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– Sí, sí -dijo Junior, bebiendo un poco.

– Se ha vuelto a caer -musitó Eddie afligido-. El pie le ha fallado otra vez, pobre madre, y encima le sangran las encías. Apenas si puede masticar. -Hizo una pausa-. Y sus amigos insisten en que coma. Ya no nota el sabor de la comida.

– Viene diciendo lo mismo desde que os conocí hace ya tres años -dijo Jewel muy seria-. Algo comerá, digo yo.

Estofado de carne, pensó Sterling. Platos bien llenos.

– No se caía desde el mes de enero -continuó Eddie-. Yo esperaba que sus piernas estarían mejor. -Se dirigió a Junior-. Tenemos que ir a verla. Te digo que hemos de ir.

– No podemos, lo sabes muy bien -le espetó Junior-. Ya le enviamos ropa bonita para que se animara un poco, ¿ no?

– Oh, seguro que le encanta -dijo Jewel-. Lo elegí todo especialmente para ella. Dos pijamas de raso, un vestido de noche y un sombrero con muchas flores para ir a la iglesia el domingo de Pascua.

Eddie se puso ceñudo:

– Mamá dice que la ropa que le mandamos es horrorosa.

– Eres cruel conmigo. -Jewel hizo un puchero-. Si yo la conociera, podría elegir mejor. Toda mujer tiene problemas de figura. Quiero decir que igual son sus caderas, o su cintura, o puede que su trasero tenga una forma curiosa…

– Cierra el pico -ordenó Junior-. Déjate de lecciones de anatomía.

A mí me estaba gustando, pensó Sterling.

Obviamente ofendida, Jewel se puso en pie.

– Disculpadme -dijo con énfasis exagerado.

– ¿Adónde vas? -preguntó Eddie.

– A donde tú no puedes entrar, -y se alejó contoneándose.

– ¿Se ha cabreado porque digo que a mamá no le gustó la ropa que ella eligió?

– Olvídate de eso -bramó Junior-. Escucha, he recibido una llamada cuando tú estabas donde ella no puede entrar.

– ¿Y cuándo he estado yo ahí?

– Siempre estás ahí.

– No es verdad.

– Sí lo es. Cada vez que te busco, estás en el váter. Bueno, atiende. Nuestros chicos no pueden localizar a Billy Campbell y Nor Kelly.

– Son un hatajo de imbéciles -dijo Eddie.

– De eso sabes tú un montón. Calla y escúchame bien. Los cargos que se nos imputan no tendrán ningún peso si Kelly y Campbell no suben a testificar. Tenemos que deshacemos de ellos.

– El país es muy grande. ¿Cómo vamos a deshacemos de ellos si no damos con ellos?

– Hemos de encontrarlos como sea. De momento, ya he dado el siguiente paso. Me he puesto en contacto con un pistolero.

– No será Igor, ¿verdad? -dijo Eddie con los ojos muy abiertos.

– El mismo -dijo Junior-. Trabaja muy bien. Le he dicho que la única pista que tenemos es que están en algún lugar del Oeste.

– Ya he vuelto -gorjeó Jewel mientras se sentaba en la banqueta y besaba a Junior en la mejilla-. Os perdono a los dos por no valorar lo que hago para que vuestra madre esté contenta, y he de deciros una cosa. Creo que deberíais encontrar la manera de ir a visitarla en persona, antes de que sea demasiado tarde.

Junior la fulminó con la mirada:

– Déjalo.

El camarero se acercó con una bandeja de entremeses.

Ya sé lo que necesitaba saber, pensó Sterling.

Los hermanos Badgett están decididos a encontrar a Nor y Kelly y asegurarse de que no vivan para declarar en su contra.

Sterling optó por dar un largo paseo antes de solicitar que lo trasladaran a otra parte. Una hora después, había tomado una decisión. Cerró los ojos y susurró: Me gustaría que fuese pleno verano, y ¿podría reunirme con Nor y Billy?

Vaya, no creo que se hospeden aquí, pensó Sterling, desanimado. Se encontraba en la galería de la segunda planta de un motel de mala muerte muy cercano a una autopista. Aunque hacía un calor sofocante, la zona era muy bonita. Como en la aldea de Heddy- Anna, las montañas dominaban el paisaje.

De los seis vehículos aparcados frente al motel, cuatro tenían matrícula de Colorado.

Reparó en un hombre muy fornido y con gafas oscuras sentado dentro de un monovolumen. Le pareció que el hombre miraba el espejo retrovisor, como si vigilara la puerta que tenía justo detrás.

Sterling se volvió en aquella dirección. Por la ventana vio a Billy dentro del cuartucho, con las manos en los bolsillos. Observaba a Nor, que estaba sentada en la cama con un teléfono en la mano.

El aspecto de ambos había cambiado. Nor tenía el pelo castaño, no rubio, y lo llevaba recogido en un pulcro moño. Billy llevaba barba, y su pelo era mucho más corto.

Tal vez es desde aquí desde donde llaman a su casa, pensó Sterling. Si se han acogido al Programa de Protección de Testigos solo pueden telefonear desde líneas seguras. Los dos parecían terriblemente preocupados.

Entró, se quitó el sombrero y pegó el oído al auricular. Me estoy volviendo un fisgón de primera, pensó. Oyó una voz familiar al otro extremo de la línea: Nor estaba hablando con Dennis.

– No hace falta que te diga que tú eres el alma del restaurante, Nor -estaba diciendo Dennis-. Sí, yo puedo preparar combinados, y los chicos son buenos camareros, y Al es el mejor chef que hemos tenido nunca, pero eso no basta. Cuando entran, los clientes quieren verte sentada a tu mesa.

– Lo sé. ¿Cuánto hemos perdido este mes?

– Mucho. No llenamos ni una cuarta parte, ni siquiera los sábados por la noche.

– Eso significa, claro, que los camareros se están quedando sin propinas -dijo Nor-. Mira, Dennis, esto no va a durar mucho. En cuanto termine el juicio y los Badgett estén en la cárcel, podremos volver a casa. Calcula cuánto han perdido en propinas, y compénsales por la mitad cuando les pagues.

– Me parece que no lo has entendido, Nor. Estás perdiendo dinero a espuertas.

– Y tú tampoco me has entendido -le espetó Nor-. Sé que el restaurante me necesita. Pero tú y Al y los camareros, y el pinche de cocina y la gente de la limpieza, formáis parte de esto igual que yo. Tardé dos años en reunir un equipo tan bueno, y no quiero perderlo ahora.

– Cálmate, Nor, solo trato de ayudarte a que no te hundas con el restaurante.

– Lo siento, Dermis -dijo Nor apenada-. Todo este asunto me tiene muy nerviosa.

– ¿Cómo está Billy?

– ¿Tú qué crees? Acaba de telefonear a Marissa y a la compañía discográfica. Marissa se niega a hablar con él (y de paso conmigo también) y la discográfica le ha dicho que como esto no acabe pronto van a tener que cancelar su contrato.

Hubo un silencio.

– Dennis -prosiguió Nor-, ¿sabes ese cuadro impresionista que está cerca de la chimenea, en mi sala de estar?

– Sí.

– Bien. Te nombro mi apoderado. Ve a mi caja de caudales y busca los papeles relativos al cuadro. Llévalo todo a la Reuben Gallery. Sé que te harán una buena oferta. Yo creo que vale al menos sesenta mil dólares. Eso ayudará un poco.

– Pero ese cuadro te encanta, Nor.

– Más me gusta el restaurante. Bueno, Dennis, creo que no puedo darte más buenas noticias de momento. Te llamaré dentro de un par de semanas.

– De acuerdo. Aguanta como puedas, Nor.

La siguiente llamada fue a Sean O'Brien, para ver si sabía algo de la fecha del juicio. No sabía nada.

Salieron de la habitación en silencio, bajaron al estacionamiento y se metieron en el monovolumen donde estaba sentado el hombre de las gafas oscuras. Debe de ser el agente del FBI que cuida de ellos, se dijo Sterling.

Viajó en el asiento de atrás, al lado de Nor.

Nadie dijo nada durante el trayecto de veinte minutos. Sterling vio un indicador que anunciaba que Denver estaba a cincuenta kilómetros. Ya sé dónde estamos, pensó. La Academia de las Fuerzas Aéreas queda cerca de aquí.

Billy y Nor estaban viviendo en un dúplex mediocre cuya única virtud, al menos a juicio de Sterling, era su situación. Estaba ubicado en un terreno de grandes dimensiones, protegido por árboles que le daban privacidad.