor?

– Desde luego.

– Tú y Billy venid conmigo. Quiero que os pongáis al teléfono y expliquéis exactamente lo que habéis oído.

– Yo vuelvo a la barra -dijo Dennis, retirando la silla.

Si yo estuviera vivo, esa silla me habría aplastado el dedo gordo, pensó Sterling.

– Nor, creía que tú y Billy ibais a hacer una actuación especial esta noche -dijo un cliente de una mesa cercana-. Hemos venido solo para oíros cantar.

– Descuida -dijo Nor sonriendo-. Dentro de quince minutos estamos aquí.

En el despacho, O’Brien telefoneó a su contacto del FBI, y Nor y Billy contaron lo que habían oído casualmente. Después, Nor se encogió de hombros.

– Esto es lo que hay. A menos que pueda recordar a quién pertenece esa voz, yo no les sirvo de nada.

Sonó el móvil de Billy.

– Es Rissa -dijo mientras miraba el código de la llamada. Su expresión se serenó-. Hola, nena… Acabamos de llegar… No, no hemos visto la piscina ni la pista de bolos… Bueno, yo no diría que son como los Soprano.

– Yo sí -murmuró Nor.

– Sí, cantamos lo de siempre… -Billy se rió-. Pues claro que hemos estado sensacionales. No paraban de pedimos más. Escucha, NorNor se pone un momento, y luego te vas a la cama. Hasta mañana. Un beso muy grande.

Le pasó el móvil a Nor y se volvió a O'Brien.

– Ya conoces a mi hija, ¿verdad?

– Claro. Yo pensaba que era la dueña de esto.

– Ella cree que sí.

Nor dio las buenas noches a Marissa y compuso una sonrisa triste mientras cerraba el teléfono y se lo pasaba a su hijo. Luego miró a O'Brien.